"El brillo de las lanzas" recrea una Córdoba a la altura de Bagdad y Damasco

  • Alfredo Valenzuela.

Alfredo Valenzuela.

Sevilla, 26 oct.- La novela histórica "El brillo de las lanzas", de Ramón Muñoz, recrea cómo era la vida en la Córdoba califal que Abderramán III puso "a la altura de Damasco y Bagdad, en un calculado desafío al califato de Oriente, ya en declive", ha dicho a Efe el autor.

El "gran momento" de la ciudad "llega cuando Abderramán III, después de haber sometido a los rebeldes que durante décadas amenazaron con desintegrar al-Ándalus, la eleva en el año 929 a capital del califato que acaba de proclamar", según Ramón Muñoz, quien precisamente centra el argumento de su novela en las aventuras de dos rebeldes enfrentados al Califato cordobés.

"A partir del año 711 la transformación de Córdoba es paulatina, enterrando su pasado romano y visigodo bajo el peso cada vez mayor de la presencia musulmana", según Muñoz, quien ha explicado que "entre medias hubo episodios tan cruentos como la matanza de los habitantes del arrabal de Secunda o tan atractivos como el vuelo del osado inventor Abbas ibn Firnas con unas alas de madera recubiertas de seda".

Según el autor de "El brillo de las lanzas" (Pàmies), después de "diecisiete años de continuas guerras que le habían servido para restaurar la unidad del reino, Abderramán III se sintió lo bastante fuerte para restablecer la legitimidad de los Omeyas, mirando de igual a igual a esos califas de Bagdad que trataron de exterminar a sus antepasados".

Y la proclamación del califato "trajo consigo un programa de edificaciones por toda Córdoba entre las cuales destacan por encima del resto la construcción de un nuevo alminar para la Mezquita Mayor, que aún se puede contemplar convertido en campanario, y la ciudad palaciega diseñada con la intención de ser la más hermosa del mundo, una réplica consciente del Paraíso en la Tierra: Medina Azahara".

La construcción de esta ciudad junto a Córdoba "acarreó gastos extraordinarios; millones de dinares se invirtieron en levantar palacios y construir jardines, miles de albañiles y artesanos trabajaron día y noche para construirla y decorarla".

Pero pese a tanto esfuerzo Abderramán III "no llegó a ver terminada la ciudad de sus sueños; murió quince años antes de la conclusión de las obras, cuarenta antes de que Medina Azahara fuese arrasada por el fuego en las revueltas que pusieron fin al califato".

Incluso estando inacabada, Medina Azahara le sirvió como refugio en el que recluirse "cuando la vejez alcanzó al primer califa de al-Ándalus".

"Su hijo y heredero, al-Hakam II, supo cuidar el legado de Abderramán III e incluso incrementarlo con aportaciones propias como la penúltima ampliación de la Mezquita Mayor o el establecimiento de una biblioteca comparable a la de Alejandría que, como aquella, acabaría siendo destruida por los devotos de la ignorancia", ha añadido Muñoz.

"Poco queda ya de la Córdoba califal, aparte del bosque de columnas que envuelve una catedral intrusa o esas ruinas de Medina Azahara que apenas nos permiten intuir lo que debió ser la ciudad palatina del gran Abderramán III", según Muñoz.

El autor no tiene duda de que la memoria de aquella Córdoba "ha sobrevivido mucho mejor en las crónicas, los libros, los testimonios de visitantes admirados que trasmiten la imagen de una ciudad que era entonces la mayor de Occidente".

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