El turismo en Cataluña no levanta cabeza tras un año del 17-A y el reto soberanista

  • Las tensiones independentistas acrecentaron el golpe sobre uno de los sectores más dinámicos de la autonomía, con caídas más intensas que París.
Imagen de turistas en Barcelona
Imagen de turistas en Barcelona

Se cumple en estos días el primer aniversario de uno de los mayores impactos que ha sufrido la sociedad catalana en su historia. El atentado terrorista del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils se notó también de forma inmediata en la economía catalana y en un sector clave como es el turismo. Poco después de aquella fecha, se añadiría un nuevo foco de desconfianza internacional, provocado esta vez por el independentismo al elevar el desafío soberanista contra el Estado. Un año después, se puede comprobar cómo la economía no solo se ha resentido de ambos golpes, sino que en algunos aspectos todavía está muy por debajo de los valores de la primera mitad de año del 2017, que son los que realmente demuestran el potencial de Cataluña

El 17 de agosto de hace un año, Barcelona y Cambrils se convertían en noticia después de registrar un trágico ataque terrorista, en el que murieron hasta 16 personas. En una desgracia de tal calibre, el primer elemento que se resiente, en términos económicos, es obviamente el turismo. Los datos ofrecidos por el INE así lo reflejaron en su momento: las pernoctaciones se desplomaron un 9,2% en Barcelona, frente al crecimiento del 5,4% que había registrado en el mismo mes un año antes.

A un año del atentado, y cerca de 10 meses después del 1 de octubre, la economía catalana no se ha recuperado aún. En cuanto al turismo, la partida más afectada, el desplome supera en un 15% a la que sufrió París tras sus atentados. Los datos de ocupación en Cataluña, entre agosto y los últimos datos de junio, son de cinco puntos porcentuales por debajo de los de un año antes; esto es, una caída por encima del 7%. Un año después de los atentados de París, la caída del turismo se situó entre el 5% y el 6%, en función de la fuente. Por lo que Cataluña ya lo supera y todavía quedan unos meses por delante con una tendencia claramente bajista.  Y todo ello, pese a bajar los precios para ser más competitiva.

El principal problema de lo anterior es que, a priori, se podría achacar más la caída al 1 de octubre que al atentado. Pese a que el impacto inicial era inevitable, el turismo en Cataluña, especialmente en Barcelona, reaccionó con cifras bastante mejor que otras grandes ciudades europeas que han pasado por lo mismo. Por ejemplo, en septiembre de 2016, Barcelona recibió 1,787 millones de visitantes, entre nacionales y extranjeros, y en 2017 la cifra alcanzó los 1,812. En total, la caída fue del 1,3% frente al 2% que padeció la ciudad condal entre agosto de 2017 y un año antes.

Tras la mejora de septiembre, y en pleno desafío soberanista, el porcentaje sí se resintió con fuerza: entre octubre de 2017 y el mismo mes de un año antes, el número de pernoctaciones en Barcelona se hundió un 6%. Es decir, tres veces más que en el mes de agosto, e incluso con los precios a la baja (que atrajeron a más visitantes nacionales). El efecto fue a más, y entre octubre y noviembre Cataluña, como comunidad, perdió cerca de 85.000 viajeros respecto a un año antes, una caída del 3% interanual. Esta caída fue la más pronunciada de España.

El problema va más allá, dado que el turismo catalán no se ha recuperado ni siquiera tirando los precios. La evolución de la tasa de ocupación en la ciudad de Barcelona ha sido menor en todos los meses de 2018, frente a mismos meses de 2017. Además de que en todos ellos el número de días de estancia media ha sido menor a la registrada en los mismos meses de 2015, 2016 y 2017.

Gráfico estancias hoteleras en Cataluña mes de septiembre

El efecto de todo lo anterior es que los hoteleros han visto cómo los ingresos se han reducido, como se comprueba con la evolución del ingreso por habitación en Barcelona. Entre junio de 2015 y 2016, crecieron un 8,6%; un año después creció hasta un 19,8% y en 2018 esa misma cifra se ha desplomado un 6%. Por último, se comprueba que la caída de precios no ayuda a mejorar la tendencia, puesto que el peso de las pernoctaciones en territorio catalán en junio de 2018 fue el más bajo en los últimos cuatro años. Entre 2017 y 2018, el porcentaje de ciudadanos nacionales que pernoctaron en Cataluña se redujo hasta un 11,1%.

Los otros ejes económicos catalanes se resienten menos

La economía de Cataluña se sustenta sobre dos pilares principales: en primer lugar, sobre un tejido industrial bien diversificado y potente que la convierte en una potencia exportadora dentro de España. En segundo lugar, el eje del turismo. Se debe entender que Cataluña es una de las comunidades autónomas que más turistas recibe, por lo que su potencial dentro del sector económico más fuerte del país es enorme.

El trágico atentado de hace un año, como se ha comprobado a través de los datos del INE, afectó al segundo eje económico catalán. Un daño que se fue extendiendo con las aspiraciones independentistas y su confrontación con el Estado español. Eso sí, el primer pilar económico ha resistido especialmente bien ambos embistes. Gracias a ello, en parte, debe Cataluña que su economía se haya resentido menos de lo esperado, pese a que organismos como la AIReF destacaran que el procés, más que el atentado, afectaría a la economía catalana.

La respuesta a lo anterior está en que los indicadores de crecimiento le dan mucho peso al consumo, partida más volátil que la inversión y la producción. Mientras que en octubre el turismo se frenaba, la industria catalana crecía muy por encima del resto. En octubre y noviembre, la AIReF cuantificó hasta una posible caída del PIB catalán en 4 décimas. La razón era que el consumo podría resentirse por el efecto de los atentados, en menor medida, y la incertidumbre política.

El consumo, ante dudas puntuales, se contrae, pero si no se alarga es normal que vuelva a la senda. La clave en este punto está en si dicha incertidumbre se alarga en el tiempo, puesto que en ese caso afecta a la producción por dos vías: por un lado, porque la industria no consigue dar salida a sus productos. Por otro, porque al vender menos se decide invertir menos, por lo que es imposible mantener el mismo nivel de producción. En el caso catalán, el hecho de ser una economía eminentemente exportadora, y que el resto de España crecía con fuerza, hizo de colchón para la industria y con ello para la economía catalana.

Inversión exterior y empresas

Pese a que la marcha no ha sido tan mala, el atentado y después el procés si han afectado con fuerza a otras partidas catalanas. Una de las que más impactó, por su volumen, es el de la Inversión Extranjera, que se derrumbó en 2017, con más fuerza en el segundo semestre del año. Justo coincidiendo con los dos eventos adversos a la economía catalana.

En el cómputo global del año, la inversión extranjera en la comunidad autónoma se redujo un 40%, desde los 5.138 millones en 2016 a los 3.093 millones de 2017. Si se centra la lupa y se divide el año pasado en sus dos semestres, se aprecia que el mayor desplome se produce en el segundo. De hecho, en el primero crece, al pasar de 1.303 millones entre enero y junio de 2016 a 1.572 en el mismo periodo de 2017. En el segundo, el desplome alcanza el 60,3% y pasa de los 3.835 millones a los 1.521 con los que acaba 2017. Aunque se debe matizar que el efecto viene muy marcado por la volatilidad que caracteriza a los datos de inversión extranjera.

Por último, ha sido el efecto sobre las empresas el que más atención ha atraído. Por un lado, porque aquellas que han cambiado su sede local, también la fiscal, de Cataluña a otras regiones es muy alta. Los últimos datos, pese a la disparidad según la fuente, hablan de más de 5.000, en cifras del Colegio de Registradores; y en torno a 1.500 según el BORME.

El cambio de sede no implica un cambio de actividad, movimiento físico de establecimientos o fábricas, por lo que tampoco se ve reflejado en los datos de la economía. Aunque si bien el contexto termina por influir, y mucho, como demuestran los datos de creación de empresas, que están en su punto más bajo en los últimos cuatro años. Una situación que a más largo plazo puede acabar lastrando la economía catalana.

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