Las mujeres iraníes salen de su escondite en el hogar para buscarse el sustento

  • La venta ambulante en el metro iraní se ha puesto de moda entre las mujeres, con vagones destinados sólo a ellas. Hasta hace poco habría resultado impensable, pues los iraníes lo consideran deshonroso, además de ser ilegal. Pero la crisis económica ha podido más y las amas de casa y estudiantes universitarias se han echado al metro.
Dos mujeres pasean ante un mural de la antigua embajada de EE UU en Teherán (Irán)
Dos mujeres pasean ante un mural de la antigua embajada de EE UU en Teherán (Irán)
Raheb Homavandi | Reuters
Corresponsal de GlobalPost en Irán para lainformacion.com (el autor no puede ser identificado debido a las restricciones a la prensa en el país)

(Teherán, Irán). El tren se detiene en la estación 7-Tir de la capital. Se abren las puertas y las mujeres se abren paso para entrar en el vagón, exclusivo para ellas. En la ventana, una señal con letras en negrita dice "Sólo Mujeres", como si alguien necesitara el recordatorio en un país rigurosamente separado.

Dentro se está mucho más fresco que con el calor abrasador de fuera y el viaje comienza tranquilamente, excepto por el murmullo de algunas pasajeras. La calma se ve interrumpida por una voz fuerte y cansina: "Señoras, tengo las mejores camisetas del mercado. Son de talla única y vienen en seis colores brillantes y divertidos. Úselas en presencia de su marido y haga que se alegren de estar en casa después de un largo día de trabajo. Sólo valen 4.000 tomans (unos 2,80 euros ó 4 dólares).

La vendedora es una mujer baja y regordeta, de unos 40 años. Cuando se le pregunta por la calidad del material con el que están fabricadas las prendas, avanza enfadada para dejar que una mujer toque la tela mientras ella sigue destacando las bondades del producto. Después habla del quitaesmalte, las pinzas para el cabello y pulseras. La lista no acaba.

Es uno de los espectáculos típicos del metro de Teherán. Desde que se inauguró la red de metro en 2000, cada vez más y más mujeres recorren los vagones vendiendo sus productos. El auge ha coincidido con la caída de la economía iraní en los últimos años y el aumento del coste de la vida.

Sólo en el último año, la vivienda y los servicios básicos han subido un 16,3 por ciento, según un informe publicado por el Banco Central de la República Islámica de Irán. Los alimentos han aumentado un 13,8 por ciento y la inflación en el 2009 llegó al 20,21 por ciento. Según el Banco Mundial, el PIB de Irán es una cuarta parta del de EE UU. La situación económica es tal que ha envalentonado a los detractores del gobierno a hablar abiertamente, pese a los últimos sucesos que confirman la intención de las autoridades de reprimir cualquier disensión.

En el trayecto entre dos estaciones, la vendedora habla, vende y pone el dinero en su cartera. Al final, se baja del tren con una sonrisa. Las vendedoras del metro de Irán no son las típicas mendigas presentes en tantos países del mundo. Ya sean jóvenes o mayores, son mujeres limpias, con buena presencia y que usan cosméticos. Pero necesitan trabajar, la venta de productos en el tren es su empleo.

Esta práctica es ilegal, pero las autoridades del metro toleran su presencia mientras no sean una molestia para los pasajeros. Ali, un guardia jurado en la estación 7-Tir, dice que incluso ayuda a las mujeres para que vendan sus cosas: "Sabemos que trabajan aquí porque necesitan dinero. A veces les hacemos alguna advertencia, pero normalmente intentamos resolver los problemas sin crear un escándalo".

En una carta publicada recientemente en el periódico "Mardom-Salary", Mohsen Javid, veterano de guerra, recordó al presidente iraní que uno de los eslóganes de su campaña fue "poner el dinero del petróleo en la mesa de la población". Javid explicaba también la presión económica que afronta la gente común y corriente en el país: "La inflación, este monstruo enorme y horrible, ha roto la espalda a los hombres de la nación, les avergüenza mirar a su familia a la cara. Lo único en lo que todo el mundo piensa ahora es en cómo poner comida en la mesa".

Antes, algunas de estas mujeres (la mayoría con muy poca formación) eran madres, amas de casa y vivían con el salario de su marido. Pero ahora, todos tienen que trabajar. Las mujeres más tradicionalistas prefieren que no las vean trabajando, en especial otros varones. Encerradas en el metro, tienen la seguridad de que no se encontrarán con el marido de la vecina y también de poder pagar el alquiler del próximo mes.

Pero no todas estas mujeres son mayores o madres de familia. Algunas son estudiantes, jóvenes, que intentan pagarse la universidad. En Irán no es normal que las mujeres trabajen de camareras. Son pocos los empleos para chicas jóvenes con estudios. Una de las estudiantes que trabaja en el metro escribe un blog en farsi, sin identificarse. Se llama "Memorias de una vendedora del metro", y goza de gran popularidad. Explica que escribe desde un cibercafé de la estación 7-Tir.

Uno de sus primeros textos es un poema que dice: "Soy vendedora del metro/Porque necesito dinero/Vendo aquí porque no hay otro lugar/Tengo estudios, pero estoy en el paro/Quiero escribir aquí/Porque no tengo a nadie".

La sociedad iraní está experimentando un cambio acelerado. Se está haciendo más aceptable que las mujeres estén presentes en profesiones menos sofisticadas. La inflación, el alto coste de la vida y el desempleo ha impulsado a estas mujeres a encontrar formas innovadoras para ganar dinero. Y funciona. Ellas venden sus productos y los pasajeros obtienen lo que necesitan: "Es práctico. En vez de ir al bazar, el bazar viene a ti", dice Atousa, una mujer que coge frecuentemente el metro de Teherán.

A las vendedoras les ayuda que los vagones sean sólo para mujeres: las autoridades masculinas no tienen permiso para entrar ni imponer la ley aquí. Hay algunas mujeres policía, pero las vendedoras las tienen "fichadas" y saben cómo evitarlas.La segregación hace de los convoyes un lugar deseado para ganar dinero. Además, también les sirve como pequeños santuarios que las cobijan frente los ojos de los hombres y del entorno de trabajo hostil en el exterior.

Aquí, las vendedoras negocian a puerta cerrada con otras mujeres, sus iguales y amigas. Atousa reconoce a muchas de las mujeres que venden en el metro y asegura: "No me molestan. De hecho, en cierto modo me gusta verlas. Si un día viajo y no están aquí, siento como si faltara algo y me aburro".

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