OPINION

La transición del género de la tele-realidad: de 'GH' a 'El Puente'

El Puente
El Puente

El Puente es un reality. Está en Movistar Plus. Está, porque se puede ver toda la temporada del tirón, ya que todos los capítulos están disponibles bajo demanda desde el primer día. Incluso el usuario se puede adelantar a la emisión tradicional, que cobija el canal Cero (#0) los domingos por la noche. Capítulos porque es un reality sin galas, sin cebos que anuncian lo espectacular que viene después, sin debates en plató, sin televoto. El Puente define la transición del género de la tele-realidad, que ya no tiene necesidad de evidenciar ser ni tele ni realidad.

Un formato español, creado en la productora Zeppelin, misma compañía que realiza Gran Hermano. Aunque El Puente es muy diferente a Gran Hermano. En ritmo y en concepto. La frenética vida en directo deja paso a la aventura plasmada en formato documental. Sin estrés, pero abierta al abrupto giro dramático. De hecho, en el primer episodio de esta segunda temporada, que se ha estrenado este domingo, hay un inesperado vuelco que pilla desprevenido a concursantes y al propio espectador, que debe usar su intuición como ellos.

viejos estigmas que se diluyen

"La fotografía cuidada resta credibilidad al reality"

Si un reality se ve como una serie no parece un reality. Este es un miedo tradicional de la televisión. O, lo que es lo mismo, la cuidada fotografía resta credibilidad a la tele-realidad porque el espectador ha interiorizado que los realities se graban de forma guerrillera sin casi intermediarios y, por tanto, sin tiempo a realizar un tratamiento a la imagen. Por tanto, cualquier tratamiento de imagen da la sensación de que la historia se está prefabricando. Nada que ver con una indiscreta grabación instantánea. Pero ese estigma de la tele-realidad que debía grabarse toca para parecer tele-realidad está mutando al mismo tiempo que el paladar que alimenta el consumo del espectador va evolucionando

Paula Vázquez es la narradora de El Puente. Ya sabíamos que es una gran presentadora de directo y, en este espacio, demuestra ser una sugestiva narradora que da sigiloso contexto a un universo visual lleno de atractivos atrevimientos de planos y contraplanos, impensables sólo hace unos años en la tele-realidad española.

El Puente cuida la estética, pero sin descuidar el orden. El formato tiene un objetivo claro: construir un puente en equipo para llegar al tesoro de 100.000 euros que sólo se quedará uno -aunque podrá repartirlo si gusta y como guste-.

El recorrido no es fácil, pero la meta está clara, elemento crucial para el gancho del público en un formato de estas características. Cada paso, contado en primera persona a través de los propios protagonistas del casting, que son aventureros. En ese sentido, el programa es más aspiracional que identificable para el público, ahondando en construir micro tramas de curiosidad en el espectador gracias a microchoques en la competición. Por ejemplo, un Mosso y un Guardia Civil.

En esta segunda temporada, el programa crece en concepto, aunque tal vez el giro dramático del primer episodio debería haber llegado antes para enganchar mejor a un espectador que tiene menos paciencia que nunca y ya ha visto otra temporada de un reality que,  a simple vista, es demasiado parecido a su primera etapa.

El Puente marca el paso y se adelanta a los derroteros de la tele-realidad. Una aventura de tele-realidad que quiere entrar por los ojos del espectador rompiendo los mismos complejos heredados de la televisión de 2001 que ya ha roto la ficción y la información televisiva en 2018.

Pero El Puente ha llegado antes de su tiempo. No es un programa popular, es hasta invisible. Sin embargo, está logrando la difícil tarea de derribar viejos tabúes de consumo televisivo e ir sembrando un prometedor camino para una televisión que se juega su futuro en volver al cuidado artesanal de los detalles narrativos de sus productos: en guion, en realización, en diseño y en sensibilidad. Esa es la transición que vive la tele-realidad, donde el espectador pasa de sentir que tiene el poder a sentir el poder.

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