El presidente del Gobierno pospuso la reforma laboral todo lo que pudo. Estuvo prácticamente toda una legislatura hablando de la necesidad de cambiar las normas que rigen el mercado laboral. Pero no fue hasta que Bruselas le dio un toque de atención cuando se puso manos a la obra.
En mayo Zapatero estaba ya bastante tocado. La presión de la Unión Europea le llevó a aprobar medidas que un socialista nunca hubiera imaginado, como el recorte de sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones. Saltaron chispas hasta en el PSOE.
Un mes después el Ejecutivo dio a conocer una reforma laboral que abarata el despido y generaliza el contrato indefinido con 33 días de indemnización frente a los 45 actuales. Fue el remate final que provocó la ruptura total con sus hasta entonces amigos UGT y CCOO.El Ejecutivo decidió aprobar la reforma por decreto y Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo le respondieron con una huelga para el 29 de septiembre.
Zapatero ya no pasará a la historia por ser el primer presidente de la Democracia a quien los sindicatos no convocan una huelga. Y por ella también –junto con las intenciones del Gobierno de ampliar la edad de jubilación de los 65 a 67 años- este año no ha acudido a la fiesta minera de Rodiezmo, una cita a la que nunca había faltado y en la que Zapatero reivindicaba sus políticas sociales a favor de los trabajadores.
En el Congreso, la reforma le dejó sólo. Ningún partido apoyó el decreto y para evitar que se lo rechazaran aceptó que se tramitara como proyecto de ley, es decir abrió un proceso de negociación con los grupos para que pudiera introducir algunas 'mejoras'.
La nueva reforma laboral dejó las alianzas parlamentarias más tocadas que nunca. Por eso ahora Zapatero está dedicado a restablecer sus relaciones con el PNV porque los Presupuestos son imprescindibles para poder terminar la legislatura.
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