El día en que París, Londres y Roma enterraron la Superliga

Los doce clubes que amenazaban con crear una ‘Superliga’ europea ingresaban antes de la pandemia 6.400 millones de euros. Un año después, la cifra se redujo a 5.568 millones, un 13% menos. Esta diferencia es la que ha derrumbado los cimientos futbolísticos de Europa, además de sumir en el desconcierto a los gobiernos de las grandes capitales del continente. El miedo ha cundido entre los doce gigantes del balón que ven temerosos como la pandemia puede cambiar radicalmente un negocio tocado de muerte por los efectos de la Covid, pero también por la burbuja en la que vive el arte del balompié desde hace un lustro.

El fútbol es un componente más del complejo entramado de intereses que juegan en la escena internacional, tanto por sus impresionantes datos económicos como por su fuerza social. Solo en nuestro país genera 549 millones de euros en derechos de televisión, 129 millones en entradas y más de 180.000 puestos de trabajo directos, a los que habría que sumar otros 838.000 indirectos. No se puede olvidar tampoco su contribución fiscal: 4.100 millones, el 75% del presupuesto destinado a educación en el Reino de España.

Pero además de estas magnitudes, el mundo del fútbol maneja otra variable mucho más compleja y poderosa: la geopolítica. Esto es lo que hace que este deporte trascienda del terreno de juego para convertirse en todo un fenómeno social y político. Solo así se entiende que los primeros ministros de los países más importantes de Europa puedan unirse en el mismo día contra un proyecto llamado a revolucionar por completo las competiciones futbolísticas, al menos tal y como las conocemos hoy en día.

El pastel es tan inmenso que ha convertido el fútbol europeo en el objetivo de grandes fortunas y fondos de inversión árabes, chinos e incluso americanos. Un dinero fresco que, en algunos casos, sirve para enjuagar grandes deudas y que, en otros, busca construir de la nada equipos con capacidad para competir con los grandes. Ganar sobre el terreno de juego, jugar en la liga de los mayores.

Londres: Johnson ‘el rápido’

El Gobierno de Boris Johnson fue el primero en darse la vuelta. Paradójicamente, la liga inglesa aportaba seis clubes a la Superliga: Arsenal, Chelsea, Manchester City, Manchester United, Liverpool y Tottenham Hotspur.

Una pequeña radiografía del elenco futbolístico británico nos muestra que tan solo el propietario del Manchester City, Mansour bin Zeyed Al Nahayan, tiene el respaldo del poderoso Abu Dhabi Investment Group, un fondo emiratí con capacidad suficiente para acometer proyectos futbolísticos en cualquier lugar del mundo. El resto tienen como dueños a fortunas como la de Stan Kroenke del Arsenal, Abramovich del Chelsea, la familia Glazer en el Liverpool y la corporación Lindsell Train, dueña del Manchester United. A priori, Londres debería ser partidaria de crear una competición que proporcionara estabilidad a sus equipos estrella. Sin embargo, la liga inglesa oculta gran parte de la inversión de fondos árabes y norteamericanos en equipos de rango medio.

El Leicester City fue objeto de una compra por parte de Vichai Srivaddhanaprabha’s, un multimillonario tailandés en 2010. Los Wolverhampton Wanderers sufrieron el desembarco del fondo de inversión chino Fosun International en 2016 y gran parte de los clubes inscritos en la Premier League tiene participación de fondos de inversión o multimillonarios americanos, chinos o árabes.

De salir adelante la Superliga, todos estos clubes, incluida su inversión multimillonaria, saltarían por los aires al tener vetada su participación en una competición en la que al menos 15 de las 20 plazas ya estarían ocupadas. Además de las presiones en la calle de los aficionados del City, único equipo de los clubes ingleses de la ‘Superliga’ con participación de un fondo, Downing Street tuvo que lidiar con las llamadas y toques de atención de los clubes menores participados por fondos de inversión extranjeros, al grito unísono de: “Johnson, ¿dónde están mis millones?”

Francia: Macron ‘el meritorio’

Si hubo una declaración que detonó la liga de los grandes esa fue la del presidente francés, Emmanuelle Macron. La ‘Superliga’ “(…) amenaza al principio de solidaridad y mérito deportivo”. El líder francés estaba en el ojo del huracán, puesto que el PSG aún no se había adherido explícitamente a la rebelión de los gigantes. El club es propiedad de Nasser Al-Khelaïfi, perteneciente al fondo soberano Qatar Investment Autohority. Khelaïfi mantiene una cruzada personal y presupuestaria para ganar una Champions a cualquier precio. Se estima que, en los últimos 10 años, el magnate petrolero ha podido gastar más de 1.000 millones de euros en hacer un equipo para alzar la copa europea. Solo en Neymar el catarí empeñó 220 millones de euros.

Francia parece ser el centro de atención de los grandes movimientos millonarios de fondos árabes interesados en el fútbol. Un campeonato menos competitivo hace que las inversiones necesarias para hacerse con un club sean menores. En los últimos 5 años se han registrado más de 15 adquisiciones de equipos de fútbol por parte de capital extranjero en el país vecino. Así, el 20% del Lyon, por parte de IDG Capital Partners de China, o el Burdeos, por parte de General American, suponen los últimos ejemplos de la toma de la Bastilla francesa. Macron, al igual que Johnson, sabía que el paso adelante del PSG supondría un obstáculo para que otros equipos franceses de primera pudieran soñar con competir con las grandes potencias europeas. Nada mejor que apagar el incendio antes de que se produzca.

Roma: ‘Supermario’ al ataque

Diez horas. Ese fue el lapso de tiempo que pasó entre la nocturnidad del comunicado de la ‘Superliga’ y su entierro por parte de ‘Supermario’ Draghi. En su caso, “preservar las competiciones nacionales, los valores de la meritocracia y la función social del deporte” fueron los argumentos esgrimidos. Curiosa coincidencia lingüística con sus homólogos francés y británico. Sus palabras acabaron con las aspiraciones del Juventus, Inter y Milan por apagar su abultada deuda y gozar de la lluvia de millones proporcionada por JP Morgan: 7.000 millones.

Aunque en la última década el papel de los clubes italianos está a años luz de los éxitos que protagonizaron en los años 90, Italia sigue siendo para muchos grupos de inversión la cuna del fútbol, tanto por su historia como por el palmarés que atesoran los ‘azzurri’.

La ‘italianidad’ del fútbol se plasma en que tan solo 5 de los 20 clubes de primera división están en manos extranjeras. Friedkin, un grupo financiero americano, adquirió en 2020 el 86,6% de la Roma por 780 millones de euros, siguiendo la estela de otros empresarios italoamericanos que compraron el Bolonia o la Fiorentina. Tanto el Inter como el Milan, dos representantes italianos en la ‘Superliga’, cuentan con propiedad extranjera.

En el caso del Inter, la ‘pasta’ italiana también se dejó querer en China. Suning Group compró el 68,55% del club en 2016 por 270 millones. Por su parte, el derbi milanés se completa con la participación del fondo de inversión estadounidense Elliot Capital, gracias a la compra de deuda adquirida al propietario anterior. Razones más que suficientes para que Draghi tratara de asegurar a toda costa la esencia patria del Calcio, evitando que la inversión extranjera se pudiera ir a una ‘Superliga’ con claros tintes privados.

Berlín: Merkel ‘la ausente’

Alemania no es una opción para los inversores extranjeros. La ley del 50+1 otorga a los socios de un club la mitad de las acciones más una, algo que proporciona el control a los aficionados de la propiedad del club. Esta regla hace que equipos como el Bayer de Munich, el Borussia Dortmund o el Schalke 04 tengan 290.000, 153.000 y 150.688 personas con derecho a voz y voto en sus respectivas asambleas. Un infierno organizativo, pero que tiene como contrapartida la estabilidad accionarial.

Este hecho es el que explica que el ejecutivo alemán haya guardado silencio, a diferencia de las grandes capitales europeas. Sin la presencia extranjera, las protestas han venido únicamente de la Bundesliga, toda una institución en el país germano. Un simple comunicado advirtiendo de la necesidad de que “el fútbol debería tratar siempre del rendimiento deportivo y no de los egoístas intereses económicos de unos pocos clubes”, le sirvió al organismo que preside Christian Seifert para despachar el asunto. Fin de la cita.

Madrid: Pedro ‘el esquivo’

Por su parte, la posición del Gobierno español ha sido realmente timorata en este asunto. Al silencio inicial le sucedieron las declaraciones del Secretario de Estado para el Deporte y del Ministro de Cultura haciendo un llamamiento para el entendimiento entre las dos partes en conflicto: la UEFA y la Superliga.

El fútbol español vive en una burbuja de deuda multimillonaria que puede explotar en cualquier momento. El valor de los equipos españoles de primera división les aleja, de momento, de las manos de los fondos de inversión extranjeros. Para hacernos una idea, el valor medio de un equipo español de primera es un 33% menor que uno inglés, pero aproximadamente el doble al de un italiano.

El freno económico aleja la presencia de los fondos o empresas extranjeras de los grandes de La Liga. Sin embargo, tanto la Segunda división como algunos equipos de primera han estado y están en su punto de mira. Los chinos de Rastar Group compraron el Espanyol por 150 millones de euros en 2015. Peter Lim adquirió el 70% del Valencia por 94 millones de euros, el Chinese Link International Sports compró el Granada por 37 millones de euros y el grupo chino Wanda compró el 20% del Atlético de Madrid por 45 millones de euros, acciones que fueron posteriormente vendidas en 2018 a los israelíes de Quantum Pacific.

En total, la Liga española suma más de 500 millones de euros en inversiones extranjeras, una tarta demasiado golosa - y por amortizar - a la que gran parte de estos equipos tendría que renunciar en caso de que la ‘Superliga’ saliera adelante.

Pocas cosas pueden llegar a ser más emotivas que el fútbol. Mientras que los partidos políticos luchan por juntar a unos cientos de personas en cada mitin, los equipos de fútbol son capaces de reunir a miles, decenas de miles de aficionados cada domingo. O al menos así era hace apenas un año y medio, y este es el gran miedo que se adueña de la Europa futbolera: que las cosas nunca más sean igual.

En esto, Florentino Pérez no se equivoca. El fútbol no será el mismo tras la pandemia. Las grandes operadoras del futuro, como Netflix o Amazon, necesitan ofrecer mucho más a un espectador americano, árabe o asiático que un partido que termine en empate entre un equipo grande y otro pequeño. Igual, el presidente blanco piensa ahora que sería más fácil cambiar las reglas del fútbol y hacerlo más atractivo en lugar de tratar de cambiar la UEFA sobre la que Platini edificó su Iglesia. Y es que el fútbol es un espectáculo: el de la ‘Superliga’ de los clubes extraordinarios.