OPINION

Elecciones con una economía que mira al cielo

La última EPA identifica unos 600.000 'ni-nis' en España, jóvenes parados que tampoco se están formando.
La última EPA identifica unos 600.000 'ni-nis' en España, jóvenes parados que tampoco se están formando.

EEspaña es un país moderno. Como en el resto de los países europeos, el sector servicios es el que tiene mayor peso en la economía. Hace décadas que dejó de ser un país de agricultores. Pero no hay que llamarse a engaño, la economía sigue mirando a lo alto. A ver si llueve y se arruina la temporada. Todo un síntoma. A medida que se acercan los días de vacaciones de Semana Santa, los partes meteorológicos adquieren más valor. Miles de hosteleros –en España hay 280.000 establecimientos de comidas y bebidas- están pendientes del tiempo y de las aplicaciones de predicción meteorológica para calcular cómo empieza la temporada alta del turismo. Todos los ojos se elevan al altísimo... cielo.

El país crece a buen ritmo desde hace cinco años. Desde hace cuatro, por encima del 3%. Pero ahí están las cifras de desempleo, ancladas en el 14%. Algo no cuadra. El mercado de trabajo funciona mal, vinculado como está a las actividades de siempre: la hostelería, la industria del automóvil y la construcción. No ha habido cambio en el modelo productivo y se mantienen rasgos que diferencian a España de los países más desarrollados y productivos. Algunos de ellos los ha destacado el catedrático de la Universitat de Barcelona, Antón Costas: una mayor tasa de paro de larga du­ración, especialmente de jóvenes; una mayor tasa de empleo temporal, también entre los jóvenes, y un mayor aumento de la desigualdad y de la pobreza.

Así estamos y así se nos viene encima una campaña electoral en la que el debate económico se va a simplificar al máximo en dos líneas: economía va bien contra economía va mal y bajar impuestos es bueno contra subir (algunos) impuestos es necesario. Todo aderezado con datos sesgados, advertencias ominosas y afirmaciones estremecedoras. Lo habitual.

Todos tienen razón

En el debate sobre la marcha de la economía, todos tienen razón. Los que sostienen que va bien y los que advierten sobre un peligroso frenazo. Efectivamente, con los datos del último trimestre de 2018 y el primero de 2019, no se puede hablar de parón. La economía se aceleró a finales del pasado año y creció a buen ritmo hasta marzo. Si no se torcieran las cosas se podría acabar el ejercicio con un crecimiento del 2,8%. Pero también hay síntomas de que vienen curvas. Las exportaciones y la inversión empresarial se han frenado como respuesta a la incertidumbre internacional y es prudente encender las alertas.

En el debate sobre impuestos, sin embargo, la razón no puede estar repartida. Alguien está equivocado. La regla según la cual reducir los impuestos a empresas y particulares anima la actividad y por consiguiente la recaudación es un mito por mucho que se empeñen los admiradores de Laffer, y de Reagan y de Thatcher. Los impuestos son necesarios y son fundamentales para evitar un aumento en las desigualdades. Existe fraude en los impuestos sobre la renta, en el impuesto de sucesiones y en los impuestos sobre el patrimonio. Son las tres figuras sobre las que prometen actuar los partidos de la derecha. Estremece que toda una candidata a la presidencia de la comunidad de Madrid (Isabel Díaz Ayuso) defienda la bondad de la competencia fiscal –a la baja- entre comunidades. Son ataques directos a la capacidad redistributiva del Estado.

Mejor y también peor

Tampoco conviene sacar pecho por una economía que crece más que los países del entorno. En las últimas décadas siempre ha sido así. Cuando vienen bien dadas, como sucedió en los 80, los 90 y a principios de siglo, la economía española permite a los políticos presumir de pilotar la locomotora de la economía europea. En la época de Zapatero hasta llegamos a echar carreras -virtuales y sobre el papel- para ver quién tenía el PIB más brillante con Italia y Francia. Pero se olvida lo que sucede cuando –inevitablemente- la economía se contrae. Entonces, la economía española siempre cae más que en el entorno y con efectos más duros; sobre el empleo y sobre la pobreza. Los efectos colaterales son, además, desastrosos: en cada arreón, miles de ciudadanos se quedan en la cuneta del paro, a menudo de forma permanente.

Aunque es difícil, conviene abstraerse cuando se intenta politizar el (escaso) debate económico. En el año 2016, con un Gobierno del PP en funciones, la economía fue como la seda. Y en 2018 ha ido bien con un Gobierno del PSOE que ha tenido limitado su margen de acción. El ruido no permite valorar como se debería que el empleo vuelve por sus fueros –crecimiento de casi el 10% en la construcción en febrero- y que se vuelven a rifar los albañiles. En lugar de debatir sobre cómo crear empleo de calidad y sobre la productividad, la campaña se enreda en el salario mínimo interprofesional (SMI). Un error.

Sin duda, en algún momento futuro habrá una nueva crisis económica. Por eso es importante no hacer las cosas de siempre con la vista puesta en el corto plazo. La transición energética es una oportunidad y una palanca para trabajar el futuro con otra mentalidad. Más y mejor empleo, mayores salarios y programas de inversión deben formar parte de la receta. El momento de diseñar esas políticas es ahora. De lo contrario, la próxima crisis será peor. Urge que la economía deje de mirar al cielo.

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