¿Y si la Semana Santa fuera una manifestación?

  • Han sido los nuevos populistas los que han vuelto a traer con virulencia el laicismo militante. Un laicismo agresivo que junto con un republicanismo ingenuo son parte de la lucha por desacreditar la transición.

    Estos nuevos populistas argumentan que las manifestaciones son un derecho. ¿Como interpretar a los miles y miles de personas (¿millones?) que participan y se agolpan en las procesiones de Semana Santa?

Imagen de la procesión de Jesús El Pobre en Madrid (PIERRE-PHILIPPE MARCOU / AFP)
Imagen de la procesión de Jesús El Pobre en Madrid (PIERRE-PHILIPPE MARCOU / AFP)
José Ramóm Pin Arboledas
José Ramóm Pin Arboledas

No hay que mezclar churras con merinas. La religión y la política no son la misma cosa. Ya lo dijo Jesucristo: dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del César. Pero a veces, en esta sociedad de imágenes, la tentación de dejarse llevar por las mismas es demasiado fuerte.

Los católicos españoles actuales (no siempre fue así) separan claramente sus creencias religiosas de sus preferencias políticas. Esa fue una de las virtudes de la transición. La Jerarquía católica de entonces se mostró no sólo indiferente sino, incluso, beligerante con la existencia de un partido católico o una democracia-cristiana. No quería una fuerza claramente confesional. Como tampoco quería otra claramente laicista. El pacto fue respetado tanto por derechas, como por centro e izquierdas durante casi cuarenta años.

Se declaró aconfesional al Estado, a la vez que se respetaba la mayoría social católica de la población. Los ministros juran o prometen según sus creencias y la asignatura de religión se convirtió en optativa. El Estado estableció relaciones con otras confesiones y se les reconoció un estatus especial en la sociedad.

Han sido los nuevos populistas los que han vuelto a traer con virulencia el laicismo militante. Un laicismo agresivo que junto con un republicanismo ingenuo son parte de la lucha por desacreditar la transición. Municipes que quieren desacralizar templos y los reclaman para actividades civiles, como si no fuera un costo mantenerlos como patrimonio cultural; diputados que atacan las procesiones; representantes democráticos que quieren quitar la misa de TVE; concejales que consideran despreciable acudir a unas y a otra; Comunidades Autónomas en contra de la educación concertada de manera clara o soterrada. Están en su derecho de expresar sus opiniones. Somos un país libre y democrático.

Pero también hay que ser coherentes. Estos nuevos populistas argumentan que las manifestaciones son un derecho y representan la voluntad del pueblo. En especial si esa manifestación es de los que ellos consideran los suyos. Arguyen que si se reúnen unos cientos de personas defendiendo, por ejemplo, la república, eso ya es suficiente como para interpretar que el pueblo la quiere. Basta que lo diga lo que ellos consideran que son la vanguardia social, para que su palabra deba transformarse en ley.

Pues bien, aplicando esa lógica ¿Como interpretar a los miles y miles de personas (¿millones?) que participan y se agolpan en las procesiones de Semana Santa? Deberíamos colegir de este hecho, mucho más multitudinario que el de sus manifestaciones, que el pueblo español quiere la confesionalidad del Estado, que quiere mantener el tratado con la Santa Sede llamado Concordato, que quiere crucifijos en las iglesias, ... No lo vamos a hacer, pero tampoco vamos a colegir lo contrario.

Ni España ha dejado de ser católica, ni quiere ser confesional. Mantener el respeto entre la Iglesia y el Estado, lo que se hizo en la transición es un buen equilibrio. Lo demás es un delirio de comecuras y rufianes trasnochados.

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