La clase alta, a la baja

  • Tocaron el cielogracias a labonanzaeconómica, que lesaupó al carro delos ricos. Pero lacrisis les haembarcado en unparticular viaje alinfierno. Son los aprendices de millonario, nacidos al calor del boom inmobiliario, en cuyo fuego han terminado quemándose.
Valetín Bustos/Revista Capital

En un lugar de La Mancha, frontera entre Toledo y Cuenca, hace no mucho vivía un constructor de éxito. Gracias al boom del ladrillo, su plantilla se multiplicó como el milagro de los panes y de los peces: de un par de cuadrillas a casi 150 trabajadores. Unas particulares hormiguitas que, cada mañana, ponían rumbo a diferentes obras en la Comunidad de Madrid a lomos de una extensa flota de furgonetas.

Así, granito a granito, este particular Tío Gilito adquirió dos Audi de más de 60.000 euros, amuebló su casa con todo lujo de detalles, llevó de vacaciones a toda la familia (abuelos, hijos, nietos, hijos políticos…) y celebró multitudinarias fiestas de cumpleaños.

Pero estalló la burbuja inmobiliaria, y las mieles se volvieron hieles: despidos, denuncias por impagos… ¡Hasta tuvo que pedir dinero prestado a su yerno para que no le embargaran los Audi! “Nuevos ricos que vivían como magnates, caso de la gente del ladrillo o los especuladores bursátiles, ya se han arruinado. Sobre todo los que llegaron al final del boom inmobiliario, porque los del principio se forraron”, subraya el sociólogo Amando de Miguel.

Una plaga, la de la crisis financiera e inmobiliaria, que ha acabado con algunos aprendices de millonarios en los dos últimos años. Así, el número de personas que gestionaban más de 720.000 euros de patrimonio (un millón de dólares), sin contar primera vivienda y consumibles, cayó un 21% en 2008, pasando 161.000 a 127.000, según Merrill Lynch.

Una tendencia que continuó en 2009, menguando otro 18%, hasta las 97.000 personas, según la inmobiliaria Knight Frank y Citibank. Y para 2010 no está previsto que se apaguen las llamas de tan particular infierno.

Una pira cuyos terribles efectos también se han dejado sentir en la banca privada (aquélla que presta servicios de asesoría a empresas y clientes de rentas altas), reduciéndo el volumen de sus arcas en 106.457 millones de euros. Dicho de otra manera, desaparecieron casi 104.000 personas que poseían un patrimonio financiero superior a 300.000 euros.

No hay duda. La peste de la crisis ha acabado con un buen puñado de ricos en España. Pero, ¿a quién se puede considerar clase alta? ¿A los que tienen 300.000, o a quienes superan los 700.000 euros? ¿A aquel que se ha enriquecido bruscamente y ha hecho ostentación de su dinero, o a quien desde la cuna lleva grabado en la frente el símbolo del euro?

Porque encontrar una única definición para clase alta es tan difícil como descubrir la piedra filosofal: por renta, por propiedades, por conocimiento, por estilo de vida… “Se trata de un colectivo nada homogéneo, por lo que es posible hablar de ricos de primera y de segunda, super ricos, ricos, y menos ricos”, apunta Juan Díez Nicolás, catedrático emérito de Sociología la Universidad Complutense.

Un listón nada justo

Al igual que en una colmena, donde se sabe quién es la abeja reina, o quién desempeña el papel de obrera o zángano, entre los acaudalados tienen muy claro quiénes juegan en su equipo y quiénes no. Así quedó demostrado ya en diferentes estudios realizados a mediados del siglo XX en Estados Unidos.

Por una parte, la clase alta veía como un todo uniforme a la clase baja, pero se diferenciaban entre sí en aristocracia tradicional, nuevos ricos, o clase alta industrial. Mientras que la clase baja contemplaba a los potentados como un todo homogéneo, aunque entre ellos se distinguían en pobres de solemnidad o pobres sin servicios básicos como luz o agua.

¿Dónde está el listón para ser considerado clase alta? Una primera aproximación la ofrece la Administración, que sitúa el umbral de riqueza familiar en 45.000 euros anuales. “Eso sí, no aclara si brutos o netos”, indica Juan José de los Mozos, presidente de la Asociación Española de Asesores Fiscales y Gestores Tributarios (Asefiget).

Hagamos trabajar a la calculadora. Descontemos el IRPF, la Seguridad Social, el arrendamiento o la hipoteca, los gastos fijos como la luz, el teléfono o el agua… Más otros desembolsos como seguros, traslados o vestimenta.

“Con 45.000 euros, una familia de cuatro miembros malvive en Madrid. En las grandes ciudades y zonas limítrofes, ese escalón debería de estar por encima de los 30.000 euros netos anuales por persona componente de la unidad familiar”, añade el presidente de Asefiget.

Claro que no es lo mismo residir en Madrid, Barcelona o Valencia, que en Calatayud, Tarancón o Vitigudino. “Ser clase alta no depende sólo del nivel de ingresos, también de la localización”, apostilla José María Mollinedo, secretario general de Gestha, la asociación de técnicos del Ministerio de Hacienda.

Por tanto, a quienes sobreviven mes a mes en una gran ciudad no se les puede considerar pudientes, aunque así lo considere la Administración. Entonces, ¿quiénes integrarían la clase alta? Para el presidente de Asefiget, la formarían aquellos que pueden permitirse lujos de forma permanente.

¿Traducido a euros? “Quien percibe unos ingresos continuados en el tiempo entre 200.000 y 300.000 euros anuales podría considerarse rico o clase alta”, matiza el secretario general de Gestha. Una cifra bastante más acorde con la realidad.

Por nómina o por patrimonio

Dos son las fuentes de las que beben quienes perciben estas cantidades: hasta 300.000 euros, principalmente de las rentas del trabajo (directivos, profesionales…). “El menor volumen de beneficio de las empresas habrá mermado sus ingresos tradicionales al tener menos bonus”, apunta el secretario general de Gestha. Y, a partir de ahí, de las rentas de capital.

Un dato: el 70% de los ingresos de quienes tienen rentas superiores a 600.000 euros proceden de ganancias patrimoniales.  Un grupo de privilegiados cuyo número oscila entre 9.000 y 9.500 personas.

“Los auténticos ricos tienen su patrimonio protegido y a salvo, debido a la calidad de la información que poseen, al asesoramiento y a la diversificación, no sólo en distintos sectores, sino también en diferentes países”, indica el presidente de Asefiget.

Todo lo contrario que muchos ricos nacidos al albor del ladrillo que, llevados por su avaricia, no supieron frenar a tiempo. Compras de suelo a precios desorbitados (cuyo valor ha menguado de forma considerable), falta de financiación propia, excesiva dependencia de los bancos en sus adquisiciones, más una vida disoluta, acabaron escribiendo su particular epitafio.

¿Y en qué cestas ponen sus huevos los ricos? Mercados de renta fija y renta variable nacional e internacional, warrants, derivados, acciones, unit links, planes de pensiones, inmuebles…

“La aristocracia, o la vieja clase alta, tiene su patrimonio colocado de forma diversificada en fincas, cuadros o propiedades inmobiliarias incluso en el extranjero, en lugares donde nunca van a bajar de precio”, señala María Antonia García de León, profesora emérita de Sociología de la Universidad Complutense.

Aunque nadie está a salvo de la quema. Esas preferencias quedan patentes en las estadísticas del Impuesto de Patrimonio de 2007, las últimas disponibles antes de su desaparición.

Más de 850.000 personas declararon bienes inmuebles por valor de casi 170.000 millones de euros, mientras que casi 950.000 dijeron tener alrededor de 536.000 millones de euros en capital mobiliario (dividendos, bonos, letras, pagarés, arrendamientos…).

Por el contrario, sólo 127.000 ciudadanos declararon vehículos o joyas, y escasamente 1.600 (menos del 1%) dijeron poseer obras de arte o antigüedades. ¿La razón? Suelen estar a nombre de sociedades instrumentales, de renting, o simplemente no se declaran. “La ley ha permitido a las grandes fortunas tener instrumentos para esconder bien parte de sus ingresos”, afirma el secretario general de Gestha.

Por ejemplo, mediante sicav o la interposición de redes de sociedades. Pero ni siquiera estas sociedades de inversión de capital variable con importantes ventajas fiscales han sido inmunes a la crisis. Desde finales de 2008, a junio de 2010, su número se ha reducido de 3.350 a 3.200.

No son las únicas herramientas legales a su disposición. También están las denominadas boutiques financieras, entidades que dan un servicio concreto (asesoramiento de inversiones y planificación patrimonial; no fondos ni productos bancarios), o las family offices, que trabajan en exclusiva para una gran fortuna buscando las entidades que ofrezcan la mejor solución a sus necesidades de inversión (Amancio Ortega las utiliza, por ejemplo).

Un lujo que sólo está al alcance de un 1% de los españoles. “La clase alta se defiende de mil maneras, la clase baja no. Por eso, el que es verdaderamente rico, un uno o un dos por ciento de la población, sigue mandado a sus hijos al extranjero a estudiar. Por el contrario, la clase acomodada, alrededor de un 20%, sí ha tenido que restringir gastos, entre ellos, no mandar a los niños al extranjero”, argumenta Amando de Miguel. ¿Y qué pasará si les suben los impuestos?

”Habrá una salida de capitales hacia donde existen mejores alternativas de inversión, de tributación e, incluso, de residencia. Todos sabemos dónde residen la mayoríade cantantes, artistas o deportistas de élite”, recuerda el presidente de Asefiget.

Resumiendo: como reza el dicho, siempre ha habido clases (incluso de ricos, podría añadirse). Una fauna de los más variada a la que el sociólogo Amando de Miguel añade una nueva especie: “La clase verdaderamente alta son los políticos que ponen impuestos a la clase alta”. Y ahí podrían encuadrarse desde el presidente del Gobierno, a todo su gabinete, diputados y senadores, presidentes autonómicos o alcaldes.

Si yo fuera rico…

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