Se juegan la vida cada vez que se adentran en las tripas de la tierra, para rescatar el mineral que servirá al pueblo después para iluminarse, para vivir. Los mineros llevan la profesión en las venas, de padres a hijos, y nadie más que el carbónsabe las razones por las que les elige llevarlos a sus entrañas, a sus secretos.
Fernando Frade González tenía 27 años, pero era heredero de una estirpe de seres humanos extraordinarios ante cuya presencia el urbanita se estremece. Su juventud ha sido el precio que la mina se ha cobrado este martes, la defensa rabiosa de la misma tierra por el carbón que le arrancan. Su venganza.
En la mina de Carballo, en Cangas del Narcea, la explosión en la escombrera ha segado la vida de Fernando, cuyo cuerpo sin vida han encontrado dos compañeros. Aún no había salido el sol.
No podemos quedarnos en el luto frío de los comunicados, de los pésames oficiales, de las palabras huecas de quienes no han metido su cuerpo jamás en la oscuridad del pozo.
El cuerpo del minero se enraiza en la carne de la sociedad, y cuando dicen adiós a la luz se les taponan los oídos, huelen la humedad penetrante, se les entumece la piel, las pupilas se dilatan, y mastican el esfuerzo que requiere escarbar en los túneles y en la historia de una profesión a la que van matando, poco a poco.
No hay nada más duro que un minero. Y por eso puede que a Fernando estas palabras le hicieran torcer el gesto, pero no queda más remedio que rendir homenaje. Cientos de amigos le dicen adiós este martes con más rabia que lágrimas, y recordarán a la chica que amaba, su pasión por el Sporting de Gijón(sobre todo por Jony), por el guaje Villa, su buen humor y su compañerismo.
Y esta pasión pasa de padres a hijos, de generación en generación, no es un mero oficio. Es un veneno que se les mete en la sangre a estos hijos de Santa Bárbara, a la que cuando han despedir a uno de los suyos maldicen como si no hubiera un mañana.
Pero mañana habrá de nuevo que bajar a las tripas de la mina, y abrir bien los ojos y oídos, borrar de la cabeza el miedo y la imagen de Fernando. Esa es la grandeza y la miseria de los hombres que se atreven a robar a la tierra, y que mueren por ello.
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