Lucha contra la explotación sexual infantil en Tanzania

  • En Tanzania la explotación sexual de las niñas no está organizada únicamente organizada por mafias, sino que en ocasiones es hasta la propia familia -en situación de pobreza- quien incita a las pequeñas a prostituirse. Fatuma es una de estas niñas. Cuando a sus trece años perdió a sus padres y se mudó a la ciudad para vivir con su tía, ésta no podía mantenerla y le dijo que no rechazase ofertas de hombres que la invitaran a acostarse con ella.
Eamon Kircher-Allen | GlobalPost

(Daar es Salam, Tanzania). El término “tráfico -o explotación- de niños” suele conjurar imágenes de crimen organizado y redes de contrabando internacional. Pero la explotación sexual de niños es a menudo el resultado de presiones más ordinarias: pobreza, enfermedad y desintegración social.En Tanzania, el tráfico de niñas pobres que acuden desde las zonas rurales del país a las urbanas es un serio problema y un complejos aspecto sociale contra el que luchan los trabajadores que combaten la comercialización infantil.

La desesperación y las familias destrozadas por el sida son a menudo enemigos más peligrosos que los mafiosos, aseguran en la Organización Kiota por la Salud y el Desarrollo de las Mujeres (Kiwohede), uno de los grupos más implicados en la lucha contra la explotación infantil en Tanzania.“Las redes de los proxenetas no están coordinadas en este país”, dice Justa Mwaituka, directora ejecutiva de Kiwohede.

Eso significa que los negocios individuales de este tipo de contrabando son relativamente fáciles de romper. Las causas subyacentes, sin embargo, parecen más difíciles de eliminar.

Véase por ejemplo la historia de Fatuma, una niña menuda que parece mucho más joven de los 16 años que tiene. Sentada en una desvencijada silla de madera y vestida con una camiseta y falda en la oficina de Kiwohede en Dar es Salaam, nos cuenta sus recuerdos a través de un intérprete.Hace tres años Fatuma (este no es su verdadero nombre) perdió a sus padres. Huérfana y pobre, dejó el campo para ir a vivir en Dar es Salaam con una tía, una madre soltera que se ganaba la vida vendiendo comida en la calle.

La mujer ya tenía que alimentar y educar a dos niños. Así que un día le dijo a Fatuma que “si alguien quiere acostarte contigo, di que sí; así podremos tener dinero para la educación”, recuerda la joven.La niña, que entonces sólo tenía 13 años, aceptó.

Poco tiempo después había encontrado a un hombre que estaba dispuesto a pagar por tener relaciones sexuales con ella. Pero el hombre algunas veces sólo le daba un dólar, así que tuvo que buscarse más clientes. Fatuma empezó a vender mandioca en la calle con su tía. Poco tiempo después siempre había hombres revoloteando en torno a su puesto de comidas.

Eso es lo que llamó la atención a una asistente social del barrio, otra chica que trabajaba para Kiwohede, que intentó convencer a Fatuma para visitar el centro y buscar ayuda. No fue fácil.“Las crías son fuertes, pero protegen a sus chulos”, explica Mwaituka. Además, las circunstancias superficiales de algunas víctimas mejoran, por lo que resulta aún más difícil sacarlas de ese círculo.

En Tanzania, un país de población mayoritariamente rural y donde el 96 por ciento de las personas viven con menos de dos dólares al día, una pequeña cantidad de dinero puede suponer cambios significativos en la vida de un pobre.Tras entrar en estas redes, una niña que nunca ha tenido calzado en el pueblo puede tener acceso a ropa mejor y a un par de zapatos de segunda mano.

Eso sirve para maquillar su sufrimiento, dice Mwaituka, “pero mentalmente viven una tortura y están traumatizadas”.

Finalmente, Fatuma acabó cediendo y acudió al centro, donde ha recibido ayuda, formación profesional y clases de recuperación. Hace poco ha conseguido entrar en una buena escuela secundaria, a la que acudirá gracias a una beca.“Cuando me lo dijeron lloré de alegría”, reconoce Fatuma con una sonrisa.

Muchos niños explotados en Tanzania tienen menos suerte. Terminan en las ciudades tras engañar los traficantes a sus padres para que se los entreguen, prometiéndoles que tendrán una educación o una vida mejor.“Cuando llegan a la ciudad obligan a la niña a trabajar o se la entregan a otra persona”, denuncia Mwaituka. Esas niñas pueden sentirse desorientadas y olvidar de dónde proceden. A menudo, si tienen entre 12 y 15 años, las obligan a prostituirse o las hacen trabajar 16 horas al día sin sueldo. Mwaituka lo define como “completamente traumatizante”.

Kiwohede calcula que ha rehabilitado a unos 40.000 menores explotados en Tanzania desde que se creó en 1998. Desde su oficina en una carretera polvorienta en el barrio de clase trabajadora de Bugurundi en Dar es Salaam (y con otros centros en zonas paupérrimas del país) el grupo permanece cerca de las comunidades a las que sirve.Esa es parte de la estrategia, ya que Kiwohede mantiene que la explotación infantil es un problema de comunidades, no de simple criminalidad.

Así que además de facilitarles educación, un refugio seguro, asesoría y reunificación familiar voluntaria, Kiwohede ha establecido “comités comunitarios de derechos de los niños”, formados por dos niños, autoridades, líderes religiosos y empresarios.Otras organizaciones que trabajan con migrantes alaban la labor de Kiwohede.

En 2002 la Organización Internacional del Trabajo contrató a esta organización tanzana para realizar un informe definitivo sobre la prostitución infantil en ese país. Y Mwaituka dice que los activistas han hecho progresos.Pero también dice que todavía queda mucho trabajo que hacer. Por ejemplo Unicef señala que para poner fin a este tipo de explotación es fundamental parar a sus “usuarios”, los hombres.

En Tanzania, al igual que en otras partes, dice Mwaituka, muchas personas no consideran que contratar los servicios sexuales de una adolescente sea un delito grave. “Nadie considera al hombre culpable. Ocurre lo mismo en todo el mundo”, se lamenta.

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