Antoñete fue el torero de la 'movida' madrileña

  • Pocos toreros han sido tan clásicos, tan castizos y tan poco dados a frivolidades como Antonio Chenel, 'Antoñete'. Sin embargo, aquel matador envejecido cautivó por su personalidad y su toreo a un buen puñado de jóvenes de la 'movida' madrileña.
Fallece en Madrid a los 79 años Antonio Chenel "Antoñete"
Fallece en Madrid a los 79 años Antonio Chenel "Antoñete"
Israel Cuchillo

Eran los ochenta y mientras el Caudillo se secaba en el Valle de los Caídos la juventud española descubría la libertad y estiraba sus gomas hasta casi romperla en garitos desbordantes de creatividad y drogas.

No pocos de aquellos jóvenes se acercaron por primera a Las Ventas atraídos por la leyenda de un torero barrigudo y cincuentón, ahogado por la nicotina, que se dejaba venir a los toros desde veinte metros con la muleta planchada en la mano izquierda para pasárselos por la faja media docena de veces despacio y con majeza. Y se engancharon para siempre al toreo.

Entonces era 'cool' ir a Las Ventas a ver a Antoñete, el torero del mechón blanco que se pasó toda la vida subiendo y bajando del cielo al infierno. Para la historia secreta de la plaza madrileña quedan los canutos que se liaban los hermanos Urrutia, los Gabinete Caligari, mientras disfrutaban de la penúltima lección del maestro.

Rozarse con Manolete

Antonio Chenel Albadalejo (1932) fue un golfillo de la posguerra, hijo de rojo perdedor. A falta de una despensa en condiciones se alimentaba de sueños y nada le llenaba más que rozar con disimulo el bordado del vestido de Manolete en el patio de cuadrillas de su casa de Las Ventas.

Aquella infancia sin leche ni calcio afloraría años más tarde muchas veces en inoportunas fracturas de huesos, esas que llegaban cuando parecía que, esta vez sí, su carrera como matador de toros despegaría definitivamente.Porque pocos toreros habrá habido tan irregulares como Antoñete. Tanto, que cuajó la faena de su vida (al famoso toro 'blanco' de Osborne) cuando estaba a punto de hacerse banderillero, harto de vivir la miseria de los toreros que no torean.

La de los ochenta fue quizá la más bonita de sus resurrecciones, la que hizo que los jóvenes de la movida madrileña tuvieran por ídolo a un viejo barrigón de voz rota que les enseñó lo que es el toreo.

Y en los estertores de la movida hasta se abrió un garito bautizado en su honor: el Chenel, en la calle Atocha de Madrid.

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