Los musulmanes rohingyas quedan a su suerte tras vivir un infierno en los campamentos de la muerte

    • Cientos de birmanos y bangladesíes eran rehenes de las mafias que traficaban con ellos.
    • Estas redes les mantenían en asentamientos ubicados en las agrestes selvas malayas.
    • Ahora, tras ser liberados, muchos de ellos malviven y mendigan por las calles de Malasia.
Un grupo de inmigrantes rohingya
Un grupo de inmigrantes rohingya
Getty Images

Los rohingyas, el pueblo musulmán apátrida, protagonizaron su enésimo éxodo desesperado hace un mes, cuando cientos de ellos sucumbían lentamente en las orillas de la bahía de Bengala, implorando un rescate que llegó de la mano de unos pescadores indonesios.Quizás no sabían que de tocar tierra firme otro infierno les esperaba.La penosa travesía por mar no es más que el inicio de un trágico periplo que en la mayoría de los casos encuentra su etapa final en los campamentos de la muerte, ocultos en la agreste frontera entre Malasia y Tailandia, dos países que no les quieren.Aquella vez, y ante la nueva y más incisiva legislación de Tailandia contra las redes que trafican con seres humanos, los tratantes habían huido, abandonando a unas 500 personas y poniendo de relieve un problema que se ocultaba tras las frondosas selvas de la región.(Los rohingyas, el pueblo musulmán a la deriva)El sureste asiático cuenta con una de las rutas más profusas en cuanto a la actividad de las mafias que comercian con seres humanos. Bangladesh y Birmania son los principales lugares de procedencia de las 25.000 personas, según Acnur, que zarparon durante el primer trimestre de 2015 en busca de las ansiadas costas del sur del mar de Andamán.Campamentos de la muerteEl ministro del Interior de Malasia, Ahmad Zahid Hamidi, confirmó a finales del mes de mayo laexistencia de fosas comunes, con cerca de 140 cuerpos, y casi una veintena de asentamientos irregulares en la región de Padang Baesar, una zona fronteriza del país con la vecina Tailandia.Perseguidos y discriminados, los rohingyas huyen por millares de una Birmania que no les reconoce como ciudadanos de pleno derecho. Aunque no son los únicos, centenares de ciudadanos bangladesíes huyen de su país y corren la misma suerte cuando se ponen en las manos de las mafias, que tras un primer viaje por mar, les retienen en las selvas malayas como rehenes.Estas redes criminales exigen unrescate a sus familiares para seguir con el traslado, bajo pena de ser vendidos como esclavos o sufrir los peores martirios si el dinero no llega, lo que suele pasar en la mayoría de los casos.La zona se encuentra en el norte del país, limitando con Tailandia, en donde también se han descubierto en las últimas semanas asentamientos similares, provocando que las autoridades locales hayan recrudecido sus leyes contra estas redes y por consiguiente la huída de las mafias, quienes han abandonado a su suerte a miles de personas.Dos años de cautiverio: ultrajados, violados y torturadosAbdul Hakim es uno de los supervivientes de esos campamentos de la muerte que las autoridades malayas descubrieron el mes pasado. Golpeado y torturado con aceite hirviendo, estaba a punto de cumplir dos años de cautiverio cuando fue rescatado."No podíamos pagar el rescate así que nos retuvieron y nos torturaron. Algunas veces ahorcaban a los rehenes. Muchos murieron, el lugar estaba cubierto de tumbas", afirma Hakim, cuyo rostro es la viva imagen de la desolación.La historia de Ian Pannell también es espeluznante. Sobre todo porque tras los abusos sufridos, las perspectivas que tiene ante sí ahora que es libre no parecen mucho mejores que las que le hicieron abandonar Birmania."Aquí también es difícil sobrevivir. Cuando salimos la policía nos quita el dinero, algunas veces nos arrestan. Pensamos que Malasia sería mejor, pero es la misma cosa", se lamenta esta mujer que vivirá con el drama de desconocer la identidad del padre de su hija, después de haber sido violada tantas veces durante su cautiverio.

"A los muchachos los golpearon y mataron. A las muchachas nos violaban si no les dábamos dinero", cuenta. Ahora, y ante la indiferencia de las autoridades internacionales, Rashida está abocada a mendigar por las calles de Malasia.

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