La economía en colaboración prospera y empieza a verse como negocio atractivo

  • La crisis y la tecnología han propiciado el auge de la economía colaborativa, un fenómeno que no es nuevo, ya que supone compartir el coche, comprar bienes de segunda mano o recurrir al trueque, pero que empieza a tener alcance suficiente como para convertirse en un negocio atractivo.

Matilde Martínez

Madrid, 26 ene.- La crisis y la tecnología han propiciado el auge de la economía colaborativa, un fenómeno que no es nuevo, ya que supone compartir el coche, comprar bienes de segunda mano o recurrir al trueque, pero que empieza a tener alcance suficiente como para convertirse en un negocio atractivo.

El crecimiento de la economía en colaboración ha puesto también de manifiesto los problemas que limitan la expansión de un modelo que ofrece menos oportunidades de trabajo ligadas a la producción, que excluye a quienes no se desenvuelven en internet y que en muchos casos supone una actividad sumergida por la que no se tributa.

"Que el modelo tenga pegas significa que tenemos que pensar más para resolverlas, no que no sirva como alternativa", defiende la profesora de la Universidad Pontificia de Comillas, Carmen Valor, durante un encuentro en ICADE para debatir sobre las luces y las sombras de la economía en colaboración.

La economista explica que la crisis ha llevado a muchas personas a ganarse la vida de forma alternativa, con iniciativas que han resultado viables gracias al alcance y la visibilidad que les ha dado internet y las redes sociales, lo que ha permitido además acabar con el estigma de la colaboración como cosa de pobres.

Sin embargo, hace hincapié en que no son meras iniciativas comerciales impulsadas por la necesidad, sino que han dado lugar a todo un movimiento en que "laten otros valores" como la democratización, la cooperación, la sostenibilidad o "la vuelta al barrio", ideas que atraen a quienes tienen inquietudes sociales o ecológicas.

Por esta razón, Valor considera que el modelo se puede desvirtuar con la llegada de grandes empresas "oportunistas" a las que sólo les mueve el ánimo de lucro y nada les importa la dimensión transformadora de la economía en colaboración.

En el informe que Economistas sin fronteras (EsF) ha dedicado a este asunto, se pone como ejemplo Zipcar, servicio de vehículos compartidos nacido en Estados Unidos con el objeto de reducir la huella ecológica y ahora comprado por la multinacional de alquiler de coches Avis, o el caso de Ebay, que empezó vendiendo sólo objetos usados y en la actualidad ofrece todo tipo de productos.

En el mismo informe, el experto Albert Cañigueral considera que el ánimo de lucro y el dinero son los que han hecho posible la expansión del consumo colaborativo, que ya existía, pero funcionaba a una escala muy reducida.

En su opinión, es fundamental "establecer puentes" con la empresa convencional y señala como ejemplo el acuerdo de Citroën y Zilok en Francia para promover la movilidad compartida, si bien apunta a otros sectores donde la colaboración genera más fricción, como la relación entre las web de alojamientos de particulares para vacaciones y los hoteles tradicionales.

Para favorecer su expansión, Cañigueral apuesta por la regulación de algunos aspectos de este modelo, como la fiscalidad, que se encuentra en un "área gris".

Este asunto sale a relucir también en el encuentro en ICADE, en el que el sociólogo Luis Tamayo recalca que la economía colaborativa no es "antisistema", sino que se trata de una manera alternativa de organizarse dentro del sistema con el que convive.

Tamayo y Cañigueral forman parte de Ouishare, una organización sin ánimo de lucro que promueve proyectos de intercambio y colaboración, y que se mantiene conectada a través de Facebook.

"Si queremos que la economía de colaboración tenga recorrido a largo plazo debe estar más regulada y claramente fiscalizada", defiende Cañigueral, aunque una parte difícilmente saldrá del sector informal, la que utiliza como medio de pago el tiempo o las monedas sociales, que es la que más ha proliferado como consecuencia de la recesión y desempleo.

En este sentido, opina además que el Estado debería jugar un papel más activo como plataforma que facilite a la gente organizarse y para garantizar el acceso a quienes por razones sociales o económicas están excluidas de la economía conectada.

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