Dice un dicho que a un mecánico no le pagan 2.000 euros por apretar una tuerca, sino por saber qué tuerca tiene que apretar. Hace fácil lo que no lo es tanto. Lo mismo pasa con la selección española de baloncesto.
La actual Campeona del Mundo nos ha acostumbrado mal. Mejor dicho, nos ha acostumbrado extraordinariamente bien. Gana casi todo lo que juega y, además, lo hace por veinte puntos de ventaja sea quien sea el rival.
Da igual que se cruce en el camino una desconocida Canadá, que lo haga Costa de Marfil, una ex campeona de Europa como Lituania o un hueso duro de roer como la Eslovenia de Lakovic y compañía. El equipo de Sergio Scariolo se dedica a tumbar a sus rivales, a aniquilarlos, a pasar por encima como un rodillo. ¿Tan superiores son?
Evidentemente sí. España sólo puede temer a la NBA y a su selección de estrellas. Como equipo es infinitamente superior a cualquiera que se le ponga por delante. Sólo la calidad individual de un equipo formado con los mejores talentos del mundo puede poner en peligro renovar el oro conquistado en Japón hace ahora cuatro años.
Pero cuidado: igual que el halago debilita, la confianza también lo hace. La ÑBA no debe pensar que está todo ganado de antemano, hay que hacerlo a base de trabajo. En los cuatro amistosos jugados hasta la fecha no ha tenido rival, tanto por la calidad de sus hombres como por el hambre de victorias que muestran sus componentes. La piedra de toque del próximo 22 de agosto frente a Estados Unidos nos puede dar definitivamente la medida de sus posibilidades.
De momento, todos seguimos soñando con repetir el oro nipón. Que nadie nos quite el sueño…
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