OPINION

El cuento de nunca acabar para España del acuerdo comercial UE-Reino Unido

Adiós a Reino Unido
Adiós a Reino Unido
EFE

Este mismo lunes empieza una carrera contrarreloj para la negociación del acuerdo comercial entre la UE y Reino Unido donde España se juega mucho y para el que, a priori, hay muy poco margen de tiempo. Se supone que el acuerdo se debe zanjar a finales de año para estar listo al empezar 2021, pero sino se llega a ciertos pactos intermedios en julio en materias básicas, pueden ocurrir dos cosas: que se prorroguen las conversaciones, como aceptaría la UE; o que todo se vaya al traste y UK tire por la calle de en medio, en contra de los intereses comunitarios y españoles, como ya ha dicho Boris Johnson que va a hacer, aunque solo sea porque siempre saca más tajada en los escenarios revueltos.

En lo que respecta al acuerdo comercial, los negociadores españoles de la Secretaría de Estado de Comercio tienen las cosas claras y bien estructuradas, pero no están libres de que todo se complique mucho. El objetivo es tener “cero aranceles y cero cuotas dentro de un acuerdo “amplio y equilibrado” para que el acuerdo bilateral deje las cosas fáciles al intercambio comercial e inversor con Reino Unido que hacen las empresas. No en vano, se trata del tercer mercado exterior para España (el primero en servicios y el quinto en bienes), con el añadido de que cada año llegan más de 20 millones de turistas británicos y que hay una alta cuota de grandes empresas españolas con intereses en aquel mercado (financieras, infraestructuras, químicas, automoción, telecos, etc…) que necesitan lo que sobre el papel defiende Comercio y que es la gran duda de todo esta negociación: la buena fe de los británicos para que entiendan que a ellos les interesa tanto como a nosotros la cooperación regulatoria y la transferencia de información, de forma que se garantice una equivalencia de las condiciones de competencia, el deseado y nunca perfecto en el comercio internacional 'level playing field'.

Hasta ahí el planteamiento y la teoría funcionan, con la idea de que “el margen se verá según se negocie”. Pero hay que tener en cuenta que ese margen es el de la UE, no solo el español, y en algunos sectores, servicios y relaciones comerciales no hay una conjugación perfecta entre los intereses de España y los del resto de sus socios comunitarios, tanto de los de toda la vida -con los que compite en el ámbito de los servicios y que siempre han visto con envidia el tremendo negocio del turismo español-, como con los nuevos socios, ávidos de colocar sus productos agrícolas al mejor precio en los mercados internacionales, pase lo que pase con sus vecinos del Mediterráneo. No está el campo español ahora para que le vengan con más problemas al aceite, al vino o a los cereales porque al Reino Unido le apetece poner aranceles y cuotas, o porque prefiere producciones de terceros (o de la propia UE), a cambio de alguna ventaja en otros aspectos, aunque no sean económicos y comerciales. 

Más allá del campo y las frutas y hortalizas, el problema está en que los británicos tienen ahora la ocasión de volver a redefinir las relaciones comerciales e inversoras con la UE desde cero y a conveniencia, con un Gobierno de mayoría y sin que les importe romper cuando les convenga. Se parte de una base regulatoria ya existente y que hasta ahora ha sido común, en la que todos los negociadores confían para llegar a buen puerto, pero los escollos pueden ser importantes. En el caso español, el primero de ellos es Iberia, integrada en la británica IAG y que para operar como hasta ahora necesita tener más capital comunitario que de otra nacionalidad. En este caso, cabe pensar que ni siquiera a los británicos les interesa que no sea así para garantizar la buena marcha de una de sus principales compañías, con lo que cualquier solución que se de desde dentro de la empresa, que ya está en ello, será consensuada.

Pero queda más duda, por ejemplo, con la situación en la que va a quedar la flota pesquera española que opera en aguas británicas del Atlántico Norte, uno de los caladeros más importantes del sector. Las bases negociadoras europeas han marcado que se negocien las condiciones del mercado (intercambio comercial de pescado) de manera conjunta con las condiciones del acceso a las aguas (derecho a pescar), pero eso es algo que, antes de sentarse ya han rechazado desde Reino Unido, tanto por sus propios intereses, como por guardarse una baza ganadora para cualquier otra cesión, aunque no sea comercial. Y España tiene en eso mucho más en juego que cualquier socio comunitario.

Si salvamos Iberia y la pesca (que no es poco), nos queda el lío logístico que se va a formar en las fronteras para llevar los productos españoles a las islas británicas. No solo el agro, sino grandes grupos textiles como Inditex o empresas de componentes de automoción (una de las principales exportaciones españolas) o del sector farmacéutico, tienen que colocar cada día sus productos allí, en camión o en avión. De entrada, el socio ‘amigo’ francés que antes nos volcaba los camiones de fruta ya cierra el paso de mercancías por carretera en su frontera el fin de semana, con lo que pasar a coger el túnel del Canal de la Mancha, ahora como paso fronterizo con el retraso que eso supone, puede complicar mucho la logística y los costes de muchos productos españoles, que tal vez lleguen antes, con más facilidad y hasta menos costes desde otros destinos. Se supone que junto con las condiciones bilaterales que se negocien en cada sector se va a tratar la conectividad y los transportes, algo que puede ser bueno o no, según el negocio de que se trate y el margen que dejen los intereses británicos al respecto. Si en algún sector o mercancía se logra para ambas partes el arancel cero, cuota cero y transporte libre y sin trabas, será más que nada una carambola.

La negociación comercial empieza ahora con el objetivo del 'level playing field' en todos los aspectos, sobre todo en los servicios y las condiciones de competencia, basado todo en que las empresas británicas están tan necesitadas de un marco regulatorio lo más común posible como las europeas, lo que induce a pensar que los conservadores británicos que nunca han querido estar en Europa van a actuar en todo momento con buena fe. Y todo ello para tener resultados factibles en julio y definitivos en noviembre, hasta llegar a un pacto como el que Reino Unido ya tiene con Canadá o Japón. Casi mejor copiar esos dos acuerdos y sacar lo que más convenga, para evitar un largo y tortuoso camino en el que no nos vamos a librar del cuento de nunca acabar del imperialismo británico ni aunque ellos quieran.

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