En mi molesta opinión

¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Reflexiones de una sociedad polarizada

¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Reflexiones de una sociedad polarizada
¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Reflexiones de una sociedad polarizada
Europa Press

Hace un tiempo no tan lejano, en este mismo país, se alentaban las discrepancias y contrastes, subrayando incluso sus ventajas. Hoy, situados en el lado oscuro de la inteligencia y reacios a una imprescindible pluralidad, se acaba condenando sin escrúpulos cualquier tipo de diferencia. O estás conmigo, o estás contra mí. No se buscan puntos en común que enriquezcan el contraste, se exige y se busca la aclamación absoluta y sin rechistar a todo lo que diga y plantee el líder. Por desgracia, se ha impuesto entre nosotros algo que nadie deseaba: se ha creado una obligación perniciosa y antidemocrática, promovida por algunos políticos relevantes, que pretende y exige que los demás piensen como nosotros, o más bien, que nosotros pensemos como ellos quieren. Si yo digo, por ejemplo, que la amnistía es buena para España, y tu piensas lo contrario, no podremos debatir, ya que tú te has convertido en un apestado para el Gobierno y te posicionarán al otro lado del muro.

Lo malo, es que esta especie de polarización exigida desde el poder, en concreto desde el máximo poder presidencial, provoca en los ciudadanos ciertas actitudes que terminan siendo nocivas y miméticas, y a su vez acaban propiciando que una gran mayoría actúe ante los demás con la misma vileza o el mismo desprecio. Pasa en el Parlamento, donde debería suceder lo contrario y fomentarse la concordia; pasa en muchos medios de comunicación -acabamos de ver el último caso de despido por discrepancia: el de Fernando Savater en “El País”-; pasa entre las familias y los amigos que dejan de tomar copas para no acabar discutiendo; pasa de manera exacerbada en las redes sociales, donde si expresas convicciones que alguien no comparte la respuesta se convierte en insulto o bloqueo.

Tal vez se deba a que la poca o mucha inteligencia que empezamos a desarrollar durante la democracia -hace 48 años, tampoco son tantos- se ha ido encogiendo de hombros en los últimos lustros o restringiendo por miedo a los demás o por miedo a esa libertad que antes nos excitaba y nos parecía maravillosa, pero que ahora nos acobarda. Tanto soñar y desear las excelencias de la liberación intelectual para luego acabar desconfiando de lo que piensen los demás. Se están replicando con demasiada ceguera los modelos extremistas y comunistas de antaño, cuando las dictaduras pretendían por la fuerza uniformar y limitar a las sociedades. Aunque estemos lejos de situaciones dramáticas no hay que bajar la guardia, cierto tufo a autoritarismo si se respira últimamente en este país.

Por otra parte, debe ser muy frustrante y aburrido exigir que los otros piensen lo mismo que uno. Incluso puede resultar de lo más pernicioso pedir y exigir que lo que escuchemos, veamos o leamos esté totalmente de acuerdo con nuestras ideas y convicciones. Parecemos “monosabios” resabiados que temen exponerse a las ideas ajenas por miedo a que les puedan cambiar de opinión. En el fondo, de un modo u otro, nos han metido la desconfianza en el cuerpo y el cainismo en el alma. En lugar de ver a un rival con un color distinto en la camiseta, nos quieren hacer ver que tenemos un enemigo en casa empeñado en hacer todo tipo de maldades, y puede que los riesgos existan, pero no podemos disparar contra todo lo que se mueva. Si Pedro Sánchez quiere romper España, habrá que demostrarlo; si Abascal quiere echar a los inmigrantes ilegales, habrá que demostrarlo; si los jueces están manipulados y politizados, habrá que…; bueno, esto último es más grave porque lo ha dicho una ministra del Gobierno sin demostrarlo, Teresa Ribera, acusando a un juez de la Audiencia Nacional.

Ahora, por desgracia, la rivalidad social no está en ver quién tiene unas ideas mejores, más distintas y originales, sino en ver quién aplaude más fuerte lo que acaba de decir el líder político, sin cuestionar nada de lo que él diga. Muchos piensan que hemos empezado la era de los tiempos fáciles, esa que crea hombres débiles, y que a su vez crean tiempos difíciles. Y es muy probable que así sea porque todo apunta a que este estilo de vida acabará pasando factura a una sociedad que muestra síntomas de estar perdida y agostada, y que acumula cada vez mayores problemas sin encontrar buenas soluciones.

La situación no es fácil de revertir, pero habrá que confiar en que sea posible, más pronto que tarde. “Se requiere sabiduría para entender la sabiduría: la música no es nada si la audiencia es sorda”. Un gran acierto dicho por un gran pensador y, a pesar de ello, periodista: Walter Lippmann, que intentó fortalecer y reconciliar la democracia en el complejo mundo del siglo XX, aportando sus mejores ideas: “Donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”. ¡Qué gran verdad!, ojalá la tengamos presente cada día para que nos dé como un soplo de aire fresco en la cara y no se nos olvide que la discrepancia es saludable y necesaria.

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