OPINION

La crisis que llama a nuestras puertas, ¿cómo nos afectará?

Presentación Presupuestos 2019
Presentación Presupuestos 2019
Efe

Cada día se habla con más intensidad de la crisis mundial por venir. Algunos afirman que será muy severa, toda vez que pillará a los gobiernos y a los bancos centrales sin munición para combatirla. Otros opinan que será una crisis técnica, un ajuste de un par de años después de casi una década de fuerte crecimiento. Y los del club de optimistas irredentos, minoritarios, piensan que se tratará de un pequeño resfriado del que saldremos refortalecidos gracias a la mágica productividad de las nuevas tecnologías. El debate, aparte de apasionante, resulta del todo fundamental para nosotros, que nos jugamos el tipo, la hacienda y el empleo en el envite. Dos son las preguntas, pues, a abordar. La primera, ¿habrá crisis mundial? La segunda: en caso de producirse, ¿cómo afectaría a España?

Los síntomas refuerzan a la hipótesis de la crisis. Hay quiénes siempre argumentan que, al final, se trata de la clásica profecía autocumplida. De tanto repetir que viene la crisis, se ceba la desconfianza, el temor y la crisis se presenta en consecuencia. Puede ser, siempre algo de esto existe. Pero, en esta ocasión, sin embargo, existen indicadores que evidencian que algo grave está pasando o que puede pasar a medio plazo, más allá de las profecías que tendemos a hacer realidad. Veamos algunos de estos síntomas.

Las bolsas mundiales se pegaron el año pasado un tortazo considerable, con bajadas que superaron el 15% en la mayoría de las economías avanzadas. Eso es mucho dinero perdido, evaporado, que supone una menor capacidad de inversión y de solvencia. La caída de las bolsas, nunca lo olvidemos, es efecto, pero también causa de las crisis, en términos escolásticos de confianza. Y, en efecto, la caída mundial de los indicadores globales de confianza de consumidores, inversores y empresarios camina en paralelo a la caída de las bolsas, cayendo mes tras mes.

La guerra comercial entre EEUU y China ha venido para quedarse. Los americanos han decidido que no pueden dejar a la potencia oriental continuar enriqueciéndose sin límite y han comenzado a combatirla donde más le duele, en el comercio mundial. Ya veremos quién pierde más en esta nueva versión de la Guerra Fría, que será larga y costosa para todos. Lo del Brexit, el vodevil por entregas, aún coleará un tiempo, sin que al final sepamos el desenlace, añadiendo un plus de incertidumbre a una Europa ya de por sí desnortada y perpleja, en la que ya vemos, con sorpresa, como Alemania puede rozar la recesión técnica en este último trimestre.

Y, por si fuera poco, el dinero, hasta ahora baratísimo, comenzará a encarecerse. Las subidas tipos ya se iniciaron en 2018 en Estados Unidos, para gran enfado de un Trump que no termina de comprender la independencia de la FED. Y, en principio, las subidas de tipos llegarán a Europa en el otoño de este año. Ese puede ser el detonante que haga explotar la bomba que verdaderamente nos amenaza y que no es otra que la enorme deuda global que hemos generado entre todos, empresas y gobiernos. Según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF) el total de la deuda mundial – 211 billones de dólares - supera el 300% del PIB global, una gigantesca enormidad, un descomunal peso que amenaza con aplastarnos. Nunca, jamás, habíamos estado tan endeudados como humanidad, por lo que no disponemos de hoja de ruta para lo que hacer en el momento en el que comiencen los problemas.

Por todo lo expuesto, debemos redoblar nuestra prudencia, pues es más que posible que suframos grandes sobresaltos económicos de aquí a un año. Existe riesgo cierto de crisis mundial y cualquier excusa puede resultar el detonante de la misma. Una simple chispa puede provocar un pavoroso incendio, un pequeño acontecimiento podría generar una oleada de pánico que hiciera que todos corrieran en desbandada a vender con urgencia para tratar de salvar algo de la quema.

Y, ¿cómo encajaríamos en España la nueva crisis en caso de producirse? Pues francamente mal. El Estado está muy endeudado, rondando el 100% del PIB, y no ha sido capaz de cumplir con los límites de déficit ni siquiera en momentos de fuerte crecimiento. ¿Qué ocurrirá con nuestro déficit si entráramos en recesión? El gobierno se encontraría sin herramientas para atajar la sangría económica y el profundo malestar consiguiente. Sánchez ha incrementado el gasto público sin tener garantías de ingresos para atenderlo. Además, ha subido impuestos y cotizaciones sociales, sobre unos niveles que ya estaban muy altos, impulsados previamente por un insaciable Montoro. Ni las familias ni empresas podrán pagar más, lo que complicará la recaudación pública. Hemos tenido mala suerte con nuestro presidente de gobierno. El hombre equivocado en el momento equivocado. Con sus ideas y proyectos, lo vamos a pasar mal, muy mal, si la crisis llama de nuevo a nuestras puertas.

La economía española ya se enfría de manera acelerada. Si en 2017 finalizábamos con un crecimiento del PIB del 3%, en 2018 lo hemos hecho en el 2,4%. Es cierto que todavía crecemos y creamos empleo, pero también lo es que los ritmos en ambos parámetros disminuyen con rapidez. Ya veremos lo que ocurre en 2019. El gobierno ha rebajado sus previsiones a un 2,2%, que vemos optimista a día de hoy. Las medidas fiscales y laborales que el gobierno está adoptando castigan a la actividad económica y al empleo, como desgraciadamente comprobaremos a lo largo de estos próximos meses. Perdemos competitividad y productividad a ojos vista y esa es una pésima noticia, con crisis o sin ella.

Si la crisis estallara de nuevo y el monstruo del paro rugiera de nuevo, se producirían unas consecuencias políticas que no llegamos a imaginar, en estos tiempos de populismos y desconcierto. Estamos preocupados. Nunca, durante las últimas décadas, el cóctel economía y política se conjugó con tal fuerza destructiva como la que se nos presenta en la copa de la que nos tocará beber.

Ojalá no suceda, pero todo apunta a que la crisis ya cabalga hacia nosotros, con hambre secular y con su guadaña bien afilada. Desgraciadamente, si finalmente llegara, a los españoles nos pillaría débiles, desprevenidos y sin cabeza cuerda al frente.

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