Marc Coma y Nani Roma tenían que haber enfrentado al reloj, a la lucha con sus rivales motorizados y a un enemigo inabarcable de tres millones de años. Con una superficie equivalente a la quinta parte del territorio español, el desierto de Atacama es un tesoro plagado de sal y minerales formadas al calor extremo del día, cristalizadas en las horas de ausencia de sol. Su nombre proviene del quechua y significa "gran confín" o "último término donde alcanza la vista". Un horizonte interminable.
Los pilotos del Rally Dakar no tenían que buscar ni oro ni plata, sino llegar a la meta de Copiapó, ciudad que forma uno de los vértices de las tierras más áridas del mundo. Las traicioneras dunas y un paisaje marciano son la seña de identidad de un desierto en el que pueden pasar hasta cuatro años sin que llueva. Chile daba la bienvenida a la carrera de la forma más inhóspita posible. Hace dos siglos, fueron otros quienes escribieron la historia. Pero el mal tiempo lo impidió.
Un 6 de enero de 1817, el libertador argentino José de San Martín iniciaba una misión de máxima trascendencia. Al otro lado de los Andes, el dominio de España comenzaba a resquebrajarse y el militar, en auxilio de los independentistas americanos, cruzó la cordillera al mando del Ejército de los Andes, al que acompañaban 1.600 caballos y casi 10.000 mulas.
Si Aníbal llevó desde Cartago a los Alpes a sus célebres elefantes, San Martín, enfermo y débil, culminó la hazaña y llevó a la independencia a las futuras tierras de Chile y Perú, libertadas tras la batalla de Chacabuco. Por el camino quedaron la mitad de los animales que emprendieron la marcha.
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