OPINION

¿Por qué los liberales europeos no se quieren llamar liberales?

Bandera de la UE frente a la sede de la CE
Bandera de la UE frente a la sede de la CE
COMISIÓN EUROPEA - Archivo

Para mí ha sido triste y decepcionante saber que no habrá ningún grupo político que se llame liberal en esta nueva legislatura del Parlamento Europeo. Es paradójico que, tras el indudable éxito electoral del grupo al que he pertenecido estos cinco años (ALDE, Alianza de Liberales y Demócratas por Europa), haya sido precisamente el término liberal lo que haya desaparecido de su nombre. Y esto no es una cuestión menor: cuando un partido o un grupo cambia su denominación de este modo, podríamos aventurar que nos encontramos ante un cambio político de enjundia.

En esta legislatura han pasado muchas cosas sorprendentes. Además del brexit, de la victoria de Trump y el intento de golpe secesionista en Cataluña, hemos vivido los años del avance nacionalpopulista en muchos países de la Unión. Estos acontecimientos tienen en común que han venido precisamente a cuestionar la naturaleza misma de la democracia liberal. Y, además, desde postulados generalmente nacionalistas y xenófobos. En efecto, sólo había una posición política desde la que hacerles frente, sin complejos ni sectarismos, con un riguroso pragmatismo caracterizado por sus inseparables principios de libertad e igualdad: el liberalismo.

Yo no hablo (nunca lo he hecho ni lo haré) de un liberalismo cerril y dogmático. De ese confortable nicho limitado, como algunos querrían, a una permanente bajada de impuestos. Yo hablo de un liberalismo amplio e integrador desde el que hacer frente al nacionalismo, al proteccionismo, a las pulsiones oscuras de regreso a la tribu, a los que quieren levantar muros y acabar con las instituciones del orden multilateral. Hablo del lugar desde el que defender los valores ilustrados.

Y no, desde luego ése no es un lugar cómodo, porque tienes que protegerlo frente a los ataques que recibes desde la derecha y desde la izquierda. Y, además, te ves obligado a contar con ambos para conseguir las mayorías que posibiliten las reformas necesarias. Y a elegir muchas veces entre dos males, y a ser exigente y responsable con tu elección. Ser liberal hoy significa aceptar la condena del centrista, que nunca podrá hacer un discurso tan fácil y emotivo como los que se sitúan a sus flancos. Significa entender que el centrismo es tan revolucionario y difícil como la vida cotidiana, donde todas las decisiones que tomamos tienen un coste.

Por esto lamento mucho que lo que fue el grupo de los Liberales y Demócratas Europeos pase a llamarse Renew Europe. Creo que es un error prescindir de la identificación liberal, salvo que se haya producido una inadvertida mutación y de pronto haya pasado a ser una especie (o familia política) distinta a la que era. Además, la renovación no es un valor en sí misma. En una Europa donde los ciudadanos han decidido que los liberales marquen la diferencia y lleguen a acuerdos con populares, socialistas y verdes, ¿por qué renegar de quién eres cuando más tienes que reivindicarlo? En política las ventajas se pueden desvanecer en poco tiempo si se pierde el rumbo.

Siempre he sido una gran admiradora de Emmanuel Macron. Siempre creí que encarnaba este liberalismo que yo defiendo como ningún otro líder europeo. Sin embargo, tengo la impresión de que su creciente incomodidad con esta denominación, por razones de política interna, le han llevado a hacer valer su hegemonía en el grupo para reorientarlo (si no para desnaturalizarlo). He de decir que lamento que Ciudadanos haya accedido a ésta y a otras cesiones relacionadas. Los europeos han confiado en partidos liberales, y lo menos que deberían hacer es marcar con claridad (incluso con orgullo) su posición. Son los valores liberales y democráticos los que están en juego. Arriar la bandera del liberalismo hoy es una muy, muy mala idea.

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