Las trampas en el fútbol, o cómo vale todo para ganar

  • ¿Juego limpio o picaresca? La UEFA apuesta, sin duda, por lo primero, y por este motivo, cualquier espectador avispado descubrirá una cara nueva en el banquillo del Barcelona en el Parken Stadion de Copenhague. El canterano Miño sustituirá al portero suplente Pinto, sancionado con dos partidos por silbar imitando al árbitro para engañar a un rival en el anterior partido de Champions. Su treta es una más en un deporte donde las trampas están a la orden del día.
El portero del Barcelona Pinto ha sido sancionado con dos partidos por silbar imitando al árbitro para confundir a un rival
El portero del Barcelona Pinto ha sido sancionado con dos partidos por silbar imitando al árbitro para confundir a un rival
Jorge Ramírez Orsikowsky

El fútbol es un deporte de pillos. Estas siete palabras sirven a muchos aficionados, entrenadores y jugadores para justificar el que se intente engañar a los árbitros o a los rivales en los partidos de fútbol; esta simple frase los lleva incluso a aplaudir las tretas de los infractores siempre que les beneficien. La de Pinto ha sido la última, aunque tampoco ha sido novedosa porque ya Lozano hizo lo mismo en un partido del Valladolid en el Bernabéu. Las cámaras, en los dos casos, cazaron al fullero alardeando de su astucia.

Al hablar de trampas, hay algunas que han creado escuela. La célebre Mano de Dios de Maradona en el Mundial de México dio la vuelta al mundo. El Pelusa no ha sido el único que ha probado el 'arte' de transformar el fútbol en balonmano. El heredero de Maradona, Messi, casi dio una Liga al Barcelona de esa forma, y el yerno, Agüero, también palmeó el balón con la camiseta del Atlético. El entonces madridista Raúl marcó así en Champions y fue sancionado con un encuentro, y Henry clasificó a Francia para el último Mundial tras acunar el esférico con el brazo.

Enrique Martín, siendo entrenador del Leganés, fue un paso más allá. En 1999, en un partido contra el Badajoz, decidió cortar un contragolpe metiéndose en el terreno de juego y arrebatando el balón a Sabino, que corría por la banda sin enemigos cerca, o eso creía él. Le cayeron 10 partidos de sanción por esa innoble patadita al esférico, que finalmente se quedaron en seis, pero evitó el empate del Badajoz en ese encuentro. ¿Que pasaría si alguien lo hiciese en una final de un torneo? 

La simulación de penaltis y agresiones, un clásico

Si hablásemos de piscineros, aquellos jugadores que tienden a desfallecer cuando pisan el área rival y sienten el menor contacto, o lo imaginan, la lista sería interminable porque cada jornada se ve algún caso. Es curioso, pero en los últimos tiempos se ha extendido esta práctica al resto del campo. Por un lado, para cortar los contragolpes del contrario, práctica que ha llevado a la FIFA a dejar en manos del árbitro la posibilidad de detener el juego cuando hay un jugador tendido en el césped, circunstancia que aumenta exponencialmente en la recta final de los partidos.

Por otro lado, cada vez son más los futbolistas que simulan agresiones. Famoso es el caso de Dida, que en un partido del Milan, se fue al suelo con estrépito al sentir una caricia de un hincha del Celtic que había saltado al campo. Le cayeron dos partidos de sanción, 10 menos que a otro portero, Ceballos, desgraciado protagonista de uno de los hechos más vergonzosos del fútbol español. El guardameta del Racing juntó su cabeza, desafiante, a la del árbitro Prados García en un Racing-Zaragoza, y el colegiado se desplomó como un saco de patatas. La expulsión se entendió porque el trencilla fue consecuente con su farsa, pero la sanción de los comités deportivos fue una aberración.

Aunque, para simulaciones escandalosas, la del portero chileno Rojas, que en un partido contra la selección brasileña en 1989, hizo creer a todo el mundo que le había alcanzado una bengala lanzada desde la grada. Hasta él mismo se hizo un corte en la ceja para dar más realismo al incidente. Su equipo abandonó el partido y la FIFA sancionó a perpetuidad a Rojas cuando se descubrió el pastel, aunque lo amnistió 11 años después.

De los alfireres a las bebidas con somníferos

Varios futbolistas han pasado a la posteridad por usar alfileres para clavárselos a los rivales. Uno fue el mexicano Hugo Sánchez y otro el argentino Bilardo. Esta dolorosa forma de pinchar, nunca mejor dicho, a los rivales, se queda en una broma con otra trampa ideada por el segundo. Bilardo, conocido por algo tan caballeroso como "al enemigo, ni agua", ¡pisalo, pisalo", perla que dejó cuando entrenaba al Sevilla, es también famoso por un fraude de mucho mayor alcance.

En el Mundial de 1990, en Italia, se enfrentaron en octavos de final Brasil y Argentina. Branco, de la canarinha, bebió del agua que le ofrecieron desde el banquillo de la albiceleste sin sospechar que había un somnífero mezclado con el líquido. Basualdo y Maradona (otra vez él), rconocieron en 2005 esta estafa entre risas. A Branco, que siempre había dicho que lo drogaron, seguro que no le hizo ninguna gracia tan lamentable testimonio, aunque ratificara su denuncia.

Esa lengua tan larga de algunos jugadores

A falta de alfileres para sacar de quicio a los jugadores del otro equipo, basta con mentarles a la madre, al padre o a sus ancestros para provocar furibundas reacciones. A Materazzi le funcionó con Zidane en la final del Mundial de Alemania en 2006. De hecho, el duro central combinó esa estratagema con la de exagerar el cabezazo del francés, que existió pero no tumbaría a un hombretón como el italiano.

Más original, y sin duda muchísimo más educado, era Píter, un defensa del Comercial de Brasil, que cada vez que marcaba a Pelé lo enternecía haciendo la pelota a su familia. "¿Cómo está su madre, doña Celeste? ¿Y su padre, Dondinho?" Al parecer le funcionaba, y sin duda hasta Pelé lo agradecía, que no debe ser fácil aguantarse ante los insultos, sean de los rivales o de la grada.

Trampas de toda la vida

El manguerazo para dificultar el juego del rival, o el achicamiento del terreno de juego, son tretas que existen desde que el fútbol es fútbol. La segunda ya no está permitida y en la Liga 2007/08, se disputó un partido en San Mamés con una doble línea en las bandas, una pintada de verde y otra no, porque el Athletic quiso reducir las dimensiones del campo y el árbitro dijo que nones porque, como explica el reglamento, no se pueden cambiar las medidas del rectángulo una vez que empieza la temporada.

La labor de los recogepelotas también está ligada a muchas fullerías. Cuando el equipo de casa pierde, los chavales tienen una celeridad para devolver el balón inversamente proporcional a la que demuestran cuando gana. Entonces, desaparecen los balones, o aparecen dos en el campo para frenar el juego.

Una variante de esta táctica se vio en enero de 2008 en un Roma-Palermo. En el tiempo de descuento, un chaval de 14 años llamado Gianluca saltó las vallas publicitarias para poner el balón en el córner y permitir a su equipo sacar rápido sorprendiendo a la defensa palermitana. Ese tanto fue bautizado como el gol del raccattapalle, y generó mucha controversia porque los recogepelotas no pueden sobrepasar esas vallas. Al final no pasó nada, el Roma se quedó los puntos y el niño tuvo sus cinco minutos de gloria.

¿Juego limpio o picaresca? La FIFA y la UEFA lo tienen muy difícil para erradicar algo que está ligado al fútbol. Ni siquiera los máximos organismos pueden presumir de justicia porque defienden contra viento y marea que no se aplique la tecnología al fútbol para resolver los fuera de juego o los goles fantasma. Pero ésa es otra historia igual de larga.

 

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