Diada: la historia política catalana de una derrota... y de una mentira consentida

  • Lo que el nacionalismo celebra no es sino una derrota; la derrota de las tropas catalanas –y no catalanas– austracistas frente a las borbónicas. Una derrota con tintes de épica.

    La Diada política no era más que una celebración oficial de ayuntamientos y otras corporaciones similar a la ofrenda floral de la Junta de Andalucía a la estatua de Blas Infante.

Diada: una historia política
Diada: una historia política
Álvaro Petit Zarzalejos

El nacionalismo es una máquina centrifugadora: todo lo quiere colorear según su peculiarísimo punto de vista, porque tiene una necesidad voraz de simbolismos y referencias emocionales. El ejemplo mejor es la Diada en la que se conmemora el Onze de setembre de 1714, fecha de la rendición de las tropas partidarias de la Casa de Austria, frente a la de Borbón, en la Guerra de Sucesión española. En Cataluña, que no luchó por sí sino por ser súbdita del poder imperial austríaco, los nacionalistas han creado una reconstrucción imaginaria de aquel hecho, desde que el historiador Salvador Sampere i Miquel dejó dicho que aquel día quedó abolida la nación catalana.

Lo que el nacionalismo celebra no es sino una derrota; la derrota de las tropas catalanas –y no catalanas– austracistas frente a las borbónicas; una derrota remozada con tintes de una supuesta lucha épica por la libertad de Cataluña. De hecho, su conmemoración no se dio automáticamente; a nadie le gusta recordar una derrota y tuvieron que pasar años para que, revuelta la historia, se celebrara. Es conocido, de hecho, el lamento del político de ERC, Antoni Rovira y Virgill, presidente del Parlament en el exilio, cuando reconocía lo pronto que se olvidaron los catalanes de la guerra y lo rápido que recibieron a los borbones. Por ser lo que fue; es decir, una derrota, Prat de la Riba se negó siempre a rememorarla, prefiriendo buscar las referencias del catalanismo en la Edad Media.

En torno a la caída de la ciudad se ha levantado todo un mito patriótico, aunque sin la belleza de los mitos. Un mito basado en la extraña y ucrónica consideración del archiduque Carlos de Austria como una suerte de proto-autonomista, frente a un malvado Felipe de Borbón. Curiosamente, Carlos II, el último austria, nunca convocó Cortes en Cataluña, mientras que Felipe V sí lo hizo, y se celebraron pacíficamente entre 1701 y 1702.

El origen de la celebración –de la ofrenda floral– se remonta a comienzos del siglo pasado, cuando un grupo del ala radical del nacionalismo depositó una corona de flores en la estatua de Rafael Casanova, conseller en cap durante el sitio de Barcelona. Antes, desde finales del siglo XIX y aún entonces, la conmemoración consistía en el oficio de una misa convocada por la Liga Espiritual de la Mare de Dèu de Montserrat por el descanso de los muertos en el sitio.

Desconocían, al parecer, que Casanova, al frente de la Coronela barcelonesa, se quedó dormido durante el asedio o que ni siquiera era partidario de la resistencia frente a los 30.000 hombres del ejército borbónico que cercaba la ciudad. Ni siquiera prestaron oídos a los descendientes de aquel, que reivindican la figura de su antepasado sólo como uno de tantos que se equivocó de bando en la guerra.

Por cierto, aquella primera ofrenda floral a la que acudieron un centenar de personas, acabó con enfrentamientos con la policía y una treintena de detenidos.El camino hacia la oficialidad

Desde entonces hasta hoy, la historia se ha ido modificando, para adecuarla a los tiempos. Se hizo un esfuerzo por abrir la celebración a otras concepciones políticas que, siendo catalanistas, no eran radicales. Y así, diseñó la conmemoración de una batalla con discursos pacifistas que, aún llamando a la paz universal, estaban trufados de referencias militares.

La popularidad de la fiesta como fecha nacionalista llegó con la prohibición de la Dictadura de Primo de Rivera, siendo los años republicanos los que acogieron ese nuevo fervor nacionalista durante la Diada. Con el franquismo, quedó de nuevo prohibida, pero los pocos que aún se acordaban de ella, lo hacían con hechuras de lamento, vinculándose con la caída de Barcelona en enero de 1939 durante el conflicto civil, y la implantación en España de un sistema autoritario. Parece lógico, pues, que con los primeros años del

juancarlismo y la transición democrática, el onze de setembre mutara de nuevo su naturaleza, y asumiera un significado democrático y, sobre todo, anti-autoritario. Fue en aquellas concentraciones donde se hizo famoso aquel lema de Llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia.

Restaurada la Generalitat en 1977 y con un Jordi Pujol que entonces se anunciaba sempiterno y no, ni en la más imaginación más mórbida, como hoy aparece, se decidió desde el Gobierno autonómico establecer oficialmente el onze de setembre como Diada nacional de Catalunya. Así, Pujol trataba, no sólo de satisfacer ciertos círculos de la intelligentsia catalanista, que insistían en tomar la efeméride como ejemplo del espíritu martirial de Cataluña, siempre –decían- acosada por la agresión extranjera, sino además, situar el movimiento nacionalista catalán fuera de las coordenadas de aquellos sectores que desde

Madrid vinculaban todo nacionalismo con el terrorismo (en el caso de Cataluña, el de Terra Lliure, que siempre fue minoritaria) y luego, con la izquierda abertzale.

Lo que ha pasado desde entonces a hoy, es conocido. La Diada ha pasado de ser una celebración que, aún siempre con tintes autonomistas y, si se quiere, nacionalistas, se desarrollaba sin altercados, a ser la fecha tomada por las fuerzas radicales secesionistas para desplegar su retórica y su escenografía victimista, en el mejor de los casos, cuando no, directamente, de vanguardia.A la búsqueda de ruinas

Junto con este camino hacia la oficialidad, en los años 80 y 90, cuando el nacionalismo catalán se ahormaba para los tiempos democráticos, desde la hoy extinta Convergencia y, sobre todo Pujol y su grupo de intelectuales –que fueron legión, aunque hoy rehúyan- pusieron sus miras en el movimiento sionista para, por un lado, plantear la creación de un improvisado y artificial culto a los muertos por la causa catalanista y por Cataluña; algo así como un Yad Vashem catalanista y, por otro, encontrar unas ruinas o sitios arqueológicos que sirvieran al nacionalismo como el Museo de las Lamentaciones sirve a los judíos.

Se desató, y las hemerotecas son buena muestra, una guerra de cifras y de muertos durante la guerra civil y el franquismo, víctimas de la represión que, además, se unía a la que ya de por sí se desataba, y aún hoy se desata, cada vez que se mentan esos dos períodos históricos.

Unas obras en Barcelona dejaron al aire restos de la ciudad diezyochesca destruidos por las tropas de Felipe V. El nacionalismo había encontrado su particular Muro; y con ese mensaje, desde instancias oficiales y desde los medios de comunicación, se indicó que aquel sitio arqueológico debía ser el recuerdo material de quienes eran considerados como héroes de la causa catalana, fenecidos durante el asedio.

Sin embargo, las hemerotecas dan cuenta de cómo ni las ruinas descubiertas, ni la decisión sobre los archivos ni aún la reforma del Estatut en 2004-2005, fue un acicate para la movilización masiva en la Diada, que había devenido en una celebración como hay tantas en el calendario de una Comunidad Autónoma. Ni tan siquiera el enconado intento del tripartito por reavivar el recuerdo de la Guerra Civil y la represión, logró sus propósitos galvanizadores.

El cómodo asentamiento en una sociedad del bienestar acaba movilizar a la sociedad en posiciones pragmáticas. El afán movilizador y reivindicativo con tintes nacionalistas no descolló entonces. La Diada política no era más que una celebración oficial de ayuntamientos y otras corporaciones similar a la ofrenda floral que, por ejemplo, la Junta de Andalucía hace en la estatua de Blas Infante. Junto a otros factores en estos días muy de actualidad, sea o no por casualidad coincide –las fechas son tozudas– con una crisis económica que la Diada se haya convertido y dimensionado en lo que hoy es.

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