El debut hispano de "La conquista de México" logra un gran éxito en el Real

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 9 oct.- Tal y como deseaba el que era hasta el inicio de esta temporada intendente del Real, Gerard Mortier, el público se ha "abierto" para dejarse fascinar por el terrible "amor de fieras agónicas" que exuda "La conquista de México", estrenada esta noche, con un gran éxito, por primera vez en un país hispano.

Los aplausos para este retrato del choque entre la cultura europea y la precolombina, que tritura ritmos y sonidos, han sido unánimes para los cantantes, Nadja Michael (Montezuma) y Georg Nigl (Hernán Cortés), el director de orquesta, el argentino Alejo Pérez, y el de escena, el libanés Pierre Audi, la orquesta y el coro, que han tenido que saludar varias veces.

El alemán Wolfgang Rihm (1952) estrenó esta obra sobre la conquista de México, "el hecho que cambió el mapa del mundo", comparable "a la llegada del hombre a la Luna", según Mortier, en 1992 pero nunca se había representado en su versión escénica en un teatro hispano, un reto superado hoy con aplausos constantes y "bravos".

Para esta ocasión, Rhim y Mortier quisieron que la grabación del coro que acompaña a la música en directo desde su creación fuera nueva.

"Han hecho un trabajo colosal", ha alabado Alejo Pérez, muy aplaudido por un esfuerzo titánico para controlar -por 'pinganillo'- las entradas grabadas del coro, lo que ocurría en el escenario y en las "islas" musicales situadas en el palco Real y en los de platea, con bajo eléctrico, órgano eléctrico e instrumentos graves además de percusión.

A ello se sumaba la actuación de los "altoparlantes", como les llama Pérez, es decir los dos actores-músicos que con sus onomatopeyas desde el foso puntuaban los sentimientos de la masa y de Cortés.

Se trataba de insertar al público en un escenario más amplio y que se sintiera rodeado por el sonido, como si este estuviera en "3D", una especie de "Avatar" operístico de "un impacto neurológico feroz" gracias a los 26 altavoces instalados en la sala.

Además, en palco, a cada lado del escenario, una soprano aguda (Caroline Stein) y una contralto muy profunda (Katarina Bradic), muy aplaudidas ambas, amplían el enunciado de lo que canta Montezuma, de forma que Rihm, que no ha podido asistir ni a los ensayos ni al estreno porque está enfermo, construye "una escultura femenina del sonido".

Igual que Rihm ha querido que la "parte azteca" fueran todas voces de mujer y que su movimiento destilara dulzura, Cortés y los españoles están representados en un entorno rotundamente masculino y anguloso, acentuado por sus peinados, como meninas de Velázquez y escudos metálicos rectangulares.

El papel de Malinche, un personaje inventado por Rihm y que no dice una sola palabra, lo encarna una bailarina de teatro Noh, Ryoko Aoki, la "nuria espert" japonesa, también muy aplaudida.

"No es una historia, es un texto filosófico", explicaba a Efe Mortier en el último ensayo al que asistió antes de volver a Alemania, donde le tratan de un cáncer de páncreas.

Son, detallaba, mundos opuestos, voces antagónicas, por eso los indios "son el color y la ligereza" y los españoles "van de oscuro y llevan pesadas capas y escudos".

"Es el gran contraste entre la tristeza, la codicia, la excitación y el miedo. Es muy complejo y profundo", subrayaba Mortier, absolutamente "enamorado" del cuadro final, "un réquiem magistral".

Como pretendía Mortier, el público se "ha dejado fascinar" por la reflexión sobre el encuentro entre Cortés y Montezuma -así, y no Moctezuma, para recuperar su grafía más antigua en Europa-, pero no el de sus cuerpos sino el de sus almas, en medio de los malentendidos, el miedo y la dependencia de la tragedia colonial, presente constantemente sin derramar una sola gota de sangre.

La música, que se caracteriza por sus brutales y abruptas entradas y salidas, fue compuesta por Rihm primero y luego encajó, como en el lenguaje automático de los surrealistas, los textos, con los que crea situaciones solo evocadoras o sugerentes de los hechos históricos.

El alemán se basó en el drama "La conquète de Mexico" y el escrito poético "Le theatre de Seraphin", ambos del francés Antonin Artaud (1896-1948), cuatro estrofas de un poema de "Raíz del hombre", del mexicano Octavio Paz (1914-1998), y fragmentos de "Cantares mexicanos", poemas anónimos indios del siglo XVI.

El réquiem final de este "amor de fieras agónicas" bajo cuya muerte "no hay venas, piel ni sangre", escribe Paz, no es la puerta a una utopía y, quizá por eso, el compositor quiso terminar "La conquista de México" con una interrogación.

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