Portishead culmina un arrebatador regreso a Barcelona catorce años después

  • Catorce años después de su última actuación en Barcelona, Portishead regresó hoy a la capital catalana, como esos amantes que nunca acabaron de abandonar el lecho, en una arrebatadora velada donde la banda de referencia del "trip-hop" de los noventa culminó un descarnado canto al desarraigo sentimental.

Àlex Cubero

Barcelona, 22 jun.- Catorce años después de su última actuación en Barcelona, Portishead regresó hoy a la capital catalana, como esos amantes que nunca acabaron de abandonar el lecho, en una arrebatadora velada donde la banda de referencia del "trip-hop" de los noventa culminó un descarnado canto al desarraigo sentimental.

Tambaleada aún por la espectacular actuación de Madonna hace unos días, Barcelona quiso reposar esta vez las melancólicas composiciones de la banda británica, en la primera de las dos únicas actuaciones de este año en España, dentro de las cinco de su gira mundial.

Es Beth Gibbons la antítesis de Reina del Pop. No hay atisbo de sexualidad explícita, ni lujuria coreografiada a bombo, platillo, lentejuela y pectorales aceitosos. Portishead es aquel lamento rogado al oído del galán que abandona las sabanas sin despedirse en medio de la noche, entre lloros impotentes, silenciosos.

Quizás por eso con 'Silence' arrancó el grupo su concierto en un recinto del Poble Espanyol, casi repleto de almas que se tambalearon al ritmo de la angustiada voz de Gibbons, los virtuosos 'scratches' de Geoff Barrow y las cuerdas de Adrian Utley.

La banda que se erigió uno de los símbolos del trip-hop, etiqueta de la que ellos reniegan, se entregó a una velada veraniega tan básica como barroca, sin artificio alguno, pero repleta de esos recovecos sonoros que hicieron las delicias de sus seguidores a base de machetazos directos al corazón.

Porque nadie me quiere, es verdad, no como tú lo haces, recitó Gibbons a modo de súplica entre lágrimas vocales en 'Sour Times'. Los aplausos se desataban bajo el despejado capote nocturno barcelonés, junto a una orgía visual de imágenes vomitadas en una enorme pantalla posterior.

Los primeros planos del gélido rostro de la vocalista se entremezclaba con objetos deconstruidos, velocímetros disparados o animaciones a modo de fábula visual, entre colores sicodélicos que trasladaban a los asistentes a una realidad paralela en la que la descarriada voz de Gibbons es dictadora impasible.

Y en ese mundo irreal sobresalía ella, iluminada como nunca en 'Mysterons', aferrando el micrófono como si no existiera un mañana mientras el resto del escenario se teñía de azul. Alguien rompió su corazón una vez y el mundo deberá estar agradecido por ello, aunque en 'Wandering star' se acurrucara con la mirada perdida, cantando a todos que "se quedaran un rato más / para compartir su dolor".

Un instante detenido en el tiempo que culminó con un aullido interminable, primitivo, casi cavernario, que congeló a todos los presentes hasta desatar una ovación atronadora. Fue el despegue definitivo de un concierto intenso, completado en dieciséis actos mimados y pulidos a lo largo de hora y media.

No faltaron las letras de 'The Rip', 'Seven Months', 'Over' y, sobre todo, esa oda a la sensualidad descarnada llamada 'Glory Box', donde la banda se dejó el resto y el todo.

Más aún en unos bises que se hicieron de rogar, y donde Portishead regresó con una sentida 'Roads', en la que todos recordaron aquello de que si no hay nadie a nuestro lado para pelear en esta guerra es porque simplemente no supimos encontrar el camino.

Y con el pulso sanguíneo a ritmo de percusión de 'We carry on' y un escueto "gracias por venir y por todo", la banda de Bristol se despidió de una Barcelona en la que mañana volverán a tocar nuevamente. Como ese amante insensible que siempre regresa, sabedor de que su otro no puede ni siquiera atisbar a negarse.

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