Ralph Craig nunca será recordado junto al elenco de grandes velocistas que han participado en los Juegos. Jamás se pondrá su nombre a la altura de los Jesse Owens, Carl Lewis, Michael Johnson o Usain Bolt. Sin embargo, gracias a que él y unos cuantos atletas más comenzaron a medirse en las series de velocidad, a día de hoy podemos disfrutar del espectáculo que ofrecen los 100 y 200 metros.
Craig, que compitió durante toda su vida representando a la Universidad de Michigan acudió a los Juegos de Estocolmo de 1912, después de haber obtenido varios éxitos en carreras universitarias americanas. Llegó a los Juegos como el segundo favorito, tras un Donald Lippincott que estableció un nuevo récord del mundo en la primera ronda al correr los 100 metros en 10,6 y que sólo tenía 18 años.
Ambos superaron esa primera fase y la semifinal sin excesivos problemas, siendo primeros en sus respectivas series. En la final los nervios de los participantes se unieron a la incompetencia de los jueces para acabar ofreciendo un espectáculo lamentable: hasta siete salidas falsas se dieron en aquella final. En una de ellas, Lippincott y Craig recorrieron los cien metros, por si acaso.
Gracias a este precedente, la Asociación Internacional de Federaciones Atléticas y el Comité Olímpico Internacional empezaron a barajar la posiblidad de cambiar la regla de las salidas falsas y de mejorar la tecnología con la que medir si una salida era legal o no.
En cualquier caso, aquel hectómetro marcado por esas siete salidas nulas lo acabó ganando Craig, por delante de Alvah Meyer y Donald Lippincott, en lo que suponía el triplete para los Estados Unidos. Días más tarde, Craig repitió éxito en los 200 metros, donde Lippincott sólo pudo ser segundo con una marca de 21,8 segundos, una décima peor que el registro de Craig.
Ralph decidió retirarse del atletismo una vez finalizados los Juegos, pese a sólo contar con 22 años. Años más tarde, eso sí, volvió a los Juegos como miembro del equipo americano de vela en Londres 48', aunque no llegó a participar en minguna de las competiciones. En cualquier caso, su aportación ya estaba hecha: se erigió como el hombre más rápido de la Tierra, dándole a dicho título un valor que, poco a poco, ha ido aumentando hasta ser el mayor atractivo de cada edición de los Juegos Olímpicos.
Manu Albarrán
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