Era uno de esos jugadores capaces de levantar a los espectadores del Vélodrôme, como Francescoli o Papin, Deschamps o Blanc. Pero como les sucedió a los estandartes de su generación, el fútbol francés se quedó pequeño para su potencial. Primero fue Drogba, luego fue su turno y al año siguiente huyó hacia la Premier League Nasri. De ellos tres Frank Ribéry es el único que no ha visitado la ciudad mediterránea tras su marcha.
Ribéry sonó varios años como fichaje potencial para todos los equipos grandes de Europa y finalmente recaló en el Bayern de Múnich. Dominadores en Alemania, en el último lustro el conjunto bávaro no ha podido con la pujanza del Barça y los equipos ingleses en la Champions y del Zenit de San Petersburgo en la Europa League. Con una excepción, la final perdida en el Santiago Bernabéu ante el Inter en 2010.
El objetivo para los alemanes este año es tan claro como difícil: alcanzar la final de la Copa de Europa en el Allianz Arena. La primera piedra pasa por superar a un equipo al que nunca se han enfrentado aunque Ribéry sí ha jugado en el que fuera su estadio durante dos temporadas. Lo hizo en un amistoso que Francia perdió cero a dos contra Argentina en 2009 y, pese a ser uno de los ídolos de la afición del Olympique, el internacional espera ser silbado este miércoles.
La trayectoria de Ribéry en el fútbol alemán simula la del cava: chispeante, espumoso, imparable recién llegado para perder su fuerza y convertirse en previsible, con un papel predominante de las lesiones. Camino de su quinta temporada en Baviera, la reconversión de Schweinsteiger como creador de juego y la intacta velocidad de Robben han humanizado al francés, que sigue empeñado en hacer tumbar defensas por la banda izquierda sin el papel protagonista de antaño.
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