La tarde más caótica de Barajas

  • Mostradores de facturación y control de acceso, cerrados. Zona de embarque, en desalojo. Cientos de personas haciendo cola, sentados, tirados en el suelo. La huelga salvaje de los controladores aéreos ha causado las horas más anárquicas que se recuerdan en el aeropuerto de Madrid Barajas, el undécimo más transitado del mundo.
Fernando de Luis-Orueta

“Mi hijo se casa en Argentina”. “Damos un concierto el domingo”. “Nos han dejado sin puente”. “Me han echan pero no me devuelven la maleta”.Mil y una historias se escuchaban incesantemente entre los viajeros, a los trabajadores de tierra de las compañías, en el mostrador de información de AENA o, incluso, a los policías desplegados para asegurarse de que se mantenía la calma.

Y lo cierto es que, pese a la sensación de caos, los pasajeros ayer se hacían cargo de la situación: “Una azafata nos ha dado las gracias porque todos estábamos siendo amables con ella”, comenta una viajera. “Pero es normal, qué culpa tienen ellas”. Todos responsabilizan a los controladores y contra ellos dirigen sus quejas, algunos gritos e, incluso, cánticos.

En la planta de salidas de la T-4 el goteo de idas y venidas era constante. En los primeros momentos tras el cierre del espacio aéreo, seguían llegando viajeros que todavía no tenían noticias de la huelga. La mayor parte de ellos optaba por unirse a las kilométricas colas y otros daban media vuelta y volvía a Madrid en el mismo taxi.

Durante toda la tarde las pantallas no reflejaban la situación real de los vuelos, por lo que todo el mundo se posicionaba frente a su mostrador, sin importar que luciera el cartel de “Cerrado”. Los altavoces informaban del “abandono de los puestos de trabajo de los controladores”, pero sólo en castellano, hundiendo en el desconcierto a muchos extranjeros. Quienes tenían contratado un seguro de viaje abandonaban las colas de la compañía aérea y la cambiaban por la de AENA paran rellenar una hoja de reclamaciones con la que luego solicitar un reembolso o una indemnización.

Las salas de llegadas vivían los últimos rastros de normalidad. Los aviones con destino Madrid que ya estaban en vuelo cuando se decretó el cierre del espacio aéreo pudieron tomar tierra. Salían con sensación de alivio, como quien escapa por los pelos de un derrumbe. Poco a poco, estos afortunados empezaban a mezclarse con multitud de personas que habían sido desalojadas de los aviones antes de despegar y otras que ni siquiera llegaron a embarcar. Pero para ser un desahuciado también hace falta suerte: unos no habían conseguido recuperar su maleta y otros no sabían dónde pasarían la noche.

Quienes viajaban a Avilés, Málaga y otros destinos accesibles por carretera, se veían embarcando en un autobús. Un salto de tres cuartos de hora convertido por arte de huelga en un largo viaje nocturno. En el mostrador del vuelo a Bucarest los tripulantes hacen cola detrás del pasaje para obtener un bono de hotel para esta noche.

Minutos después de las nueve y media de la noche, Iberia anuncia la cancelación de todos sus vuelos hasta las 11 de la mañana de hoy sábado. Por fin. Nunca una anulación había sido tan deseada. Suponía un auténtico pasaporte a la libertad. “Hasta ahora hemos sido rehenes”, se quejaba una joven. Tener el vuelo cancelado permite volver a casa, pedir una recolocación o solicitar la devolución del billete. Aún así, multitud de personas han optado por dormir en al aeropuerto.

 

Por las puertas de Barajas van desfilando caras tristes, cansadas y, sobre todo, hastiadas. Unos volverán a intentarlo hoy. Otros renuncian a sus vacaciones. Y todos se quejan de que la arrogancia de unos pocos arruine la vida de muchos.

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