La intransigencia rusa en la crisis siria

  • La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que Rusia vetará con toda probabilidad ni siquiera habla de proteger a la población civil como en el caso de Libia. Rusia no cambiará de postura hasta que las llamas alcancen el palacio de Asad.

Muere el ministro sirio de Defensa en un atentado en Damasco
Muere el ministro sirio de Defensa en un atentado en Damasco
Antonio R.Rubio Plo, analista de política internacional

El nuevo proyecto de resolución del Consejo de Seguridad sobre Siria, presentado por Reino Unido y auspiciado por el resto de las potencias occidentales, iba a ser vetado por Rusia este miércoles. Tras el ataque a la cúpula del régimen sirio hoy, se ha pospuesto la votación al jueves.

La diplomacia rusa, por boca de su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, ha insistido en que dicho proyecto no es otra cosa que un chantaje occidental. Sin embargo, de la lectura del cuidadosamente redactado proyecto, no se desprende que su aprobación dé vía libre al uso de la fuerza contra el régimen de Bashar al Asad, y ni siquiera se habla de proteger a la población civil como en el caso de Libia.

Se da un plazo de diez días al régimen para que respete los compromisos no cumplidos, en especial el uso de armamento pesado por el ejército y el repliegue de las fuerzas gubernamentales a sus cuarteles. Pero esto es algo que difícilmente cumplirá el régimen sirio, con o sin amenazas, pues lucha a la desesperada por su supervivencia. En el momento en que cese su lucha, la oposición se crecerá, si bien el proyecto de resolución también le insta a que deponga las armas. (Los combates en Damasco han entrado hoy en su cuarto día bajo intensos bombardeos, informa Efe).

En el fondo, estas exigencias no dejan de ser una reiteración de las contenidas en las resoluciones 2042 y 2043, aprobadas en el pasado mes de abril. La principal diferencia es que ahora, si el régimen no cumple pasados diez días, se le aplicarían medidas previstas en el capítulo VII de la Carta de la ONU, en concreto en el art. 41, aunque este precepto se refiere exclusivamente a medidas que no implican el uso de la fuerza armada como la interrupción total o parcial de las relaciones económicas y de las comunicaciones, así como la ruptura de relaciones diplomáticas.

Sin embargo, para Rusia sería un precedente inadmisible, que violaría el sacrosanto principio de la soberanía estatal y la no injerencia en los asuntos internos de los países, un principio de derecho internacional, muy propio del liberalismo del siglo XIX, cuando Rusia era una de las grandes potencias europeas, pero que no tiene en cuenta que el ser humano individualizado es también protagonista de las relaciones internacionales, sobre todo en una Siria en la que han muerto más de 18.000 personas.

La diplomacia de Moscú se basa en la Realpolitik, manifestada en la oposición sistemática a Occidente, criterio principal para la definitiva restauración de Rusia como gran potencia, y los rusos siempre culparán a sus adversarios del fracaso definitivo de la misión de observadores de la ONU en Siria si persisten en aplicar cualquier tipo de medida sancionadora. Con todo, pretenden salir al paso de quienes les acusan de ser valedores del régimen de Asad, aunque reiteran que se oponen a cualquier transición política forzada que no contaría con el apoyo del pueblo sirio.

Según Lavrov, muchos sirios siguen apoyando a su presidente. En una reciente comparecencia de prensa, el ministro llegó a esgrimir el peligro de persecución de las minorías cristianas e incluso la amenaza de Al Qaeda, si bien estos argumentos se están convirtiendo, desde hace meses, en un método que lleva inexorablemente a la inacción.

Conforme pasa el tiempo, estamos llegando a la misma conclusión que el politólogo Michael Ignatieff: Rusia no cambiará de postura hasta que las llamas alcancen el palacio de Asad. (LaInformacion.com te contó recientemente que Rusia tiene 6 buenos motivos para defender el régimen sirio).

Otro tanto podría decirse de China, pero hay que reconocer que la posición de Pekín puede ser más flexible, pues sus relaciones con Occidente son de mayor calado estratégico, sobre todo en el ámbito económico.

En cambio, Rusia, una economía rentista o mercantilista, lo ha jugado todo a la carta de la venta de armamento, petróleo y gas natural. Son sus únicas armas para mantener su estatus de gran potencia. Acaso una de las razones de China para oponerse en el Consejo de Seguridad se llama Tíbet, pero, en el caso de Rusia, la razón más acuciante se llama Chechenia y, en general, todo el norte del Cáucaso.

Para cuando las llamas alcancen el palacio de Asad, Moscú no podrá improvisar una alternativa. No querrá que el nuevo régimen sirio le recuerde su postura durante la crisis, por lo que los rusos tendrán que reiterarles las ventajas de mantener sus vínculos económicos, sobre todo los militares, pues Siria debería tener en cuenta que su principal enemigo en la zona es Israel, que sigue ocupando una parte de su territorio. ¿No sigue necesitando Damasco a Moscú para servir de contrapeso?

Otra consecuencia de la caída del régimen de Asad será que Rusia intensifique sus relaciones estratégicas con Irán e incluso con Irak, lo que no deja de ser una paradoja, tras todo lo que sucediera en ese país, aunque los chiíes, que son mayoritarios entre la población y detentan el poder en Bagdad, se mostrarán inquietos ante la implantación de un régimen suní en Siria. Pero también los iraquíes habrán de mostrarse cautelosos porque tampoco les interesa incomodar demasiado a Washington.

La principal baza rusa en Siria seguirá siendo ofrecerse como el mejor aliado contra Israel, por mucho que Putin hiciera a este país en junio una visita cargada con amplias expectativas. En cualquier caso, la influencia rusa en Oriente Medio no deja de ser precaria, pues ha estado en constante retroceso desde que el egipcio Sadat expulsara a los consejeros militares soviéticos en 1971.

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