OPINION

Crisis del petróleo: El mundo olvida, Estados Unidos no

US field Production of crude oil
US field Production of crude oil

Corría el año 1973 y la primera crisis del petróleo amenazaba las democracias occidentales. Con el dólar cayendo a niveles históricos, la guerra del Vietnam amenazando el poderío de la primera potencia militar y Richard Nixon desvinculando la economía norteamericana del patrón oro, los bolsillos de los ciudadanos americanos comenzaron a temblar ante una de las crisis económicas más brutales que ha conocido la humanidad.

Sus consecuencias sobre la geopolítica no tardaron en notarse. La guerra del Yom Kippur, que enfrentó a Israel a una coalición árabe liderada por Siria y Egipto, y el apoyo incondicional del bloque occidental a los hebreos tuvo sus consecuencias inmediatas en el precio de los combustibles. La OPEP no tardó en castigar este posicionamiento y gracias a ella, el precio del barril de petróleo pasó en cuestión de días de 3 a casi 12 dólares.

Consecuencia lógica de esta situación fue que numerosos países rediseñarán sus sistemas de aprovisionamiento energético para reducir su dependencia, casi exclusiva, del petróleo o apostaran por nuevas fuentes de energía que no condicionaran sus economías de agentes externos. Fue la justificación de la apuesta francesa por la energía nuclear.

La recomposición del tablero internacional tras la sucesión de conflictos bélicos y políticos en Oriente Medio, el fin de la política de bloques, la aparición de una potencia hegemónica y el desplazamiento del centro estratégico internacional de Europa a Asia no hicieron olvidar a Estados Unidos la importancia del asegurar un acceso a los combustibles fósiles a un precio razonable y que a su vez no pusiera en peligro, de nuevo, a su economía. El mundo olvida, Estados Unidos no.

La mejor manera de contraatacar en este nuevo escenario pasaba por relativizar o incluso sustituir al único actor capaz de ejercer un poder de decisión estratégico sobre el crudo: la OPEP. Independientemente de las delicadas relaciones existentes en su seno, al albergar a países con intereses políticos y económicos tan contrapuestos como Angola, Arabia Saudí, Argelia, Irán, Iraq o Venezuela, lo cierto es que sus cifras ponen de manifiesto su poder fáctico. Casi un 50% de la producción mundial de petróleo y más de un 80% de las reservas globales dependen de ellos.

La aparición del fracking y su integración en la política energética norteamericana ha roto de una manera demoledora el escenario anterior, devolviendo la producción petrolera americana a sus niveles máximos cercanos a los 10.000 millones de barriles al día.

US field Production of crude oil
   

Esta misma semana la Agencia Internacional de la Energía destacaba este hecho y pronosticaba el liderazgo estadounidense en la producción mundial de petróleo y gas. De hecho, la maquinaria estadounidense se convertirá en exportador neto de ambas materias a finales de la próxima década en lo que “supondrá el periodo más largo de crecimiento sostenido de la producción de petróleo de un solo país en la historia”.

La lección aprendida del 73 revitalizó una técnica de extracción cuyos orígenes se remontan a 1865. Desarrollada por Edward L. Roberts, consistía en la detonación, a menudo incontrolada, de un torpedo para fracturar el subsuelo, facilitando así la explotación en los yacimientos de gas y petróleo.

Debido a sus costes económicos y también medioambientales, la tecnología fue abandonada hasta 1970, momento en el que se comenzó a depurar la técnica y reduciendo paulatinamente los costes, especialmente los marginales ya que los de producción, eran de por sí muy bajos. Fue un proyecto que, si bien no podríamos denominar de Estado, llevó a la iniciativa privada americana a volcarse en la búsqueda continúa de la rentabilidad. El objetivo era claro. Como diría Escarlata O’Hara, Estados Unidos nunca volvería a pasar hambre. Mucho menos lo haría por el petróleo.

La irrupción del Shale oil y la “destacada habilidad” de EEUU en esta tecnología supuso un mazazo en el poder de la OPEP en 2014. Estados Unidos habló claro. El precio del barril no volverá a estar al albur de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. A partir de 75 dólares el fracking marcaba el techo de producción en lo que supone la mayor caída continuada en el tiempo del precio de esta materia prima de la historia.

Estados Unidos aseguraba así su autosuficiencia energética y lo que es más importante, la independencia de una economía, aun basada en los combustibles fósiles.

De esta manera, decisiones unilaterales como el abandono de los compromisos climáticos adquiridos por la comunidad internacional, por parte de los norteamericanos, tienen su fundamento en el aseguramiento de las fuentes de producción a un precio competitivo, si bien el frente antiaislacionista crece entre los estados que forman pate de EEUU, especialmente en California.

Aun así, Estados Unidos apuesta por el crecimiento de las energías renovables, no tanto por su reducción en emisiones de CO2 a la atmósfera. Lo hace por mero pragmatismo, por la diversificación que supone introducir una nueva variable en su mix energético y no reproducir el error de tener una economía únicamente dependiente de los combustibles fósiles.

Distribution of energy storage
    

Con todo, el escenario a futuro de los precios y el alza puntual del crudo en el nivel de los 60 dólares hace presagiar una reactivación de la producción norteamericana. Los conflictos iniciados por Arabia Saudí en Yemen y su continua lucha por la influencia en la zona frente al régimen iraní por el Líbano, pueden poner en riesgo la estabilidad del petróleo, no tanto de la producción, como de la utilización del mercado de precios como arma política.

Estados Unidos aprendió la lección en el 73 y no dejará que la inestabilidad política en el escenario árabe pueda ampliar sus efectos a la economía. Esta vez no necesita mandar botas sobre el terreno. Le basta con que sus empresas apliquen la inteligencia económica al servicio del Estado.

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