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Empresarios vs. políticos: compartir el poder es mejor que retenerlo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), saluda al presidente del Partido Popular, Pablo Casado 14/10/2021
Empresarios vs. políticos: compartir el poder es mejor que retenerlo.
Europa Press

No sé si los políticos se dan cuenta del daño que pueden hacer a las empresas, tanto por las decisiones que toman como por las que no toman. Se puede hacer la guerra con el BOE vía decreto sobre mercados regulados o de cualquier otro tipo; o se puede dejar todo como está y no renovar pactos de Estado que colapsan la justicia y crean una incertidumbre jurídica en España que ahuyenta el capital y frena la economía. Y todo porque lo que prima a la hora de ordenar una organización política, esté en el Gobierno de turno o en la oposición, es el ansia de poder más que la vocación de servicio público.

En la era de la tecnología y la revolución digital, el poder es lo único que une a un partido político, me recordaba esta semana un experto jurista con casi cuatro décadas a sus espaldas que en su día estuvo dentro de ese mundo: "Es como antes, pero ahora con gente joven más mediocre y menos preparada, que no se para a pensar en las consecuencias de lo que hace más allá de lo que le apuntan en las redes sociales". Tan malo es que los cachorros de un partido que detenta el poder se suiciden por no saber lavar los trapos sucios en su propia casa, como que un partido que tiene la vara de mandar no sepa controlar a un ejército de 'fontaneros' que intentan aprovechar el buen momento de su formación para garantizarse un retiro de oro y seguir mandando algo.

El problema es que junto a estas luchas fratricidas dentro de los partidos políticos están la sociedad y las empresas, los verdaderos motores que hacen que un país funcione y permiten que la gente se pueda llevar un jornal a casa con el que seguir adelante. Cuando las luchas de poder político se derivan a los consejos de administración de las grandes compañías algo empieza a funcionar mal en el engranaje económico de un país. Si además se está inmerso en un cambio radical de paradigma económico y social, ante una urgente necesidad de digitalización y adaptación de la estructura productiva hacia la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y la buena gobernanza (por resumir lo que ahora se llaman valores ESG), el golpe que un poder mal ejercido puede dar al tejido empresarial es muy peligroso.

Uno de los grandes líderes empresariales de este país, que da trabajo a más de 95.000 familias con la primera cadena de supermercados, lo decía hace apenas un año al presentar sus resultados: "Los empresarios solo que queremos que nos dejen en paz para hacer lo que sabemos hacer bien, que es ser empresarios". Puede parecer una aseveración simple, pero no lo es. La gran crisis financiera de 2008 y la pandemia han sido un azote muy fuerte para muchas empresas y, al mismo tiempo, la demostración de que tenemos una clase empresarial de toda la vida que ha estado a la altura de las circunstancias para apoyar a la sociedad cuando más lo ha necesitado. Amancio Ortega puso los aviones y su experiencia para traer mascarillas cuando más falta hacían, los supermercados no permitieron el desabastecimiento, las telecos nos abrieron canales de comunicación y las energéticas llevaron luz y calor a los hogares en los momentos más oscuros y dolorosos. Todo se paga, es cierto, pero alguien tenía que estar al frente, y esa clase empresarial de toda la vida merece, cuando menos, que se la tenga en cuenta ahora en la renovación empresarial que hay que hacer en algunos de esos sectores para garantizar que el progreso continúa, sin incursiones seudopolíticas en busca de poder.

Está bien subir el Salario Mínimo, tratar de poner un IMV de emergencia vital o renovar lo obsoleto de la reforma laboral para atajar la temporalidad e intentar mejorar la vida de los trabajadores por cuenta ajena. Pero los líderes políticos, tanto del Gobierno como de la oposición, deben tener en cuenta que tal vez estemos ante los dos años más importantes de este primer cuarto de siglo para garantizar la convivencia y el desarrollo económico y social de, cuando menos, la mitad de la centuria. Hay dos cuestiones fundamentales para que las cosas no se vayan de las manos:

- En primer lugar, es imprescindible que el Ejecutivo haga un examen de conciencia y determine si de verdad cuenta con los funcionarios y los técnicos de primera clase (abogados del Estado, técnicos comerciales, diplomados, etc…) suficientes como para aprovechar los 140.000 millones que vienen de la UE sin dejarse la mitad por ejecutar por pura falta de previsión e incapacidad en el ámbito público, fruto del ansia por el poder y el control. Delegar con eficacia y agilizar los trámites también sirve para ponerse medallas y sacar votos. Lo contrario es la ruina de todos, y puede dar un poder momentáneo, pero no votos. Quitar funcionarios de un sitio para ponerlos en otro es vestir a un santo para desnudar a otro, y no siempre funciona. Hay señales de alarma en el seno de la Administración que advierten de la incapacidad real de muchos organismos y entes públicos para acaparar la gestión de los miles de millones y proyectos que les han encomendado.

- Y en segundo lugar, seamos o no capaces de que las ayudas europeas cumplan su cometido, hay que dejar que los empresarios con experiencia y preparación, que vienen de ganar y perder mil batallas, sean los protagonistas de la transformación de cada uno de los sectores básicos en los que operan, no solo porque saben lo que hacen, sino porque además, son los que van a arriesgar su dinero y su patrimonio en ello. Siempre se dice que a los grandes empresarios les gustaría ser ministros de Economía, y a los ministros presidir empresas del Ibex, aunque solo sea porque todos queremos aquello que no tenemos. Pero no es este el momento de hacer experimentos con paracaidistas políticos sin experiencia, pero con poder, que saltan de un lado a otro en cuestiones tan importantes como la renovación energética, las nuevas telecos, la distribución, el desarrollo de tecnología propia, la modernización financiera, el nuevo turismo o la automoción verde, entre otros ejemplos. Es el momento de compartir el poder, no de abusar de sus prerrogativas y, curiosamente, esto vale ahora tanto para el Gobierno como para la oposición, a la izquierda y a la derecha.

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