El pollo asado de Ricardo "Corazón de León"

  • Caius Apicius.

Caius Apicius.

Madrid, 3 nov.- Hace mucho, mucho tiempo, allá a finales del siglo XII, soldados del duque Leopoldo V de Austria detuvieron cerca de Viena a un individuo sospechoso, cuyo atuendo era el de un peregrino como los demás, pero cuyos modales y exigencias no se correspondían con su apariencia.

El peregrino, que volvía de Jerusalén, insistía en las posadas en que le sirviesen pollo asado. ¡Pollo asado! En aquellos tiempos, era, como lo fue hasta hace bien pocas décadas, un lujo, algo reservado para las mesas de los poderosos, para ocasiones especiales. Y he aquí que este tipo zarrapastroso quiere pollo asado. Aquí hay gato encerrado, pensaron los soldados. Y, por si sí o por si no, lo detuvieron.

A Leopoldo V le había tocado el gordo. Su peregrino amante del pollo asado era nada menos que Ricardo I Plantagenet, rey de Inglaterra, el famoso "Corazón de León", con el que tenía cuentas pendientes tras los hechos acaecidos en Acre y Jerusalén en la III Cruzada, en la que ambos habían participado junto con el rey francés Felipe II.

Leopoldo acusaba a Ricardo de estar detrás del asesinato de su primo Conrado de Montferrat a los pocos días de ser proclamado rey de Jerusalén. Y le había sentado a cuerno quemado que, en Acre, los cruzados ingleses arrojaran al foso de la fortaleza el pendón que Leopoldo había osado izar junto a los de Inglaterra y Francia. Así que Ricardo no pudo caer en mejores manos.

Lo demás lo sabe cualquier aficionado a las películas de Robin Hood: Leopoldo pidió una enorme suma como rescate, el hermano de Ricardo, Juan sin Tierra, se hizo el remolón, Robin Hood y sus arqueros del bosque de Sherwood lucharon por el regreso de Ricardo. De cine, vamos. Y todo por un pollo asado.

Es curioso, porque en toda Europa, en aquellos siglos, había gallinas y, por tanto, pollos. Claro que no eran como los de ahora: se criaban en casa, en estado de semilibertad, y desde luego no por millares. Eran, lo fueron mucho tiempo, bocado reservado; un pollo asado llegó a ser uno de los símbolos del lujo gastronómico. Quién lo diría ahora.

Ya ven cómo un antojo, un capricho, puede salir carísimo. Quién le iba a decir a Ricardo, curtido en tantas batallas, enfrentado con medio mundo, incluido su propio padre, negociador de la retirada de Jerusalén con Saladino, ocupante de Chipre... que iba a acabar preso en una triste fortaleza austríaca mientras su hermano y sus amigos se pensaban si pagar o no el rescate.

Claro que peor fue el capricho, tan apócrifo como éste, que tuvo Luis XVI cuando, en su huida de París, decidió regalarse con unas manitas de cerdo en Sainte-Menehoulde, receta famosa entonces y ahora. La escala y el retraso dieron ocasión a que le reconocieran, la familia real fue capturada en Varennes, devuelta a París... y las cabezas de Luis XVI y María Antonieta rodaron. Dumas niega que las cosas sucediesen así, pero así han quedado para la leyenda.

Ricardo, al menos, volvió a casa. Poco, pero volvió: de los cuarenta y un años que la corona inglesa el lema de "Dios y mi Derecho" (Dieu et mon Droit) que, naturalmente en francés, mantiene hoy en día. Murió, ya decimos, bastante joven, a causa de un flechazo recibido durante el sitio de un castillo en Francia. No lo sabemos, pero hubiera sido el colmo que las plumas de esa flecha fueran de pollo.-

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