El Covent Garden ofrece una versión de alto voltaje de "El Jugador", de Prokofiev

  • Londres.- La Royal Opera House londinense ofrece una versión de alto voltaje de "El Jugador", la ópera satírica del ruso Serguéi Prokofiev (1891-1953) basada en la famosa novela homónima de su compatriota Fiodor Dostoyevski.

El Covent Garden ofrece una versión de alto voltaje de "El Jugador", de Prokofiev
El Covent Garden ofrece una versión de alto voltaje de "El Jugador", de Prokofiev

Londres.- La Royal Opera House londinense ofrece una versión de alto voltaje de "El Jugador", la ópera satírica del ruso Serguéi Prokofiev (1891-1953) basada en la famosa novela homónima de su compatriota Fiodor Dostoyevski.

Pocas óperas como ésta han tenido una historia tan accidentada: fue compuesta en 1915 por el entonces joven músico, que eligió deliberadamente un lenguaje radical e "izquierdista", como él mismo lo calificó, para su partitura.

Sus abanderados fueron el más destacado director escénico ruso, Vsevolod Meyerhold, y el maestro de la batuta anglo-ruso Albert Coates, que dirigía entonces el Mariinsky, de San Petersburgo.

En opinión de ambos, su innovadora forma musical, rupturista al prescindir tanto de las arias al estilo italiano y de la melodía continua wagneriana, podrían insuflar nueva vida al género.

Sin embargo, presionado por el trabajo, Meyerhold tuvo que pasar las riendas a otro colega, y no se consiguió avanzar en el proyecto.

En mayo de 1918, Prokofiev tomó el transiberiano en Moscú para dirigirse a Vladivostok y desde allí, pasando por Japón y Honolulú, viajó a Estados Unidos, donde permaneció hasta 1927.

Norteamérica no era, sin embargo, el marco adecuado para el estreno de "El Jugador" y allí optó en su lugar por otra ópera, la famosamente titulada "El Amor de las Tres Naranjas".

De regreso a Rusia, retomó la partitura e hizo una serie de cambios, sobre todo en la famosa escena de la ruleta del cuarto acto, a la que añadió distintos personajes, a la vez que, pensando en la censura rusa, rebajó la carga sexual del encuentro final entre el protagonista, el joven tutor convertido en el ludópata Alexey y Paulina, la muchacha a la que había estado cortejando sin éxito.

Pero, tras la efervescencia revolucionaria inicial, corrían tiempos conservadores en la Unión Soviética de Stalin y la Asociación Rusa de Músicos Proletarios había hecho todo lo posible para impedir el estreno en el país de esa ópera de enorme complejidad que aquéllos acusaban de "formalista".

En vista de que la producción de Leningrado no despegaba, Prokofiev decidió aprovechar la oferta de estrenar la versión revisada en el Théâtre de la Monnaie, de Bruselas, en abril de 1929.

Prokofiev moriría en 1953 sin haberla visto estrenada en Rusia, y sólo en 1963, diez años después de la muerte de Stalin, pudo escucharse en versión concertante en Moscú, y en 1974, verse en el Bolshói por fin la versión escénica completa, a la que seguiría en 1991 otra producción en el Mariinsky, de San Petersburgo.

La nueva producción, en versión inglesa, estrenada ahora en Londres bajo la electrizante dirección musical de Antonio Pappano, y que podrá verse en días distintos hasta el 27 de febrero, permite apreciar la enorme radicalidad, aún hoy, de su lenguaje musical.

El equipo formado por el director escénico Richard Jones y los responsables de los decorados, Antony McDonald, el vestuario, Nicky Gillibrand, y la luminotecnia, ha logrado un montaje nervioso y en algunos momentos casi neurótico, como la propia música de Prokofiev.

Un montaje lleno de colorido, inmerso en un ambiente que por su moda, recuerda los años enloquecidos de la República de Weimar, que reflejaron artistas como Max Beckmann o Georg Grosz.

La escenografía, que incluye una casa de fieras y el pasillo central de un hotel de la supuesta ciudad balneario alemana de Roulettenburg, y un casino, resulta visualmente fascinante.

Y la famosa escena de la ruleta, con los numerosísimos personajes de ambos sexos repitiendo en la mesa de juego una y otra vez los mismos movimientos al ritmo frenético de la música para quedar como congelados mientras la ruleta da las últimas vueltas resulta de una tremenda hilaridad.

Tanto Jones en la parte escénica como Pappano en lo musical consiguen manejar hábilmente en todo momento los hilos de una ópera que encierra endiabladas dificultades.

Merecen también elogios el coro y las voces solistas, entre las que destacan el tenor germano-italiano Roberto Saccà en el papel del impetuoso Alexei, la soprano alemana Angela Denoke, como Paulina, el gran bajo británico John Tomlison, que encarna al general, el tenor estadounidense Kurt Streit, en el papel del marqués, y la mezzosoprano británica Susan Bickley en su debut como "Babulenka" (la abuela).

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