Ahmad Masud hijo, tras la senda de su padre en Afganistán

Con 12 años iba encaramado al tanque que tiraba del ataúd de su padre. Quince años después, Ahmad Masud, hijo del mítico comandante Masud que luchó contra los soviéticos y los talibanes, está preparado para asumir su destino en Afganistán.

Nada más llegar a la tumba de su padre, con una larga camisa blanca sobre pantalón flojo, su presencia es como una aparición: una mujer con un burka se echa a llorar y un guerrero anciano con turbante se frota los ojos. Dos viejos combatientes flanquean al joven, alertas.

Ahmad ha heredado la mirada de su padre. Sus rasgos son más dulces y la cara menos demacrada que la de Ahmad Shah Masud, cuyo retrato sigue omnipresente en paredes, tiendas o carreteras del valle del Panshir que defendió contra los soviéticos y los talibanes al frente de los muyaidines y de la Alianza del Norte.

El León del Panshir ha dejado un recuerdo mitigado entre los habitantes de Kabul, entrampados al comienzo de los años 90 por los combates entre muyaidines rivales. Pero aquí, a tres horas al norte de la capital, sienten devoción por él.

El comandante Masud fue asesinado el 9 de septiembre de 2001 por dos miembros de Al Qaida que se hicieron pasar por periodistas. Fue dos días antes de los atentados en Estados Unidos y el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York.

Ahmad Masud hijo recuerda el anuncio de la muerte de su padre "como si fuera ayer".

En el jardín trazado por su progenitor, donde recibe a la AFP, habla de su padre que vivía en secreto más al norte, con sus combatientes. Curiosamente, días antes de morir, siempre tenía en boca la expresión "por última vez".

"Me decía: ven a rezar una última vez conmigo. A nadar por última vez, a jugar por última vez ... Eso fue una semana antes de su asesinato", cuenta su hijo.

Con 7 u 8 años, recuerda, soñó con la muerte de su padre. "Como dicta la tradición del Panshir, no hay que contar un mal sueño a otro, hay que ir corriendo a confesárselo a un río para que lo arrastre. Eso hice. Por desgracia, no fue suficiente".

Cuando lo asesinaron, el clan ocultó la muerte del jefe. Los líderes del Panshir y sus aliados políticos querían primero ponerse de acuerdo sobre la sucesión.

"Mi madre tuvo que insistir para que nos dejaran verlo. En el helicóptero que nos llevó hasta él, todo era distinto: estaba sentado entre jefes, nadie bromeaba ni jugaba conmigo".

"En el hospital, en una pequeña habitación apartada, levantaron un lienzo blanco y vi a mi padre. Una conmoción. Aunque me eduqué durante la guerra, nunca había visto a un muerto". Ahmad es el primogénito y tiene cinco hermanas.

Con 12 años "comprendí que de repente me iba a convertir en otra persona".

El día de las exequias, todo el Panshir se dirigió a la colina de Bazarak donde el comandante fue enterrado en medio del caos. Asistieron combatientes y habitantes de luto. En cuanto llegó Ahmad, el heredero, todos se arremolinaron alrededor del niño, que caminaba cabizbajo, con las manos detrás de la espalda, como su padre.

"Sólo quiero seguir el mismo camino que mi padre y lograr la independencia de mi país" (en aquel entonces bajo el yugo de los talibanes desde 1996), declaró ese día a los periodistas. No le tembló la voz y a su alrededor la gente se echaba a llorar, recuerda el reportero de la AFP que cubrió el evento.

No se dio cuenta realmente de lo que le esperaba hasta cumplir 17 años. Entonces su familia le anunció que debía olvidarse de sus sueños de astronomía. "Fue como un balde de agua helada".

Estudió relaciones internacionales en Londres, en el Kings College.

Ahmad Masud tiene ahora 27 años y prevé volver en otoño a su país. "Estudié para regresar", asegura. "No tengo otra nacionalidad, ni bienes fuera de Afganistán, ni inversiones, ni cuentas bancarias. La vida de mi padre estaba aquí, la de mi familia, también mi futuro".

Sus hermanas estudian en el extranjero, cuatro de ellas medicina.

"Mi padre velaba porque nuestra educación no distinguiese entre ellas y yo", afirma Ahmad.

Ellas también volverán, dice, sin revelar dónde se hallan ahora. El Afganistán de 2016 tiene problemas de seguridad. Él lo atribuye a las autoridades actuales. "El gobierno no ha cumplido ningunas de sus promesas".

Ante la presión de los talibanes, Washington prolongó en junio su cooperación con el ejército afgano. "Me siento muy agradecido a la comunidad internacional por su apoyo desde hace quince años. Por desgracia los estadounidenses han dejado instalar a un pastor malo. Fracasaron al no poner una estructura política estable", condena Ahmad Masud.

Una crítica al actual presidente Ashraf Ghani, que comparte el poder con Abdula Abdula, antiguo compañero del comandante Masud, en virtud de un acuerdo auspiciado por Estados Unidos, pero frágil.

"Mi padre nunca hubiese dejado que tropas extranjeras intervinieran en Afganistán. Pero había advertido a Estados Unidos del riesgo terrorista y le pidió apoyo. Respondió después del 11 de septiembre. Demasiado tarde. Quince años y miles de millones de dólares más tarde, sin un verdadero líder, mire usted qué desperdicio".

La política lo tienta. ¿Diputado, ministro, presidente? "¿Por qué no? Si la gente cree que puedo servirles. Si no seré profesor", suelta.

"No debo nada a nadie. Mis guardias, los antiguos combatientes de mi padre, es mi familia la que los paga. Nadie nos ha ayudado tras su muerte".

Se para en la tumba de Masud, un mausoleo que señorea el valle. Conversa con la gente y acepta hacerse selfis con ellos. "Es amor".

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