Los vecinos de Batán estallan

Miedo a los menas: "Me he planteado cerrar el quiosco pero ¿de qué como?"

El dueño de uno de los puestos de la Casa de Campo ha sufrido un robo en el establecimiento, otro su mujer y ha sido testigo de atracos con violencia a algunos visitantes. Ha llegado a pensar en echar el cierre.

Kiosco de la Casa de Campo en Madrid
Quiosco de la Casa de Campo en Madrid.
Cedida

Uno de los quiosqueros de la madrileña Casa de Campo ha llegado a plantearse echar el cierre y no solo por el coronavirus, que ha mermado las ventas, sino por la ola de violencia que denuncian los vecinos de Batán y alrededores y que achacan a algunos de los jóvenes del centro de acogida menores extranjeros no acompañados situado en el antiguo albergue juvenil Richard Schirrmann. "Me he planteado cerrar pero ¿y de qué como?". Es la pregunta que cada vez se hace más veces este hombre de 35 años que no solo ha sufrido un robo en el quiosco, sino que en más de una ocasión tiene que ir a recoger a su mujer cuando va a cerrar porque le da miedo volver sola a casa tras ser atracada en una ocasión a punta de navaja. Los vecinos tienen claro que detrás del incremento de robos que hay en la zona están "parte de estos menores, que no todos". Nunca antes habían vivido una situación así que en palabras suyas es todo un "sinvivir". 

El robo que sufrió en su quiosco va más allá de solo buscar el dinero de la caja -300 euros en monedas del cambio- sino que arramplaron con lo que pudieron. "Se llevaron una caja de bebidas y dos de helados que luego aparecieron tirados por el suelo todos derretidos". Este hombre de familia de quiosqueros de toda la vida es también testigo de "cómo entran y salen del parque de atracciones por donde quieren" o de cómo "intentan robar a algunas de las personas que están paseando por la zona" en grupos de cuatro golpeando a la víctima hasta que consiguen lo que quieren o incluso "utilizando el método del mataleón", que consiste en estrangular a la víctima hasta que pierde el conocimiento.

Algo así sucedió el pasado 5 de octubre en la carretera del Zoo Aquarium. Un hombre se encontró con varios jóvenes sentados en un banco que le pidieron un cigarro. Segundos después uno de ellos le agarró por la espalda fuertemente el cuello con el brazo y le dejó inconsciente, mientras otros dos buscaban entre sus pertenencias y le robaban la cartera, huyendo a la carrera del lugar.  Tras recuperarse, la víctima interpuso una denuncia en el cuartel de la Guardia Civil de Valdemoro, donde vive. Contó a los agentes que la agresión fue tan contundente que pensaba que le mataban, ya que se quedó sin oxígeno ni visión durante unos segundos.

La semana anterior también tres menores atracaron a una señora de 63 años que acababa de sacar 800 euros de un banco de la rotonda del Batán. La siguieron hasta una parada de autobús y utilizaron el mataleón para robarle el bolso con el dinero. Además, le tiraron y aplastaron el audífono que llevaba, valorado en más de mil euros. También a principios de julio la Policía Nacional detuvo a nueve menas por apedrear a varios vecinos y sustraer la cartera a uno de ellos que intentó ayudar a una mujer a la que antes habían robado los agresores.

"Cada diez días sabemos de algún vecino que ha sido atracado", aseguran desde la Asociación Amigos del Batán a La Información. Los comerciantes de la zona también temen que estos robos se incrementen. Para ellos hay tres momentos muy  marcados en la evolución de la Casa de Campo. El primero, cuando se abrió el centro y llegaron los menores subsaharianos, "cuya convivencia con ellos no es conflictiva". Pero hay un segundo momento en el que "llegan menores magrebíes y la seguridad ciudadana empieza a ser tema de conversación delante de un café". La peor etapa, aseguran, es cuando empiezan a venir amigos de los jóvenes magrebíes a visitarles de otros centros de acogida de la Comunidad de Madrid.

Es a partir de ese momento cuando los empiezan a ver vagar por la Casa de Campo, dormir en tiendas de campaña cercanas al centro y sobrevivir como pueden. El aumento policial llegó pero todos son conscientes de que "se necesitan muchas patrullas para tener todo el terreno vigilado". Y van más allá al asegurar que al intensificar la vigilancia en barrios como Batán "los delitos se han ido desplazando a otras zonas como Madrid Río, Lucero, el Paseo de Extremadura o incluso Campamento".  En todo momento insisten en que no es una cuestión de racismo, sino de convivencia y seguridad: "El delito no entiende de razas ni de nacionalidades. El delito es delito", asegura uno de sus portavoces que tampoco entiende cómo estos menores, cuando son mayores de edad, "no hay un plan por parte de la comunidad para ellos".

En esta línea este medio ya relataba en marzo que los menas han sido acusados de venir acompañados de un perfil de conflictividad que hace particularmente compleja su inserción en la sociedad. Sin embargo, la portavoz de Save the Children negaba tajantemente que estos jóvenes sean conflictivos y aseguraba que el problema es de los sistemas de protección, que no disponen de protocolos de intervención para perfiles concretos. "Vienen chavales marroquíes, de Mali, de Guinea... y se les atiende en centros que no cuentan con los medios necesarios, ni siquiera con intérpretes ni traductores", denuncia.

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