El Rey que consolidó la Monarquía democrática con intuición y espontaneidad

  • Ramiro Fuente.

Ramiro Fuente.

Madrid, 2 jun.- Intuición, espontaneidad y capacidad para conectar con sus interlocutores destacaron desde muy pronto en la personalidad de don Juan Carlos, que abdica al cabo de casi 39 años de reinado, y contribuyeron de forma decisiva a consolidar la primera monarquía abiertamente democrática de la Historia de España.

Recibido tras la muerte de Franco entre los recelos de gran parte de los monárquicos y una mezcla de escepticismo y desprecio por parte de la izquierda, sorprendió a quienes le veían como un heredero del dictador condenado a durar poco como jefe del Estado al mostrarse pronto como el principal impulsor del desmantelamiento del régimen franquista y la consolidación de la democracia.

En este complejo proceso, plagado de obstáculos e intentos de desestabilización, resultó especialmente útil su habilidad para sintonizar con las inquietudes y preocupaciones de los distintos actores de la vida política nacional, representantes de ideologías a veces enfrentadas, animado por el objetivo de ser "el rey de todos los españoles", como le había insistido su padre tantos años.

La figura paterna de don Juan marcó siempre su carácter y aquel niño nacido en Roma en 1938, que con tres años vivió su primer traslado familiar, a Suiza, tras la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial, empezó muy pronto a asumir responsabilidades y a seguir una estricta y disciplinada educación, alejado de sus padres, a partir de su ingreso en un internado de Friburgo con ocho años.

Conservó desde entonces esa mirada triste que le ha acompañado en momentos clave, como su proclamación al frente del Estado o su decisiva intervención para salvaguardar la democracia constitucional el 23F, una mirada cuyo origen se remonta a la enorme carga de responsabilidad que se le exigió desde muy pronto y a la dureza con que se le educó.

La traumática muerte de su hermano Alfonso el Sábado de Gloria de 1956, al disparársele accidentalmente a don Juan Carlos la pistola con que jugaban, truncó la felicidad familiar en Estoril, si bien el momento en que se despidió de su infancia fue cuando, con diez años, salió de Lisboa en tren rumbo a España y pisó por primera vez suelo español en la estación de ferrocarril de Villaverde Alto.

El pulso de Franco con don Juan -tres meses antes tuvo lugar su encuentro a bordo del yate Azor en el que acordaron la formación del niño en España- condicionó a partir de entonces una vida tutelada por el dictador, que le trataba como el hijo que no había tenido, le cambió el nombre de Juanito por el de Juan Carlos y mantuvo con él una relación compleja, afectuosa pero difícil.

Educado desde pequeño para soportar el dolor en silencio -interiorizó que "un Borbón no llora más que en la cama", como le enseñó su padre-, forjó en esa etapa la fortaleza interior que le ayudó a afrontar las peores crisis de su reinado y a forzar el desenlace democrático de aquel 23 de febrero de 1981 con aparente calma, desde una soledad prácticamente absoluta.

Tras completar su formación militar en los tres Ejércitos y su preparación académica superior, comenzó una nueva vida al conocer a Sofía de Grecia, cuya forma de ser y actuar, prudente y guiada por la lógica y el sentido práctico, complementaba el carácter extravertido, intuitivo y espontáneo del joven Juan Carlos.

Cuando las Cortes aprueban la propuesta de Franco para que sea designado su sucesor a título de Rey, en julio de 1969, don Juan Carlos ya es padre de tres hijos y, a partir de ese momento y especialmente de su proclamación como soberano el 22 de noviembre de 1975, su vida familiar se desarrolla de forma inseparable a sus responsabilidades institucionales y las de la Reina.

Su relación de amistad y entendimiento con Adolfo Suárez en los difíciles años de la transición, con decisiones tan arriesgadas en aquel momento como la legalización del PCE, fue decisiva para llevar a buen puerto aquel proceso; y su actitud serena en la noche del 23F, clave para desactivar el golpe de Estado, le otorgó un prestigio y reconocimiento nacional e internacional difícil de superar.

El recuerdo de aquel momento histórico le ha acompañado desde entonces, tanto por los innumerables elogios que ha recibido durante décadas, en agradecimiento a su condición de "salvador de la democracia", como por las crecientes críticas que, en los últimos años, reclamaban su renuncia por considerar que su continuidad en la Jefatura del Estado había perdido la utilidad de aquellos tiempos.

La investigación judicial de su yerno, Iñaki Urdangarin -agravada con la imputación de la infanta Cristina- ha sometido en los últimos años sus actividades a un escrutinio público inédito hasta entonces, cuya verdadera dimensión descubrió de golpe en abril de 2012, en el hospital donde se recuperaba de la fractura sufrida en Botsuana durante una cacería.

Una vez asumida la sorpresa de comprobar cómo hasta en los sectores más afines a la Monarquía le reclamaban explicaciones y algún tipo de rectificación, aquel insólito "Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir" ha sido para él un punto de inflexión personal que ha marcado simbólicamente el inicio de la última etapa de su reinado: la de la transparencia.

Así, con el mismo espíritu de sacrificio con que siempre había entendido la condición de Rey como una responsabilidad a la que sólo la muerte permite renunciar, en los dos últimos años ha conservado el timón para ponerse al frente de un proceso de apertura plagado de obstáculos políticos, judiciales y físicos -sus frecuentes operaciones-, consciente al final de que ya sólo podía desembocar en un relevo y de que su último deber era elegir el momento adecuado.

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