Piamarta, el italiano que dedico su vida a la formación de la juventud

  • El italiano Giovanni Battista Piamarta (1841-1913), fue un gran apóstol de la juventud, a la que dedicó su vida para ofrecerles una completa formación, afirmó hoy el papa Benedicto XVI tras proclamarle santo.

Ciudad del Vaticano, 21 oct.- El italiano Giovanni Battista Piamarta (1841-1913), fue un gran apóstol de la juventud, a la que dedicó su vida para ofrecerles una completa formación, afirmó hoy el papa Benedicto XVI tras proclamarle santo.

Piamarta nació en Brescia, en el norte de Italia, el 26 de noviembre de 1841, en el seno de una familia humilde. Aprendió el oficio de colchonero y a los 19 años entró en el seminario de la ciudad, donde se dedicó concienzudamente al estudio, distinguiéndose por la piedad y la disciplina.

En 1865 fue ordenado sacerdote, realizando una labor pastoral en la diócesis, ayudando en la formación de los jóvenes en el campo de la agricultura, lo que le llevó a crear el Instituto Artigianelli para la formación profesional, humana y cristiana de los jóvenes.

En 1900 fundó la congregación masculina de la Sagrada Familia de Nazaret y en 1911 la Congregación de las Humildes Siervas del Señor, junto a la monja Elisa Baldo, que están actualmente presentes en Europa, América Latina y África.

El postulador de la causa de su canonización, Igor Fabiano Manzillo, destacó que el deseo del sacerdote fue dar a los jóvenes que no tenían futuro un empleo y una educación.

"Eran jóvenes pobres, abandonados, huérfanos, que daban vueltas por la ciudad, que hubieran acabado convirtiéndose en delincuentes", añadió Manzillo.

Los institutos "Artigianelli" acogen actualmente a 700 jóvenes embarcados en la formación profesional, el 23 por ciento extranjeros.

Los últimos años de su existencia estuvieron marcados por la enfermedad. Sufrió ciática, tuvo problemas cardiacos y de circulación, así como dolores de estómago, insomnio y hemiplejia, seguida de ataques de parálisis.

Murió en 1913, a la edad de 71 años, y fue beatificado por Juan Pablo II el 12 de octubre de 1997.

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