Los talibanes imponen su ley en las cárceles de Pakistán

  • Las cárceles paquistaníes están desbordadas entre presos comunes y talibanes a los que no tienen más remedio que entremezclar. Los integristas siguen teniendo contacto con sus socios en el exterior e imponen su ley a los demás presos sin que las autoridades consigan evitarlo.
Aamir Latif | GlobalPost

(Karachi, Pakistán). Sardar Khan lleva años languideciendo en la cárcel central de Karachi. En ese lugar atestado y peligroso, su único momento de felicidad fue cuando aprendió a tocar la guitarra, en el primer curso organizado por el destartalado sistema carcelario de Pakistán.

Khan, de 32 años, lleva tres años cumplidos de una sentencia de siete por robo armado. Cansado de la dura vida carcelaria, recibió con entusiasmo la posibilidad de aprender a tocar la guitarra, como parte de un programa iniciado por el Gobierno paquistaní para apartar a los internos de problemas.

Pero tan solo tres meses después de comenzar el curso, unos 200 presos talibanes recién transferidos al pabellón de Khan declararon las clases haram o prohibidas y exigieron que él y todos los demás dejasen de tocar.

“Primero nos advirtieron de serias consecuencias si continuábamos yendo a las clases de música”, dijo Khan, que fue golpeado severamente por militantes talibanes por negarse a dejar de ir a las clases de guitarra. “Dijeron que para un musulmán es haram escuchar o tocar música”.

Khan, con el recuperado optimismo hecho añicos, dice que aprender a tocar música le había proporcionado un cambio importante y positivo a su vida, tanto mental como físicamente.

“Era como aire fresco para mí y mis compañeros, que no queremos participar en las peleas de la prisión o en futuros planes de delitos”, explica, añadiendo que la música además le ayudó a dejar de fumar. “Realmente significó un cambio en la vida dentro de la cárcel”.

Las clases se comenzaron a impartir por recomendación de un comité para la reforma de las cárceles creado por el Gobierno paquistaní con el fin de hallar fórmulas que animen a los reclusos, especialmente a los más jóvenes, a permanecer alejados del extremismo religioso y de actividades delictivas.

Clases parecidas han sido programadas en otras cárceles del país, incluida la de la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhuwa, en la frontera con Afganistán y epicentro del activismo talibán. Pero esas clases también tuvieron que ser suspendidas por la presión de los miles de reclusos talibanes encerrados ahora en las atestadas cárceles paquistaníes.

La cárcel de Karachi contrató el año pasado a un profesor de música para introducir a un primer grupo de reclusos a una mezcla de instrumentos locales y occidentales. Sin embargo, los talibanes rápidamente arrasaron con el aula y destruyeron todas las guitarras, los teclados, los sitares y otros instrumentos. Temiendo por su seguridad personal, el profesor dejó el trabajo poco después del ataque.

“Como no hicimos caso a sus amenazas y seguimos yendo a las clases, nos golpearon y destrozaron los instrumentos antes de que el personal de seguridad llegara para salvarnos”, dice Sabir Ali, de 26 años, que sufrió moratones y cortes en la cara. Ali está en la cárcel por robo. “Presentamos quejas por vandalismo, pero las autoridades de la cárcel parecen impotentes”.

Los reclusos talibanes han logrado imponer con éxito su autoridad en muchas cárceles en Pakistán, convirtiendo algunos centros en bastiones de facto del talibán. Las autoridades carcelarias expresan su temor a mezclar a los talibanes con otros prisioneros, ya que esto puede suponer mayores riesgos de seguridad al tratar los extremistas de imponer su rígida ideología a todos los reclusos.

“Debería haber una cárcel separada pare esos prisioneros”, dice Nusrat Mangan, responsable de de la prisión central de Karachi, la mayor de Pakistán. “Si les mantenemos junto a los presos comunes es problemático, de muchas maneras”.

Aunque Mangan dice que los prisioneros talibanes en Karachi están teóricamente separados de los otros reclusos, la cárcel está tan llena que es casi imposible aplicar este aislamiento. La cárcel de Karachi tiene en estos momentos 3.800 reclusos, más del doble de su capacidad, de 1.800.

Muchos prisioneros talibanes pueden operar sin problemas desde sus celdas, explican vigilantes y reclusos. A Omar Saeed Sheikh, un militante con lazos estrechos con los talibanes y que fue sentenciado a muerte por el secuestro y asesinato del periodista del Wall Street Journal Daniel Pearl en 2002, le pillaron diseñando una campaña desde su celda para aumentar la tensión entre Pakistán e India, usando para ello un teléfono móvil introducido por contrabando.

Los agentes de la inteligencia, de hecho, dicen que la mala seguridad y la corrupción dentro del sistema carcelario permite a los talibanes encarcelados estar en contacto libremente con sus ayudantes en el exterior. Las autoridades lanzan ocasionalmente redadas para confiscar móviles, pero conseguir uno nuevo no es algo difícil para un prisionero que tenga unos cuantos miles de rupias extra.

Mangan dice que el defenestrado programa de música es tan solo un ejemplo del tipo de influencia que tienen los talibanes dentro del sistema carcelario de Pakistán.

“Fue el primer programa musical introducido jamás en una prisión en Pakistán. Funcionó realmente bien durante cuatro o cinco meses, y esperábamos que se fuese apuntando más y más gente”, reconoce. “No fue solo la violencia lo que acabó con nuestros planes, sino que los talibanes destruyeron casi todos los instrumentos musicales que habían donado algunos filántropos”.

Aún así, Mangan no tiene intención de rendirse y tiene intención de volver a las clases en cuanto logre un nuevo conjunto de instrumentos.

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