Econopatías 

Populismo eres tú: el auge de lo que se construye sobre la retórica anti-élites  

Donald Trump
Donald Trump
DPA vía Europa Press

Otro de los signos de estos tiempos es la fragmentación política causada por el auge de movimientos que se construyen sobre la retórica anti-élites, la promesa de protección de los grupos más desfavorecidos y la ocultación de los verdaderos efectos y costes de las medidas simples con las que se pretenden solucionar problemas complejos. Este tipo de populismos se observa con bastante frecuencia a lo largo y ancho de todo el espectro político. Sea con medidas anti-inmigración (“populismo de derechas”) o arrogándose la representación del pueblo y prometiendo un Estado justo y omnipotente que desposea a los poderosos de todos sus privilegios (“populismo de izquierdas”), estos movimientos han conseguido una audiencia y un respaldo electoral sin precedentes en las democracias liberales.

Una discusión planteada en ámbitos académicos es sobre la razón del auge del populismo. Unos apuntan a un origen cultural y señalan, por ejemplo, al post-materialismo, la urbanización y las diferencias generacionales en valores y principios sociales y políticos. Otros, sin embargo, sostienen que el populismo tiene causas económicas. Pero no se trata solo de una discusión académica. Si el origen del populismo es económico, y no tanto un cambio cultural y de valores, entonces políticas económicas y sociales que ataquen las raíces del populismo y eliminen las injusticias sociales que de ellas se puedan derivar permitirían que los riesgos que amenazan a las democracias liberales desparecieran.

Hay varios factores de tipo económico que pueden haber provocado el auge del populismo. Uno se debe a la competencia por recursos públicos escasos en un contexto en el que la recaudación impositiva se reduce y la demanda de protección social aumenta por la inseguridad económica causada por la globalización, los cambios tecnológicos y un futuro demográfico sombrío. Otro es que ante perturbaciones económicas negativas (y ya hemos tenido dos muy adversas en lo que llevamos de siglo), la identidad de grupo se refuerza, lo que favorece políticas “nacionalistas” o alineadas con un determinado grupo social (“los de dentro frente a los de fuera”) que impulsan el proteccionismo y reducen el apetito por la redistribución. También está la frustración causada por la incapacidad de las instituciones y las políticas tradicionales a la hora de hacer frente a dichas perturbaciones negativas. Finalmente, la globalización y los cambios tecnológicos, aun teniendo efectos agregados positivos, generan tanto perdedores como ganadores y la necesaria reasignación laboral que conllevan tiene en el corto plazo costes sociales elevados que no se distribuyen por igual.

Que estos factores económicos parecen haber jugado un papel importante en el desarrollo de los movimientos populistas se compadece bien con algunas observaciones empíricas. Por ejemplo, en la Unión Monetaria Europea han sido aquellos países más negativamente afectados por la globalización los que han registrado un mayor aumento del “voto populista”. Por otra parte, los países del Este de Europa, más beneficiados por la reasignación laboral causada por la globalización, registraron un menor aumento de ese voto. En Estados Unidos, aquellos votantes sin conciencia de clase alta que mayor inseguridad económica percibieron se muestran más favorables a la regulación financiera y en contra del libre comercio y de la inmigración. No sorprendentemente fueron estos lo que en mayor proporción cambiaron su voto a favor de Trump.

Además de orígenes económicos, el populismo tiene también costes económicos, además de políticos (ver aquí). Con políticas comerciales proteccionistas, dinámicas de deuda pública insostenibles y políticas ineficientes, la evidencia histórica muestra que cuando movimientos populistas llegan al gobierno el crecimiento económico sufre y mucho (lo que se traduce en una pérdida del PIB de unos 10 puntos porcentuales en un horizonte de 15 años). Y ello ocurre además junto con una erosión de las instituciones democráticas (que se traduce en menores independencia judicial, integridad constitucional y cumplimiento de las leyes y resoluciones judiciales).

En definitiva, ante el auge del populismo y los riesgos evidentes que supone, las democracias liberales deberían reforzarse con instituciones y políticas que abordaran y resolvieran los problemas económicos y sociales que hacen campar a sus anchas a la inseguridad y las desigualdades económicas. Esta meta no es fácil de alcanzar y, desde luego, no valen políticas tradicionales diseñadas para un mundo diferente al que estamos. El populismo no se combate con conservadurismo sino con nuevas ideas que generen las respuestas adecuadas a las nuevas realidades socioeconómicas.

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