OPINION

Todos contra Sánchez... y Abascal se lleva la mejor parte

Debate electoral
Debate electoral
EFE

Ayer noche, con la cerveza, la copa de vino o la pizza en la mano, toda España pudo verlo en directo. Los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno se sometieron a su examen final en todas las televisiones nacionales y autonómicas, menos Cuatro y Tele-5 que siguieron con su programación habitual. Era la oportunidad de oro de los políticos para demostrar que el 10-N, el próximo domingo, hay un motivo especial para ir a las urnas.

Los candidatos se presentaron con el uniforme habitual para la ocasión: chaqueta oscura y corbata a tono. Bueno, todos menos los extremos. La extrema izquierda, Pablo Iglesias, fue el único que iba sin chaqueta, pero con corbata. Por el otro extremo, el derecho, Santiago Abascal, optó por lo contrario, llevar chaqueta pero no corbata. Pequeños detalles que no cambiaron el devenir del debate. Lo que sí cambió la historia de una noche que se prometía apasionante y se quedó en una fría velada de otoño -por no decir decepcionante- fueron las intervenciones de Pablo Casado, Pedro Sánchez, Santiago Abascal, Albert Rivera y Pablo Iglesias, según sus posiciones de izquierda a derecha en el plató de televisión.

Primera conclusión. Después de un debate de casi tres horas -2 horas y 50 minutos, para ser exactos- todos perdieron. Sobre todo, perdieron la oportunidad de demostrar que alguno de ellos tenía algo nuevo y algo bueno que decir a los millones de españoles que han seguido este primer y único debate. Desde que en 1960 Kennedy ganó a Nixon su gran debate televisado y le dio la presidencia al demócrata la presidencia de los Estados Unidos, los periodistas siempre esperamos que en estos acontecimientos políticos y propagandísticos suceda algo extraordinario que le dé un vuelco a las expectativas y a las encuestas, pero casi nunca sucede nada que sea tan relevante.

Segunda conclusión. Aunque hubo vencedores y vencidos, ninguno de ellos salió a hombros del plató. Los participantes de estos eventos suelen ir al envite con el miedo en el cuerpo y con el freno de mano puesto, es decir, buscando más no perder estrepitosamente que triunfar gloriosamente. Todos llevaban de antemano su etiqueta ideológica y su valor político reflejado en la cara, que intentaron rentabilizar en un caudal electoral que rompiera las previsiones de las encuestas y de las urnas. Y ninguno lo consiguió.

Tercera conclusión. Como en todo duelo dialéctico siempre se exige que haya un vencedor. Y en esta ocasión también lo hubo, y fue el primerizo. Abascal se soltó la lengua por los cerros habituales del patriotismo y la legalidad totalitaria, y sin perder la compostura fue capaz de denunciar ante las cámaras lo que millones de españoles suelen comentar en voz baja -o no tan baja- en las barras de los bares. Según el líder de Vox, hasta que no llegaron ellos existía una dictadura mental y social de la izquierda, y que eso se iba a terminar. Además de encarcelar a Torra y suspender la autonomía catalana, podría orden en las fronteras, en el despilfarro de las autonomías, etcétera.

Su discurso, ya conocido, pero enmarcado en un nuevo contexto, sonaba mejor que los habituales “mitines” de los demás candidatos. Era la novedad, y ya sabemos que en esta sociedad todo lo nuevo vende mejor, aunque no sea mejor que lo anterior. Abascal tenía todas las de ganar, y poco que perder. Condenado de antemano por extrema derecha, sólo podía demostrar que su discurso podía ser tan racional como los de los demás. Además contaba con la ventaja de ser el candidato disidente, rompedor, contestatario… título que antes ostentaba Pablo Iglesias, y que en esta ocasión estuvo correcto pero por debajo de sus posibilidades.

Si el ganador fue uno, el perdedor también fue uno: Pedro Sánchez. Todos fueron contra él, era el rey a destronar. Además, estuvo poco ágil y nada brillante, se escondió tras sus papeles, sin mirar a sus oponentes, y dedicándose a esperar que pasara el tiempo y salir corriendo de una situación que nunca ha sabido afrontar, los debates en televisión y los cuerpo a cuerpo electorales. No supo vender nada de lo poco que ha hecho en estos meses de gobierno, y aunque hizo anuncios pomposos como la vicepresidencia económica de Nadia Calviño, su discurso quedó eclipsado por la furia de todos los demás candidatos, que lógicamente arremetieron principalmente contra él. Sus seguidores podrán decir que no estuvo mal, pero de los votos indecisos no ganó ni uno más.

Por último, Rivera y Casado. El primero tenía que hacer piruetas mortales para recuperar su nefasto futuro, según las encuestas, y aunque lo intentó y estuvo bien en ocasiones, no logró sobresalir. Tenía que haber ganado por goleada si quería que las encuestas -y las urnas- no le condenen a la quinta plaza, pero no lo consiguió aunque puso gran empeño. Pero sus trucos ya se los conocía el público y no causaron la misma expectación.

Por su parte Casado, estuvo aliñado y voluntarioso en su faena, y aunque no logró grandes estocadas contra Sánchez, sí, al menos, pudo demostrar que su “nuevo” talante y capacidad de liderazgo son creíbles y resistentes. Se defendió bien de los ataques, incluidos los de Rivera, con el que discutió bastante. Por lo demás, dejó que el peso de la gran derecha lo llevara o lo usurpara Abascal. Quizá sea su papel el del centro derecha, más posibilista en este país donde se supone que la centralidad tiene más futuro.

En definitiva, el debate no logrará que haya menos abstención el día 10 de noviembre, ni que las encuestas varíen mucho, luego vienen los resultados reales para dar sorpresas. Según lo visto y oído ayer lunes, lo que apuntan los sondeos demoscópicos se puede confirmar: Vox sube mucho, PP sube bastante, PSOE baja o se mantiene, UP baja un poco, y Ciudadanos puede que no baje tanto, pero baja. Una vez más hemos vivido otro debate poco esclarecedor, en el que tampoco estaban ni Kennedy ni Nixon.

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