OPINION

José Mª Alonso, o cómo hacer que el Colegio de Abogados de Madrid vuelva a ser "Ilustre"

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odo podía pasar en las elecciones al Colegio de Abogados de Madrid y, de nuevo, así ha sido. José María Alonso, presidente de Baker & Mckenzie, se ha alzado con la victoria, y habrá que felicitarle por ello, pero a sabiendas de que ha sido una votación en la que se puede decir que ninguna de las cinco candidaturas presentadas ha triunfado, ni siquiera la vencedora, dado que la participación apenas llega el 8%. Solo unos 6.000 abogados de los más de 77.000 que podían haberlo hecho han acudido a las urnas, lo que da idea del tremendo desapego que la profesión de abogado tiene en Madrid por su Colegio.

Cinco años después, tampoco se ha librado la convocatoria de este año de la polémica y el enfrentamiento entra las diferentes opciones que estaban en liza. En la victoria de Sonia Gumpert en 2012, avalada (y dirigida) en ese momento por el centro de estudios ISDE, se llegó a las manos y a la algarada ante las acusaciones de manipulación del censo en plena votación que se realizaron, hasta el punto de que tuvo que intervenir la Policía Nacional. Pues bien, en la votación de ayer estuvo a punto de ocurrir lo mismo, pero esta vez con un enfrentamiento personal entre Gumpert y el propio responsable del ISDE, Alejandro Pintó, con el que rompió su alianza al poco de coger el poder en el Colegio hace cinco años.

Precisamente, en una campaña donde las descalificaciones entre los diferentes candidatos han dejando en un segundo plano sus programas electorales, se le acusaba al actual vencedor, Alonso, de estar apoyado en su candidatura por el ISDE, un centro muy interesado en el negocio que desde el Colegio se genera en el área de formación (se dan más de 650 cursos al año). Alonso siempre ha negado que haya una vinculación directa entre ese centro y su candidatura. “Nos apoyan igual que lo hacen otras entidades y escuelas similares, porque les parece que nuestra opción es la mejor para el Colegio, sin ninguna contraprestación mayor a cambia ello”, aseguraba apenas una semana antes de las elecciones.

De una forma de otra, si tenemos en cuenta la escasa participación y la mala imagen que para todos los profesionales de la abogacía supone tener un Colegio profesional enfrentado y rodeado de sospechas de manipulación cada vez que tiene que elegir a sus representantes, está claro que el primer objetivo de José María Alonso como decano debiera ser ahora devolverle a la institución el prestigio, la influencia y el respeto que merece. Hay que reconocer que esa es una de las ideas centrales del planteamiento que José María Alonso ha hecho en su programa, darle al Ilustre Colegio de Abogados de Madrid (ICAM) todo lo que supone llevar la palabra “ilustre” por delante: “distinguido, noble, que sobresale por haber hecho algo importante”.

José María Alonso lleva cuarenta años dedicado a la abogacía, especializado en una de las áreas más complicadas de esta profesión, el derecho procesal (litigación y arbitraje). Su vida profesional se ha realizado en el seno de Garrigues, el mayor de los despachos de España y de la Europa continental, donde llegó al máximo nivel como socio director y tuvo que llevar las riendas durante nueve años, al frente de un equipo de más de 1.500 profesionales de todas las áreas del derecho de los negocios, de los que unos 250 eran entonces socios de la entidad. Cuando le llegó la edad de jubilación obligatoria en la firma tenía ofertas para ir a cualquier otro gran despacho, y optó por la presidencia de Baker & Mckenzie, una franquicia legal de prestigio internacional. 

Esa capacidad para dirigir equipos y su vocación como abogado y árbitro internacional le dan una legitimación más que suficiencia para poder aplicar ahora en el Colegio todo lo que la profesión le ha enseñado en cuatro décadas. Su idea es aprovechar lo aprendido sobre la capacidad de innovación de los grandes despachos y las ventajas competitivas que ofrece la gestión del conocimiento que en su seno se realiza, para compartirlas en lo posible con otros niveles de la profesión que no pueden llegar a ello con facilidad. No se trata tanto de gestionar el Colegio como si fuera un gran despacho, sino de aprovechar ese modelo para sacar al Colegio del aislacionismo que sufre y recuperar el interés de los profesionales del Derecho hacia la institución. Fácil sobre el papel, pero muy difícil cuando se parte de una situación como la que ayer se vivió en las votaciones.

Alonso empieza además con el estigma de ser el representante de los grandes despachos y el candidato “rico” a las elecciones del Colegio, que no ha escatimado en gastos a la hora de lanzar su campaña. Ese “sambenito” será otra de las cosas con las que tendrá que lidiar, con el handicap además de que no es del todo real: una cosa es ser un abogado de grandes despachos y otra, muy distinta, es tener su apoyo incondicional para hacer cosas en el Colegio. La institución que Alonso hereda ahora maneja unos 30 millones de euros al año, prácticamente la décima parte de lo que facturan (en media) los tres grandes despachos españoles (Garrigues, Cuatrecasas y Uría), unas firmas que, normalmente, no se decantan por uno u otro candidato con claridad, sino que están por encima de todo ello en el día a día de sus socios. La cuarta firma en facturación ya está en menos de la cuarta parte de la media de los tres grandes.

Del lado más positivo, cuenta eso sí, con un prestigio personal y profesional reconocido por toda la profesión, que va a tener que exprimir al máximo ahora, al final de su vida laboral, para que dentro de cinco años podamos reconocer que el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid es más “ilustre” que nunca.

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