Emigración de Somalia hacia Yemen: de un infierno a otro

  • Durante el año pasado, decenas de miles de personas han dejado Somalia y Etiopía para llegar a Yemen. Por el camino dejan una travesía llena de cadáveres de aquellos que fallecen a causa del hambre o de la acción de los contrabandistas.
Hugh Macleod / Annasofie Flamand (Campo de refugiados de Kharaz, Yemen) | Globalpost
Hugh Macleod / Annasofie Flamand (Campo de refugiados de Kharaz, Yemen) | Globalpost

En los últimos años, la franja de mar entre el Cuerno de África y Yemen se ha convertido en una de las rutas de refugiados más transitadas y más peligrosas del mundo. Entre enero y octubre de 2010 unos 43.000 refugiados africanos y migrantes de Somalia y Etiopía han realizado la peligrosa travesía para llegar hasta Yemen, escapando de la guerra y la persecución.

En 2009 el número de migrantes que huyeron del Cuerno de África y llegaron a Yemen se incrementó en un 50%, alcanzando la cifra récord de 74.000 personas, según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

Las noticias sobre docenas de cadáveres flotando en la costa de Yemen se han convertido en una tragedia demasiado familiar. Son historias de hombres, mujeres y niños que se mueren de hambre durante la travesía o que son apaleados o ahogados por contrabandistas despiadados.

Normalmente son quienes tienen menos dinero los que tienen más que perder. Mujeres como Hawo Yousef

“Golpearon a mi marido brutalmente y me quisieron violar enfrente de él. Intentó protegerme, pero le mataron con un cuchillo muy grande”, escribe Hawo en una carta dirigida a la comunidad internacional y en la que relata su huida desde Somalia a Yemen. La carta detalla el horror que vivió durante el viaje.

Exhaustas después de días y noches de travesía en un autobús destartalado entre Mogadiscio y Bossaso, el puerto pirata en la costa norte de Somalia, y después de pasar una docena de controles de la milicia, las dos hijas pequeñas de Hawo (Aisha, de 5 años, y Fadma, de 3) se quedaron finalmente dormidas cuando la pequeña barca comenzó a adentrarse en el océano.

Pero a las pocas horas el motor de la barca se paró. Se había quedado sin gasolina.

“El barco estaba a la deriva, y había tiburones acechando alrededor”, recuerda Hawo en una entrevista. “La gente empezó a discutir, porque estaba asustada. Los contrabandistas empezaron entonces a pegarnos y a lanzar a gente al mar”.

Aisha y Fadma se habían despertado y estaban llorando. Los contrabandistas se enfadaron. “No pude hacer que se callaran. Los contrabandistas me dijeron que las tenía que hacer callar, pero no lo conseguí. Finalmente, me las quitaron y las lanzaron al agua”, dice.

En su carta, escrita a mano por Jamal, otro refugiado, y dirigida “A quien le pueda interesar”, Hawo habla de lo que sintió: “no podía recuperar a mis hijas de los contrabandistas, y las vi morir en el mar. Eso me volvió loca”.

El barco de Hawo estuvo a la deriva 13 días y noches antes de recibir ayuda y combustible. Otros refugiados murieron ahogados a pocos metros de la costa de Yemen, después de que los contrabandistas los lanzasen al agua.

El bebé que Hawo había llevado en su vientre durante siete meses en Somalia y 17 días de huida tampoco logró empezar su vida en Yemen, ya que murió en un parto prematuro en el campo de refugiados de Kharaz, en donde habitan 17.000 somalíes. El campamento, una pequeña ciudad de cabañas y tiendas de campaña, está en medio de una meseta abrasadora a 177 kilómetros del puerto yemení de Adén.

A Hawo sólo le queda su hija mayor, Mariam, de 13 años, que vive en Mogadiscio. Lo perdió prácticamente todo para ser ahora una refugiada en uno de los países más pobres del mundo.

“Me estoy curando de esa herida”, dice en su carta. “Pero algunas veces me acuerdo y veo que estoy en una situación muy mala, con ninguna opción. No tengo familiares aquí y espero que comprendan mi situación. Gracias. Atentamente, Hawo”.

Somalia es y continuará siendo un estado fallido. Desde que clanes rivales derrocaron al gobierno en 1991 la guerra civil ha llevado a la destrucción del país y sus gentes. La anarquía de 15 años controlada por señores de la guerra ha dado lugar a la voraz milicia con tintes religiosos Al Shabaab, cuyo control abarca amplias zonas del sur de Somalia y gran parte de su capital.

Mogadiscio es hoy en día un cementerio. Sus calles están a merced del fuego incontrolado de las milicias, ya que Al Shabaab y otros islamistas luchan para hacerse con el control de las pocas calles que todavía dominan las tropas del gobierno, con ayuda de un contingente de topas de pacificación africanas que no tienen paz alguna que mantener.

Escapar es la única esperanza para muchos. Tan sólo en el primer semestre del año pasado ACNUR calcula que huyeron de Somalia unas 200.000 personas, la mayoría hacia Yemen.

“A quien le pueda interesar”, le dicta a Jamal otra refugiada, Mumina Burale. “Soy la madre de una familia de siete personas. Nadie en mi familia tiene un trabajo, así que yo soy quien se hace cargo de las necesidades de todos. En Yemen, aunque hemos encontrado algo de paz, la vida es muy difícil. No hay un futuro brillante para nuestros hijos”.

Mostrar comentarios