El hacinamiento y el frío convierten Zaatari en el refugio de la desesperanza

  • El campo de refugiados sirios de Zaatari amplía sus instalaciones a contrarreloj ante la avalancha de nuevos desplazados, que no ocultan su frustración por el hacinamiento y el creciente vandalismo en su "hogar" de Jordania.

Marina Villén

Campamento de Zaatari (Jordania), 30 ene.- El campo de refugiados sirios de Zaatari amplía sus instalaciones a contrarreloj ante la avalancha de nuevos desplazados, que no ocultan su frustración por el hacinamiento y el creciente vandalismo en su "hogar" de Jordania.

Construido para acoger inicialmente a 60.000 refugiados, Zaatari supera de lejos el máximo de su capacidad, por lo que las agencias humanitarias se afanan estos días en extender la zona en la que se recibe a los recién llegados y en habilitar nuevos espacios para tiendas.

Um Mohamed, una mujer de 50 años que llegó a Zaatari hace dos semanas acompañada por sus hijos y nietos, se queja de la precaria asistencia sanitaria, la masificación del campo y la dura climatología.

"Estoy enferma y mi hijo pequeño tiene gripe. No estamos recibiendo la ayuda médica adecuada. Prefiero regresar a Siria y morir allí que perecer de frío en Jordania", asegura a Efe la mujer, procedente de la provincia meridional de Deraa.

Mientras muestra su cartilla de racionamiento, Um Mohamed denuncia que también hay problemas para recibir la ayuda humanitaria, ya que la turba se abalanza sobre los camiones para hacerse con sus raciones.

La comida repartida incluye tres pedazos diarios de pan por persona y una caja con víveres para dos semanas con alubias, garbanzos, arroz, pasta, azúcar y té, entre otros alimentos.

Las grúas y los obreros trabajan para dar alojamiento a los cerca de 30.000 sirios que, se calcula, esperan al otro lado de la frontera, una cifra similar a la de refugiados que han entrado en el campo en el último mes, en el que se ha batido un nuevo récord.

La coordinadora del Alto Comisionado de Naciones Unidas para la los Refugiados (ACNUR) en Zaatari, Iris Blom, explica a Efe que el número de llegadas diarias se ha incrementado sustancialmente en la última quincena de enero, después de un descenso anterior del flujo debido a las nevadas.

"Los recién llegados están agotados e impacientes. Intentamos darles alojamiento con rapidez, pero los trámites del registro y la actual ampliación del campo requieren tiempo", lamenta Blom.

Zaatari se levanta a 85 kilómetros de Ammán, en una zona árida próxima a la frontera con Siria, donde uno de los principales problemas son las extremas temperaturas y la escasez de agua.

Para luchar contra el frío del invierno, a las jaimas de tela se han añadido placas metálicas para cortar el viento, una medida considerada insuficiente por muchos refugiados.

Algunos de los recién llegados y aquellos que perdieron sus tiendas durante las fuertes lluvias de principios de este mes, se alojan en la escuela, cada una de cuyas aulas acoge a tres familias.

Los pupitres amontonados, cubiertos con mantas, hacen de separación entre las familias, que cuentan con una pequeña cocina y colchones en el suelo para dormir.

Apoyado en una muleta, Abdalá Gayard explica a Efe que cuando entró en Zaatari sus parientes ya habían sido reubicados en la escuela al haber quedado arrasada su tienda por las tormentas.

Gayard resultó herido en la pierna durante los bombardeos sobre su casa en Deraa, por lo que permaneció en Siria para recibir primeros auxilios mientras su familia huía hacia Jordania.

En el patio de la escuela, entre la ropa tendida al sol, el joven Maleh Azal critica que "las condiciones del campo y la distribución de la ayuda humanitaria son muy malas", al tiempo que señala como grave problema sanitario los casos de tuberculosis detectados.

"El trato recibido es pésimo, es como si nos consideraran la causa del problema", dice Azal.

Este descontento general ha incitado actos de vandalismo en el campo, donde han sido destruidas una puerta y un muro, entre otros, según la responsable de ACNUR, que apunta como causa la "frustración" de sentirse desocupados.

Además, varios trabajadores humanitarios reconocieron a Efe que algunos refugiados están vendiendo ayuda humanitaria, como comida y mantas, a sus propios compatriotas.

Todo ello ha llevado a algunos como Rihan, de 17 años, a pedir el regreso a su lugar de origen, el suburbio damasceno de Yarmana, que ha sido blanco de numerosos atentados con coche bomba en los últimos meses.

La adolescente, que vive en el campo con sus padres y ocho hermanos, teme el regreso pero se muestra convencida: "A pesar de la violencia, preferimos vivir en Yarmana". EFE

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