Productores brasileños combinan la agropecuaria con la preservación ambiental

  • Producir alimentos a gran escala y al mismo tiempo preservar o recuperar parte de la vegetación nativa destruida años atrás por el avance de la frontera agrícola es el objetivo de algunos productores rurales brasileños decididos a reducir a cero sus pasivos ambientales.

Jaime Ortega Carrascal

Sorriso (Brasil), 23 sep.- Producir alimentos a gran escala y al mismo tiempo preservar o recuperar parte de la vegetación nativa destruida años atrás por el avance de la frontera agrícola es el objetivo de algunos productores rurales brasileños decididos a reducir a cero sus pasivos ambientales.

Uno de esos modelos de gestión puede verse en Sorriso, un próspero municipio de 66.500 habitantes fundado hace sólo 25 años en el centro del estado de Mato Grosso por descendientes de italianos y alemanes procedentes del sur de Brasil y donde algunos combinan la excelencia agropecuaria con el respeto al medio ambiente.

"Considero que la mayor riqueza que Brasil tiene es el agua y como hace años hubo mucha devastación de la naturaleza, en 1998 empecé el trabajo de reforestar las cuencas de agua y hoy tenemos un pasivo ambiental cero", dijo a Efe Darcy Getulio Ferrarin, propietario de la hacienda Santa María da Amazonía.

En la hacienda, de 13.289 hectáreas en las vastas llanuras de Mato Grosso, 7.950 hectáreas están dedicadas a la agricultura (soja, algodón, maíz y fríjol principalmente) y a la ganadería, y en las 5.340 restantes ha sido preservada la vegetación de la sabana predominante en la región.

Esa política de "agropecuaria responsable", como la define, permite que cerca de 2.400 cabezas de ganado engorden en pastizales rodeados por los bosques que cortan la hacienda y al mismo tiempo cumplir con los requisitos de preservación de selvas nativas previstos en el nuevo Código Forestal brasileño.

En Santa María da Amazonía nacen cabeceras de agua de afluentes del río Teles Pires y para preservarlas, Ferrarin reforestó las cuencas y construyó un vivero de cinco hectáreas en el que han sido plantadas 5.000 unidades de 80 especies de los biomas del Cerrado (sabana) y de la Amazonía, como el ipé rojo y el amarillo, la jacarandá o la figueira.

Ese programa, denominado "Sorriso Vivo", es una iniciativa del Club Amigos de la Tierra (CAT), del que forman parte varios productores rurales de la región, y que lleva a cabo además un programa de educación ambiental en el que participan la alcaldía y las escuelas públicas del municipio.

Los estudiantes van al vivero para aprender sobre la importancia de recursos naturales como los árboles y el agua, y de técnicas como la del plantío directo, que evita el uso del arado para no causar erosión.

Para fomentar en los escolares la conciencia ambiental, el CAT, creado hace nueve años, elabora también unas cartillas ilustradas en las que niños y animales salvajes son protagonistas de aventuras en la naturaleza y de campañas de protección del planeta.

Al CAT, que promueve además seminarios de intercambio de experiencias sobre gestión ambiental, se han sumado más de 50 productores rurales de Sorriso, nombre que en español quiere decir "sonrisa" pero que según sus habitantes se debe a que los primeros descendientes de italianos que llegaron a la zona decían que era un inmenso campo para producir "só riso" (sólo arroz).

"Existe la creencia de que la agropecuaria sólo destruye la naturaleza, pero la realidad es que hoy todos estamos preocupados por preservar el medio ambiente", apunta Ferrarin.

Sin embargo, el respeto al medio ambiente es reciente entre los grandes productores rurales de Sorriso pues Ferrarin cuenta que en 1998, cuando adquirió la propiedad, la mayor parte de la tierra estaba erosionada y los pastos para el ganado avanzaban sobre el bosque.

La devastación a gran escala comenzó en los años 60 como parte de una política de expansión agrícola a cualquier coste fomentada por el gobierno militar de la época para colonizar de la región centro-oeste, una de las más despobladas de Brasil.

Ferrarin recuerda que una campaña impulsada por el gobierno del general Joao Figueiredo (1979-1985), el último presidente militar de Brasil, prácticamente inducía a los colonos a destruir la vegetación para demostrar que estaban trabajando la tierra y así poder acceder a créditos oficiales para la agropecuaria.

"Plante que Joao garante (garantiza)" era el lema de esa campaña, relata Ferrarin, quien señala que por políticas como esa "muchos productores destruyeron los bosques" para años después darse cuenta de que "sin naturaleza no vivimos".

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