OPINION

De los creadores de Primavera Árabe, llega... Otoño Latino

Incendio durante las protestas en Chile
Incendio durante las protestas en Chile
EFE

os analistas tendemos a poner nombres a aquellos procesos sociales que no acabamos de entender. Es el peaje del sesgo académico que obliga a aglutinar los sucesos que coinciden en sus características básicas, aunque sucedan en otro época y espacio geopolítico, para sistematizar su estudio. La gran ventaja es que permite analizar y extraer las consecuencias y lecciones derivadas de un proceso social a otro, como en un viaje a través del tiempo y el espacio. Es el caso de las revueltas contra el sistema establecido. Un fenómeno que se repite siempre en la historia de la Humanidad. Cuando la olla está a punto de reventar, intenta aliviar la presión por algún lado y la calle suele ser la mejor válvula de escape social.

Así ocurrió en 2010 en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia, Jordania e incluso Omán o Bahréin. Fue en este año cuando se inició el proceso que conocemos por el nombre de Primavera Árabe o, mejor dicho, Primaveras Árabes. Cada uno de estos países vivió, con distinta intensidad, un terremoto que modificó sustancialmente las precarias superestructuras institucionales existentes y devolvió por un tiempo el protagonismo a la sociedad civil. Posteriormente, gran parte de ella fue aplastada, como en el caso de Libia, Siria o Yemen.

Salvando las distancias, a miles de kilómetros y en un contexto totalmente diferente, las estaciones climatológicas vuelven a ser protagonistas. Como no puede ser de otra manera, tras la primavera llega el otoño. Si bien, en este caso, deberíamos hablar de un Otoño Latino, en el que de nuevo las calles son el escenario de la protesta social.

Colombia, Bolivia, Chile, Brasil, Ecuador o Venezuela son ejemplos de una corriente que justifica poder hablar de un fenómeno que trasciende de las particularidades de un país para centrarse en las aspiraciones de todo un continente. Aunque estas crisis obedecen a particularidades propias de cada país, no es menos cierto que hay un patrón común que se repite en las primaveras y los otoños: un Estado débil y en algunos casos ausente.

Evidentemente, las circunstancias e intereses que llevan a miles de personas a salir a la calle y enfrentarse a las fuerzas del orden en El Cairo o en La Paz son distintos, pero existen rasgos comunes que unen reclamaciones de carácter universal. El Estado, concretamente la falta de él, surge como el elemento común entre estas dos temporadas del año.

En el caso de las Primaveras Árabes, las reivindicaciones pasaban por aumentar las cuotas de libertad políticas y económicas a través de la exigencia de reformas a la clase dirigente. Este anhelo se topó con la clara oposición de los 'países rentistas'. Aquellos que la ciencia política identifica con la localización de su riqueza en los ingresos externos que obtienen de las rentas de sus recursos naturales y, concretamente, de los hidrocarburos.

Venezuela o Bolivia son a América Latina lo que Bahréin, Argelia o Libia suponían en el mundo árabe. El estamento en el poder tiende a reaccionar con las armas que le proporciona su mayor o menor grado de autoritarismo y de ahí las reformas constitucionales sin las garantías previstas, el arresto sin mandato judicial de los líderes opositores o la intervención máxima del Estado en la economía.

Junto a las reclamaciones de cambio de modelo económico (realmente de redistribución de la riqueza), destacan las de índole social. La participación de la sociedad en la toma de decisiones estuvo en el origen de las protestas en Egipto o Yemen. Un aspecto que se repite en Ecuador o Chile. Son países que obtienen, como la mayoría, sus ingresos de un sistema impositivo estable para sufragar los gastos sociales y de funcionamiento del Estado.

Protesta multitudinaria en Egipto contra el plan del Gobierno
Protesta multitudinaria en Egipto contra el plan del Gobierno. / EFE

En el caso de Chile, las protestas se centran en la modificación de una constitución heredada de la dictadura y que, evidentemente, queda obsoleta en un marco de desarrollo de los derechos humanos y de las libertades sociales más elementales. Por su parte, en Bolivia las circunstancias son bien distintas, aunque también encuentran en la falta de Estado su explicación. Las reclamaciones se basan más en la dicotomía entre democracia efectiva y reconocimiento de derechos colectivos que de libertades económicas.

La Organización de Estados Americanos puso al descubierto las muchísimas irregularidades en las últimas elecciones bolivianas, en las que el presidente, Evo Morales, obtuvo una victoria ficticia tras más de 14 años de gobierno. Los estudiantes y las clases más pudientes no tardaron en lanzarse a las calles para reclamar más democracia a través de elecciones libres, pero sobre todo justas. Ejército y Policía, tras recomendar a Morales que lo mejor sería su marcha, parecían jugar a los tres monos sabios, cediendo el paso a un Gobierno que se supone -y esperemos- será interino hasta la celebración de un nuevo sufragio.

La situación se contuvo hasta que las comunidades indígenas quisieron dar un paso adelante y recordar al mundo entero que Evo es su presidente y que son la otra parte del Estado que representa el líder andino. Es importante recordar que, sin ellas, no hay Bolivia posible, al menos en su integridad territorial.

En el caso colombiano encontramos una clara influencia de la importancia de los procesos de creación estatal y cómo estos condicionan el presente de los países. La economía colombiana se ha situado durante muchos años como una de las más prósperas de Latinoamérica, pero al igual que en Chile, no acaba de llegar a todos los rincones del país y lo hace por incomparecencia de un Estado que llegue a todo el territorio colombiano.

Los temores a una reducción de las prestaciones sociales en forma de pensiones, sanidad o educación provocan un sentimiento de frustración ante la imposibilidad de reducir la brecha de la desigualdad. Un Estado desigual deja de ser Estado para convertirse en un centro de negocios, por lo que el sentimiento de pertenencia a una Nación, a un fin colectivo, pierde su razón de ser.

Junto a estos factores, la geografía, ese gran factor político, condiciona la viabilidad del Estado tal y como lo conocemos hoy en día. Gran parte de este está sustentado por organizaciones particulares, fundamentalmente de origen indígena, que están siendo expulsadas de su entorno natural y que, al igual que en Bolivia, reclaman también sus derechos en "la otra mitad" del país.

Los orígenes y razones de la creación estatal y su desarrollo posterior están en la explicación de todas estas protestas. La evolución de la política, la economía, la creación de los partidos, las alianzas entre distintos líderes, el posicionamiento con respecto a los ejes de dominio internacional, la polarización de la sociedad entre pobres y ricos explican los momentos en los que la calle habla y exige a sus dirigentes que respondan a sus necesidades.

El Estado es la mejor forma de organización social, pero tendemos a confundir su actuación con la del Gobierno. Cuando el segundo ocupa el espacio del primero y además se detraen las rentas de la población, en forma de recursos naturales o de impuestos, para legitimar su razón de ser sin distribuirlas, el Estado se desnaturaliza, como un contrato sin partes o un esfuerzo sin objetivo.

Es aquí donde surge la necesidad de delimitar claramente la acción del Estado y entender que, para tener una sociedad fuerte y unida, no hay otra forma que contar con un Estado sólido y cohesionado. Sin él, la inseguridad está asegurada y, donde campa la inestabilidad, reina el caos y la anarquía, auténtica antítesis del Estado.

Si hay algo seguro en el tiempo es el paso de las estaciones. Tras la primavera llega el otoño que dará su testigo al invierno. Un invierno que podría llegar a ser el más crudo de los últimos años, en cualquier otra parte del mundo.

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