OPINION

¡Se puede multar a las TV! Las lecciones de Soraya y De la Vega

La vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, a su llegada a la sesión de control.
La vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, a su llegada a la sesión de control.
EFE

Estocolmo. Plaza de Norrmalmstorg, a apenas quince minutos a pie de la zona turística de Gamla Stan. El 23 de agosto de 1973 era un jueves cualquiera. Jan Erik Olsson estaba convencido de que sería un trabajo limpio, cuestión de minutos. El plan, en apariencia sencillo, era un clásico: entrar en una de las sucursales del Kreditbanken y llevarse todo el efectivo en caja sin provocar víctimas. Sin embargo, la resistencia inicial del personal de la oficina y la rapidez de la policía obligó al atracador a atrincherarse con cuatro rehenes tras un inesperado tiroteo. Los seis días que transcurrieron después son historia del país… y de la psicología. Olsson no solo pidió dinero para deponer su actitud, sino la liberación de otro delincuente, Clark Olofsson, entonces en prisión, y a quien la policía dejó entrar en el banco como posible intermediario. Mal negocio. Olofsson pronto tomó el control de la situación y amenazó con matar a los cuatro empleados retenidos si no se cumplían las peticiones económicas de Olsson. Todo retransmitido en directo por la televisión sueca, que dejó constancia de una sucesión de acontecimientos entre los que una reacción empezó a llamar sobremanera la atención.

"Me acogió bajo su manto protector y me decía 'a ti nada te va a pasar'", recordaba años después en una entrevista con la BBC Kristin Enmark, una de las rehenes, al referirse a la relación que entabló en esas pocas horas con Olofsson, contra el que posteriormente no presentó cargos. "Sentía que a alguien le importaba. Quizás era un tipo de dependencia", explicó, antes de remachar: "Confío plenamente, viajaría con él por todo el mundo". Solventado el secuestro sin víctimas tras unas jornadas angustiosas y después de la entrada policial con gases lacrimógenos, el criminólogo Nils Bejerot no dudó en bautizar como 'síndrome de Estocolmo' a la empatía que se generó entre los secuestradores y sus captores. De hecho, Enmark y Olofsson siguieron tratándose durante décadas. Es probable que Bejerot no fuera consciente, empero, de que la teoría económica ya había identificado las consecuencias de ese vínculo, estudiado con profusión por economistas como el Nobel George Stigler pero que encuentra sus raíces en el propio Adam Smith. Es la denominada 'captura del regulador' o, dicho de otro modo, cuando la autoridad, en lugar de defender el interés público, se identifica y favorece a 'lobbies' o grupos de presión, con sus propios fines comerciales. En roman paladino y como en un mal western, cuando los malos se ligan a los buenos.

La cuestión no es difícil de aterrizar. Y es que no falta quien, en la última década y acudiendo a la metáfora, habla abiertamente de ‘síndrome de Estocolmo’ al referirse a las relaciones de los políticos de uno u otro signo con las todopoderosas televisiones privadas. Desde luego, hay un estudio académico pendiente para comprobar hasta qué punto las compañías, véase los Mediaset u Atresmedia, han logrado ‘capturar’ al regulador, siempre consciente éste de la erosión que el discurso editorial de uno de estos grandes conglomerados puede provocar en sus posibilidades electorales. En este punto, basta recordar como María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta en la era Zapatero y encargada de la relación con las televisiones, accedió a eliminar la publicidad de RTVE en 2010, haciéndoles un regalo que llevaban años persiguiendo pero que parecía una quimera. Desde entonces, nunca escatimaron un elogio a la hoy presidenta del Consejo de Estado. La televisión pública, eso sí, transita aún por su década más negra, como anticipó el entonces presidente de la casa, Luis Fernández, que no tardó en dejar su puesto. Sin la tensión comercial y por el ‘share’, no había nada por lo que luchar, argumentaba ‘sotto voce’. A partir de ahí y diferencia de otras grandes multinacionales del país, los dominios de Planeta y Berlusconi transitaron por la mayor crisis económica de la historia moderna sin rozar los números rojos.

Eso sí, para ser justos, la generosidad desde Moncloa con los grandes grupos de televisión no es solo patrimonio del PSOE. Cuentan quienes por allí pululaban que durante el último gobierno del PP, Mariano Rajoy evitaba en todo lo posible implicarse en cuestiones que afectaran a los medios de comunicación, ora por el aburrimiento que le generaban ora por su falta de empatía con la problemática del sector. Sin embargo, su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, a la sazón su albacea para ese trabajo poco agradecido, todavía no ha explicado en qué circunstancias se dio luz verde a la adquisición por parte de Atresmedia de una cadena quebrada y en la que gigante mexicano Televisa había enterrado cientos de millones. Pese a que las autoridades de competencia no lo veían con buenos ojos, el Ejecutivo 'popular' entregó La Sexta -con 'remedies' asumibles- al grupo que hoy preside José Creuheras, que necesitaba imperiosamente incorporar la cadena 'verde' para competir en igualdad de condiciones con Mediaset tras la adición de Cuatro. Muchos dirigentes del Partido Popular han zaherido sin duelo a Sáenz de Santamaría durante años por una operación aprobada con la alevosía que confieren los últimos días de agosto. El 'cui prodest', si lo hay más allá de la propia firma, quedará para unas futuras y jugosas memorias.

Por todo lo expuesto, no es accesorio abordar la megamulta a las televisiones que prepara la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) con una cierta perspectiva histórica. Sobre todo si se tiene en cuenta que la madre de todas las sanciones contempla un rejón del 4,5% de la facturación de los dos grandes grupos y, lo que es más importante, pone en cuestión todos los esquemas de relaciones comerciales que mantienen. En consecuencia, ¿se entendería la decisión si no estuviera al frente de la autoridad de competencia un completo 'outsider' como Marín Quemada, sin más aspiraciones a estas alturas de su carrera que, como mucho, dejar su sello en un sector intocable? ¿Podría haberse llegado a este punto sin un Ejecutivo en funciones y sin los tres años de auténtica 'italianización' de la vida política, en la que ni el propio Sánchez ha podido legislar con cierta continuidad con sus apenas 86 diputados? La dolorosa respuesta que se intuye a estas preguntas entroncaría con un modelo de relación viciado entre empresas y gobernantes, muy poco transparente y donde el interés de las partes predomina en muchas ocasiones sobre el beneficio de todos, algo que siempre debería inspirar y alentar la actuación de quienes hacen las leyes.

En el Estocolmo de hoy, antes de perderse en el Grand Hôtel para dejarse abducir por la cocina de Mathias Dahlgren, es de visita obligada el Museo Vasa, donde puede apreciarse casi al detalle el galeón del mismo nombre, para más señas la nave en mejor estado de conservación del siglo XVII. El Vasa, destinado a ser un buque de guerra imponente, se escoró y naufragó en 1628 cuando siquiera había abandonado las aguas suecas. Tan fenomenal resulta hoy su silueta como hace relativamente poco se dibujaba la de los grandes grupos audiovisuales, con facturaciones y cotizaciones milmillonarias. La multa de la CNMC, como tantas otras que acumulan, se recurrirá y puede que, en función de lo que digan las diferentes instancias judiciales, ni siquiera llegue a pagarse. Otra cosa es que, con un modelo de negocio en plena reconversión y parrillas cada menos atractivas para el 'target' más joven en la era de las plataformas digitales, los gigantes 'tradicionales' de la televisión continúen siendo la envidia de los mares en el próximo lustro. Y es que, aunque no dudan en pedir cada vez que toca una ‘mano amiga’ para que los Netflix o HBO paguen más y sean sometidos a mayores exigencias regulatorias, no hay 'síndrome de Estocolmo' -o Boletín Oficial del Estado- que detenga un 'tsunami' cuando éste viene derecho. Los editores de prensa lo saben bien. La decisión de buscar acuerdos con grandes 'players' como Telefónica para competir con los nuevos Francis Drake parece un movimiento en la línea correcta. El Vasa permaneció más de 300 años bajo las aguas hasta que fue rescatado para ser expuesto como una reliquia. A nadie cabe desearle tan dramática singladura.

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