Al Shabab aumenta captación entre jóvenes descontentos con Gobierno keniano

  • El grupo terrorista somalí Al Shabab está incrementando el reclutamiento de yihadistas entre los jóvenes de la costa de Kenia aprovechando el descontento que sienten por creer que su Gobierno está amenazando la pervivencia del Islam.

Nairobi, 15 oct.- El grupo terrorista somalí Al Shabab está incrementando el reclutamiento de yihadistas entre los jóvenes de la costa de Kenia aprovechando el descontento que sienten por creer que su Gobierno está amenazando la pervivencia del Islam.

"Todos sienten que el Islam está amenazado", aseguró hoy la experta del Instituto para Estudios de Seguridad (ISS, en inglés) Anneli Botha, durante la presentación de las dos primeras investigaciones africanas sobre el reclutamiento de Al Shabab en Kenia y Somalia.

La milicia radical islámica somalí logró gran notoriedad internacional hace un año asesinando a 67 personas en el centro comercial Westgate de Nairobi, en represalia por la presencia de tropas kenianas en Somalia para combatir al grupo terrorista.

Una de las acciones que más ha alentado la radicalización de "la gente de la costa" keniana, entre la que se mezclan diferentes nacionalidades y culturas, son las detenciones masivas de ciudadanos de etnia somalí practicadas por la Policía a principios de este año.

Esta discriminación y los agravios históricos del Gobierno respecto a las regiones costeras alimentan el extremismo, según ambos estudios, elaborados por el ISS y la ONG finlandesa Finn Chuch Aid tras entrevistar a cerca de 200 exmiembros de Al Shabab.

"La gente de Nairobi y del interior viene a la costa y se está haciendo rica. Nosotros, ¿qué sacamos de todo esto?", citó Botha, en alusión al pensamiento generalizado en el litoral.

Una de las principales denuncias es el acaparamiento de tierras por parte de la elite en poblaciones locales costeras, lo que ha provocado desplazamientos y ataques violentos en la región, explicó a Efe Mahdi Abdile, investigador de Finn Chuch Aid.

Esta sensación de ser "ciudadanos de segunda clase" evidencia la inexistencia de una auténtica identidad nacional keniana, mientras que el problema en Somalia es que el Gobierno tampoco es capaz de defender una única identidad colectiva.

Los somalís, indicó Abdile, "confían más en los líderes tradicionales y de los clanes que en los políticos. El Gobierno no es visto como el Gobierno de todos".

La radicalización, según Botha, solo se mitigará si aumentan las oportunidades educativas de los jóvenes kenianos y somalís que ingresan en Al Shabab, a menudo adolescentes que solo han cursado estudios primarios.

"No va a ser rápido. Siempre hay esperanza, pero hace falta un cambio de estrategia por parte del Gobierno y la Policía. El público también tiene que cambiar su percepción; en Al Shabab no solo hay somalís", puntualizó.

De hecho, Al Shabab capta en Kenia no solo a somalís, sino también a kenianos de etnias como la kikuyu, la mayoritaria en el país y a la que pertenece el propio presidente, Uhuru Kenyatta.

En Somalia, las razones para unirse a Al Shabab son fundamentalmente económicas: "Cuando entras -al grupo terrorista- te dan un móvil y cada mes te pagan 50 dólares. Eso es lo que llevó a muchos de mis amigos a unirse", explicó a los investigadores Mohamud (pseudónimo), que entró en Al Shabab con 14 años.

La investigación también incide en los lazos entre Al Shabab y el Consejo Republicano de Mombasa (MRC, en inglés), a menudo vinculadas por el Gobierno keniano.

En este sentido aclara que, mientras que la primera es una organización terrorista, la segunda se mueve por intereses políticos, aunque impulsada por una misma creencia: que el Islam está amenazado en Kenia.

"La mayor amenaza a la estabilidad en Kenia es que los extremistas logren dividir al país entre musulmanes y no musulmanes, o entre la gente de la costa y la de Nairobi", concluye el estudio.

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