Así es la vida en el CETI de Melilla

    • Una Torre de Babel en la que conviven 30 nacionalidades.
    • Mujeres víctimas de trata, "bebés ancla"... sus historias destapan el drama de la inmigración.

CEAR comprueba la situación de solicitantes de asilo en Ceuta y en Melilla
CEAR comprueba la situación de solicitantes de asilo en Ceuta y en Melilla

¿Qué pasa cuando los inmigrantes cruzan la valla?¿A dónde llegan? Una vez los titulares dejan de colocarlos en primera, comienza la vida para todos los que han logrado el sueño perseguido durante años. El único motivo para emprender una travesía por todo un desierto, en muchos casos, años atrás.

Que el CETI de Melilla está desbordado (1150 personas para una capacidad de 480) lo acredita no sólo su director, Carlos Montero, sino también las seis tiendas de campaña que en su exterior se han convertido en un anexo para alojar a los nuevos inmigrantes que van llegando.
La fotografía refleja, una vez más, los contrastes de nuestro tiempo. Literas y tiendas de campaña comparten imagen con el campo de golf municipal, construido frente al centro.

La entrada a esta enorme Torre de Babel está prohibida a los periodistas. Inmigrantes de hasta 30 nacionalidades, sobre todo subsaharianos, conviven con sus historias. Y como una comunidad, también con sus conflictos. Porque el pasado pesa mucho en las relaciones que aquí se establecen. Su director no oculta que surgen pequeños roces, cosas normales de la convivencia, que los trabajadores sociales intentan resolver como pueden "no tenemos el tiempo que nos gustaría", lamenta. Son sólo siete para más de mil personas.

"El subsahariano ha tardado años en llegar, viviendo en el Gurugú en condiciones lamentables, mientras que los árabes, como los argelinos o los sirios, cruzan la frontera con un pasaporte falso. Su llegada es menos traumática". Y ese recelo se percibe también en la convicencia. Porque el drama une a niveles desconocidos para cualquiera, "Los que han convivido en el monte Gurugú antes de llegar aquí se encuentran en el centro. Saltan de alegría, se abrazan...". Otros compañeros, nunca llegan. ¿cuánto tiempo pueden esperar antes de intentar saltar la valla? La respuesta se concreta. Todo lo que haga falta. "Hay algunos que han estado viviendo cinco años en el monte. Que han sido trasladados por la policía hasta sesenta veces. Llegar aquí les supone hasta dos o tres años de viaje". La dureza adquiere otro concepto cuando de lo que se trata es de alcanzar sueño europeo.

"Se llevan, simplemente", resumeMontero. Él, teniente coronel del Ejército en excedencia, lleva apenas año y medio al frente del CETI de Melilla, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. Uno de los dos que existen en España. El otro es el de Ceuta, que está de momento menos saturado, pero también se las ingenia para acoger llegadas masivas. Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes. Lo de temporal, con reservas. Algunos inmigrantes llevan aquí hasta cinco años.

Por el camino, han dejado muchas cosas. También vidas. Una carrera de obstáculos controlada por redes mafiosas y delictivas, que, en cada punto, les exigen dinero para poder pasar al siguiente. ¿Y si no lo tienen? "Pues tendrán que conseguirlo de la forma que sea". Havlamos de delincuencia y sobre todo prostitución. Más aún en el caso de las mujeres, verdaderas "esclavas sexuales al servicio de los jefes de cada una de estas mafias".

Pero el CETI esconde más vida de la que uno se imagina. Un resurgir de sueños de los que alguna vez los vieron agotados por el camino. Para ellos, estar aquí es el primero. Llegar ha sido soñado, en la mayoría de los casos, desde que eran pequeños.

Y los niños... "nos preocupa el tema de los bebés ancla". Críos utilizados por las mafias porque con ello se permiten también tener ciertos privilegios. Pero esos niños, no son los suyos. "son comprados, algunos inmigrantes nos cuentan incluso que antes de embarcar les han puesto un bebé entre las manos". Niños arrancados de sus padres, o vendidos. Al llegar aquí, la paternidad se contrasta con una prueba de ADN y si los resultados no se corresponden, se envían a los servicios sociales de la ciudad autónoma. Allí están hasta que cumplen 18 años, luego, suelen regresar.

La vida en el CETI está tan estructurada como en cualquier otro centro. Horarios de entrada y salida, de comidas, de talleres y actividades. El personal de cocina trabaja a contrarreloj para atender una demanda inesperada. En todo el centro trabajan apenas 100 personas, lo pensado para una capacidad inicial de 480 personas que se ha visto desbordada. "Es un esfuerzo en cocina, en limpieza, en comedores. Todo se prepara para que esté listo para el día siguiente y eso nos supone un esfuero físico y económico enorme"

El tiempo se pasa entre clases, talleres y salidas del centro. A las siete y media se abre la barrera, y a las once y media se vuelve a cerrar. "Claro que hay gente que se queda fuera y nunca vuelve", cuenta Montero, "ahí no nos metemos".

El primer esfuerzo son las clases de español. Primer paso obligado para todos los inmigrantes. O eso se intenta. Porque la saturación del centro complica de nuevo atender a toda la demanda: "Tenemos colas para poder acceder de hasta tres meses. No tenemos capacidad", se lamenta. Montero con resignación, destapando una frustración disimulada. Las clases son impartidas por solo tres profesores de una ONG que colabora con el CETI. También se dan clases de artesanía, de jardinería... "Algunos no participan, depende del tiempo que pasen aquí", dice.

El centro funciona, en cierto modo, como una gran familia. Las madres dejan a sus hijos en la guardería que se ha habilitado en el CETI, si son más mayores, los dejan en el colegio. Y luego se les enseña que también los tienen que recoger, aclara Montero. Los pequeños reciben apoyo escolar, con maestros que vienen cada tarde al centro. A las cinco, la merienda para niños y embarazadas.

Casi idílico. Casi. "Muchas mujeres han sido objeto de la trata. Intentamos que nos lo cuenten, pero cuesta".

Montero habla siempre en general, y parece costarle contar historias concretas. Sí las hay, y muchas. "Una vez vinieron dos chicas, una tenía catorce años, otra veinte. Venían con una mujer mayor, que decía ser su madre. Les dijimos que deberían estar allí al menos un año, porque teníamos que hacerles pruebas de ADN y otros controles. La mayor dijo que nos quedásemos con la pequeña, y se fueron. Seguramente, la otra acabaría siendo explotada sexualmente"

La dureza vuelve. ¿Qué esperan encontrar aquí?", le preguntamos. La respuesta es sencilla. Mejorar su vida. "Pero les decimos que la situación económica es también complicada aquí. Ellos dicen que vivir debajo de un puente en España, es siempre mejor que hacerlo en su país"

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