OPINION

Economía digital y nuevo derecho laboral

Fotografía economía digital
Fotografía economía digital
Pixabay

La norma laboral, el conjunto de leyes que regulan las relaciones de trabajo, no evolucionan al ritmo que lo hace la sociedad y la economía digital, lo que crea tensiones, desajustes y frecuentes situaciones de alegalidad. Y, visto lo visto, no parece que el legislador esté preocupado por los nuevos requerimientos y necesidades, sino, más bien, que lo está en mirar hacia atrás con ajustes cosméticos de algunas de las materias – pocas – que introdujo la anterior reforma laboral. Y mientras nuestro Estatuto de los Trabajadores envejece a ojos vista, la economía real, las empresas y los trabajadores se esfuerzan día a día en su lucha por adaptarse a las nuevas demandas y formas de trabajo. Este desajuste entre la norma y la realidad hace que el traje de la legislación laboral quede muy ajustado, demasiado apretado, para la actividad económica, lo que ocasiona que se rompa por aquí y por allá y que sean precisos remiendos a cada instante para ajustar lo que no encuentra acomodo en una norma desfasada.

Lo vemos cada día. Son los jueces los que definen los límites de la economía colaborativa y la naturaleza de las relaciones de trabajo que alberga. Son los jueces los que determinan los límites del uso de internet en el puesto de trabajo y la confidencialidad, o no. del mismo. Podríamos poner más ejemplos, pero valga el botón por muestra. Nuestras leyes continúan siendo analógicas, mientras que la economía se transforma en digital de manera acelerada.  Y esa diferencia de velocidades no hará sino incrementarse, convirtiéndose en un lastre para el normal funcionamiento de la economía. La negociación colectiva palía en alguna medida estos desajustes, como, por ejemplo, el derecho a la desconexión pactado en el convenio de empresa de la aseguradora Axa, pero su incidencia resulta, aún, claramente insuficiente.

Se podría argumentar que lo mejor es que no hayas más normas, dejar las que ya funcionan, para que el mercado laboral campe por sus respetos. En parte, dado la velocidad de los cambios, podría ser una opción válida, pero, conociendo nuestra realidad sociolaboral, esa pasividad no funcionaría, ya que el sistema en su conjunto miraría al futuro a través del retrovisor de nuestro estatuto. Ojalá el nuevo marco general de las relaciones laborales tuviera dimensión europea, para resultar adaptada posteriormente a las realidades nacionales. En Europa aún tenemos alguna opción, dado que descartamos, desgraciadamente, el interés del legislador español en materia tan novedosa y necesaria. Sus señorías seguirán en cuestiones de relumbre y cartelón, de imagen y foto, sin meterle mano a lo que en verdad es importante y necesario. En fin, así somos, qué le vamos a hacer.

Y mientras que nuestro Parlamento sestea con ociosas cuestiones del ayer, la vida sigue allí fuera, vaya que si sigue. Los vientos digitales nos impulsan hacia un nuevo continente digital, en el que todo está por descubrir, conocer y bautizar. Nominar algo es, de alguna manera, crearlo para nosotros. Ya el coronel Aureliano Buendía advertía que Macondo era lugar tan nuevo que las cosas aún no tenía nombre. El universo digital que pisamos por vez primera es un vasto territorio, virgen, desconocido, en el que nos adentramos sin mapa. Bautizamos los lugares y tópicos que descubrimos con la fascinación y el vértigo de los descubridores. Internet, ordenador, bits, redes sociales, videojuegos, realidad virtual, realidad aumentada, inteligencia artificial, smartphone, economía colaborativa… Palabras que hace treinta años no existían y que hoy configuran nuestro mundo cotidiano. Y cada día nuevos conceptos y aplicaciones nos asombran, nos ocupan y nos hacen trabajar de manera diferente. Mueren viejos empleos y surgen otros nuevos de manera acelerada, impulsados por el darwiniano principio de la selección de los mejor adaptados.

Y es que las revoluciones tecnológicas desplazan al reino de la melancolía y del olvido a muchas actividades económicas y a su empleo consiguiente. Pero también generan mucho empleo nuevo y distinto. Lo importante, por tanto, será el balance obtenido entre la destrucción y la generación de empleo. Los tecno-pesimistas vaticinan un futuro sin empleo, desplazado el trabajo de los humanos por la labor eficaz y silenciosa del robot. Para los tecno-optimistas, sin embargo, el balance siempre será positivo: lo fue en el pasado y también lo será en el futuro. Los datos parecen avalar su postura. Hoy, por ejemplo, después de varias décadas de implantación de tecnologías digitales, existe mucho más empleo en el mundo que veinte o treinta años atrás. Está bien la división de opiniones, porque enriquece el debate, aunque resulte más retórico que real, más estéril que práctico. La sociedad digital ha llegado para quedarse y nada podrá pararla ni evitarla. La postura de los gurús rezuma cierto fatalismo oriental: lo que tenga que ser, será. Nada, ni nadie, podrá detener la navegación a toda vela digital hacia el futuro que nos desconcierta y atrae al tiempo. Por tanto, relájese y disfrute el espectáculo colosal que todo lo sacude y muta. Nuestro mundo se derrumba para dar nacimiento a otro del que nada sabemos y del que tan sólo nos llegan visiones sesgadas a través de las películas de ciencia-ficción.

De todas estas cuestiones reflexionamos en el curso de verano celebrado en Torres por la universidad de Jaén, con Cristóbal Molina y María Rosa Vallecillo como directores académicos. Las ideas, algunas muy novedosas, compusieron un puzle sugerente y motivador. Constitución Digital, con deberes y derechos para personas y algoritmos; Carta de Derechos Digitales; disposiciones para el empleo digital; nueva negociación colectiva; responsabilidad de los sindicatos ante los nuevos perfiles de los trabajadores digitales; prevención ante los riesgos novedosos que conllevan los cambios: nanoriesgos, biotecnológicos, alergia radioeléctrica, tecnoestrés, protección de datos, protección ante la empresa panóptica, que todo lo ve -, controles tecnológicos; derecho al olvido, derecho a la explicación. También, cómo no, se abordó la formación digital como deber y derecho de los trabajadores, del todo precisa para conseguir la necesaria diversidad generacional en el seno de la empresa. Materias novedosas y atractivas que se enriquecerán con las nuevas necesidades y requerimientos que tendremos que atender desde la gestión cotidiana, la negociación colectiva y la necesidad de adaptación, ya que el marco normativo digital, ni está ni se le espera.

La mayor revolución de nuestro pasado fue la neolítica. Apareció la agricultura, la ciudad, la muralla, el rey, los reinos, las fronteras, la policía, el ejército, los impuestos, la burocracia… Instituciones todas que han llegado hasta nuestros días. Se comerciaba con materia y existían castas sociales. Arriba reyes, sacerdotes y guerreros, abajo el pueblo productor. La Revolución Industrial de finales del XVIII y principios del XIX, impulsada por la inusitada potencia del vapor, supuso el siguiente gran salto. La energía se sumó a las materias de comercio. Materia más energía permitió la revolución burguesa, el liberalismo y el nacimiento del capitalismo. Y capitalismo significó proletariado y de las relaciones entre ambos surgieron los derechos sociales y la negociación colectiva. Nacía el Derecho del Trabajo tal y como ahora lo conocemos. Pero a lo largo del siglo XX comenzó el comercio de la información y del dato. Primero, de manera tímida y titubeante con el telégrafo, la radio y el teléfono. La televisión supondría un acelerón hasta llegar al despegue definitivo con la irrupción vertiginosa de internet. Los negocios de mayor volumen y margen del mundo ya no tienen como base ni la materia ni la energía, sino el dato. Manda el dato y pronto nos gobernará su hija necesaria, la Inteligencia Artificial.

La nueva sociedad digital conlleva nuevas fórmulas de trabajo, descentralizadas, globalizadas, por proyecto. Las personas tendrán como jefes y compañeros a algoritmos, se podrá valorar el rendimiento individual y los nuevos saberes digitales tendrán una remuneración muy superior a los tradicionales saberes profesionales. Nuestra norma laboral deberá cambiar en profundidad para no quedar por completo desfasada. Un reto que nos reclama de manera imperiosa, pero al que nadie de las alturas parece querer – o saber – responder. Así nos irá.

Mostrar comentarios