OPINION

La gran pelea: el voto de consenso contra el voto de castigo

El presidente de la formación naranja, Albert Rivera, durante el acto de cierre de campaña que han celebrado esta tarde el parque Alfredo Kraus en Madrid. EFE / Paolo Aguilar.
El presidente de la formación naranja, Albert Rivera, durante el acto de cierre de campaña que han celebrado esta tarde el parque Alfredo Kraus en Madrid. EFE / Paolo Aguilar.

Lo más esperanzador ante la tremenda incertidumbre que hay sobre el resultado electoral de este domingo es que, como ya ocurrió en junio de 2016, lo más probable es que todas las encuestas y las estimaciones internas de los partidos fallen estrepitosamente y haya alguna posibilidad de romper el bloqueo político que tiene paralizado al país. En aquellas elecciones rápidas a modo de segunda vuelta, que pueden compararse con este 10-N, todo el mundo auguraba el ‘sorpasso’ de Podemos sobre el PSOE, enredados en una guerra interna que permitiría a la derecha obtener una mayoría con la que gobernar con pacto o con coalición.

Por un lado, Pablo Iglesias y los suyos pretendían cumplir la profecía y llevarse al PSOE al rincón más extremo de la izquierda, mientras que, por otro, Albert Rivera se veía con opciones de gobernar y condicionar la no gestión del PP de Rajoy, e incluso en sus círculos más cercanos se repartían ya cargos y carteras posibles. Llegaron las urnas y el recuento, y ni los votos de unos  alcanzaron tanto ni los de los otros sirvieron para determinar nada. Tuvo que ser la abstención del PSOE, en plena guerra interna, la que diera la investidura a Rajoy por mayoría simple en segunda votación en octubre de 2016, para quitársela en una moción de censura apenas veinte meses más tarde y dar paso de nuevo al bloqueo.

Es bueno recordar la historia reciente de aquel callejón sin salida, para no cometer los mismos errores o, si es necesario, copiar las soluciones, que al fin y al cabo, es como se hacen las cosas en nuestro país. Ahora las encuestas prevén un ‘sorpasso’ de Vox, para hacerse con el tercer lugar del ranking político español, pero Iglesias por la izquierda y Rivera por la derecha están en una situación que cambia mucho sobre lo felices que se las prometían entonces y tras el 28-A. Es de esperar que ambos, que pudieron ser los ‘desbloqueadores’ tras abril y habernos evitado la tortura de votar de nuevo, hayan aprendido alguna lección de lo ocurrido, se bajen de su soberbia y, dentro de sus posibilidades (probablemente escasas), aporten algo en beneficio de la estabilidad de todos, sin condicionamientos apriorísticos en forma de carteras o de ‘vendettas’ autonómicas en Navarra y Barcelona ya superadas, que de nada sirven.

Sin entrar en cábalas demoscópicas que, insisto, espero que se equivoquen de nuevo mucho, la pelea está más en las vísceras, en lo que influya y como lo haga el hartazgo generalizado que tenemos todos los que vamos a ir a introducir la papeleta. Y eso nos lleva a dos tipos de voto enfrentados: un voto que busca el consenso y la estabilidad, que se decantaría por los partidos mayoritarios (PP y PSOE); frente a un voto de castigo y cabreo, que pretende que se rompa todo a modo de protesta por lo mal que los políticos lo han hecho en los últimos cuatro años. Ese voto de castigo es el que hace que se disparen las expectativas de la extrema derecha de Vox y que todo el mundo piense ya que Ciudadanos ha entrado en barrena y se va a hundir.

Con ese escenario, los políticos que quieran recuperar su depauperada imagen social van a ser los que sepan ceder, porque alguien tiene que hacerlo. Si ni izquierda ni derecha obtienen una mayoría útil para gobernar, aunque sea con la bomba de relojería de meter a Vox en las instituciones, no sé quien va a poder ser investido esta vez, pero sí que sé quien va a ganar más votos para ser considerado como un político de talla y talento en una siguiente legislatura: el que sepa renunciar ahora a lo que es imposible que consiga solo y tenga la generosidad de abrir la puerta a que, quienes puedan o tengan más escaños, sin mayoría, se la jueguen ante todos los españoles.

Y eso es una baza que no está en manos de los partidos minoritarios, sino en las de los dos mayoritarios que han regido en nuestro país en las últimas cuatro décadas. Y tampoco es una vuelta al bipartidismo. Al contrario, una abstención en segunda vuelta, como la de 2016, con un pacto presupuestario para no ahogar la legislatura antes de que empiece y dar una oportunidad a la nueva política de pactos y negociaciones a cinco o seis bandas, sería un gran paso para quienes tengas aspiraciones algún día de ser ellos lo que gobiernen el país, tal vez con mayoría. Eso se llama amplitud de miras y hacer política con mayúsculas. El resto, es caudillismo inútil.

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