Federico Luppi: "Ser mala persona no es para cualquiera"


  • Federico Luppi es uno de esos actores que recuerdan a los clásicos, capaz de llenar la pantalla sólo con su presencia, simplemente por el mero hecho de estar ahí. A sus 74 años, este actor argentino de sobra conocido en España sigue trabajando y piensa hacerlo mientras pueda. El próximo 25 de febrero estrenará 'Cuestión de principios', segundo trabajo del director Rodrigo Grande. En la presentación de la película en Madrid, Luppi habló de lo que es para él una "cuestión de principios", de cómo su personaje es un arquetipo desfasado y de su gran pasión: el cine.
Federico Luppi interpreta a Castilla, un hombre de firmes principios
Federico Luppi interpreta a Castilla, un hombre de firmes principios
A Contracorriente Films
M. J. Arias
M. J. Arias

'Cuestión de principios' es una de esas películas de corte clásico, con dos actores de empaque capaces de sostener por sí solos una escena. Sacada del cuento de Roberto Fontarrosa y dirigida en la pantalla por Rodrigo Grande, los protagonistas son Federico Luppi y Norma Aleandro. Él interpreta a Castilla, un hombre que vive anquilosado en unos principios que son su timón en la vida hasta que su entorno le obliga a cuestionárselos. Un retrato de la clase media universal, según el propio Luppi, que tras la presentación de la película en Madrid departió sobre cómo ve él todo esto de los principios, los jóvenes, la política y el cine en general. Dice que la gente no le ve "como un actor sabio". Escuchándole hablar resulta complicado que realmente sea así.

¿Qué fue lo que captó su atención de 'Cuestión de principios'?

Lo que fundamentalmente me hizo clic y me gustó muchísimo fue la pintura de este individuo, Castilla, que creo que representa a la clase media argentina. O para ser un poco más amplio, que forma parte de esa clase media universal. Ese individuo cuya vida cotidiana transcurre entre prejuicios y comportamientos políticamente correctos, que tiene un pasar más bien gris, descafeinado, de incapacidad para aceptar los posibles cambios que le harían mucho más feliz. Para él, todo lo que ocurre a su alrededor siempre es culpa del otro, del jefe, de los amigos, del tiempo, de la política... Le cuesta incluso crear las condiciones para una vida más feliz y más laxa. Eso me gustó mucho. Yo siempre tengo una visión crítica de la clase media. Además estaba el hecho de que había un entorno muy interesante, con los compañeros de la oficina, el personaje de Norma, el hijo… Ellos son la contrapartida, intentan ser un poco más desprejuiciados y más vitales. El relato me parecía bueno de verdad.

Usted ha insistido en que proviene de la clase media y que por eso la conoce bien. Siendo así, ¿cómo se prepara un personaje como Castilla?

No es que lo conociese desde el punto de vista dramático. Conozco la clase media, sí. Uno viene de ahí, no de una clase más alta o más baja. El único temor que tenía era que no fuesen excesivamente exagerados sus prejuicios y, por otro lado, su ingenuidad. No quería que fuese ni un gilipollas absoluto ni un cínico. Es un individuo que aquieta sus deseos, al que un par de senos lo perturban y que, de pronto, que lo vean con una compañera de la oficina tomando una copa en el bar lo crispa de tal manera… Ese comportamiento revela, exagerando el concepto, una cierta pobreza de alma.

Digamos que se deja llevar en exceso por el 'qué dirán'.

Exactamente. Desea dar una imagen de Quijote impoluto intachable y por eso tiene una cierta tendencia general a solemnizar.

Su personaje puede ser percibido como un tonto o como un héroe, ¿cómo lo ve usted?

Es un tonto que se cree un héroe. Ésa es la realidad concreta. Y, al final, cuando hace lo que hace y decide optar por una salida quijotesca, más que una convicción moral poética es un acto de orgullo y de cabezonería lo que le mueve. Pero, eso le hace humano.

¿Qué es para usted una cuestión de principios?

Lo que decimos siempre cuando hablamos de la vida en general, de la política, de los políticos o de las cosas que nos rigen la vida cotidiana. Solemos decir o escuchar que no todo vale, que no todo es cuestión de dinero, sino que también hay una cuestión de principios. Curiosamente, la cuestión de principios en general sirve para que no haya principios. Es como una forma de ocultar la carencia de.

En la película los que triunfan son precisamente los que no tienen principios, ¿es esto un reflejo del mundo real?

Si se mira la condición actual del mundo, con la globalización, la crueldad y la condición caníbal de la vida cotidiana, uno podría pensar que los que son trepadores, mentirosos y chorizos tiene una vida más fácil. Seguramente, en la práctica, es así. Pero también es verdad que hay una parte del hombre que constituye su esencia, llamémosle espíritu, alma, conciencia…, y que le impide en general caer tan bajo. Me parece que ser malo no es para cualquiera. Hay gente que sí puede hacer maldades y gente que no. No porque sean profundamente honestos, sencillamente no pueden. Comentaba antes una cosa que leí hace tiempo. Una persona virtuosa a la que le preguntaban sobre las cosas de la vida y respondía: "Mira, en términos humanos yo puedo ser traficante de drogas, vender niños en la frontera, no pagar impuestos, robar… lo que sea. Mi tarea consiste en no hacerlo". Creo que un poco es eso. El ejemplo que nos dan de hacer las cosas fáciles. Al trepa, al que tiene dos caras, al que miente, al que roba… es posible que les vaya bien. Pero, lo que sí sé con seguridad absoluta es que al mundo no le va mejor así.

En la película también hay un choque generacional del que los jóvenes no salen bien parados. Se les pinta como gente sin principios, sin valores…

La diferencia generacional existe. Es cierto que hay una especie de aflojamiento, de laxitud en los jóvenes con respecto a la vida, pero también es verdad que nosotros les hemos dado a los jóvenes ejemplos demasiado tontos y extremos como esta rigidez de Castilla que no sirve para nada. Esta especie de negación de una vida más fácil, como no aceptar la venta de la revista por un montón de dinero. La cosa es que los principios cuando dejan de tener capacidad práctica se convierten en cáscaras vacías.

¿Conviene revisarlos con el paso del tiempo?

Eso los jóvenes lo ven, aunque a veces se pasan un poco de rosca. Pero en general lo ven con bastante perspicacia y tienen, me parece, una visión más sabia de lo real. Creo que muchos jóvenes de hoy en día, habida cuenta de que tenemos que asumir que son producto de lo que hemos sido nosotros por educación, por omisión, por presencia, por lo que fuere…, son capaces de verlo. Por ejemplo, en política, donde cada vez hay más dificultad para hacer las cosas bien, cuando salen es porque hay gente joven metida en el medio.

Como actor veterano que es ¿le piden consejo los jóvenes actores y directores con los que trabaja?

La gente no me ve como un actor sabio. Hablamos de las cosas de la profesión, pero en general no me piden consejo. Me parece que es una buena señal. Porque si te ven como a un sabio…

¿Aún le queda mucho por aprender?

Hasta que… (ríe).

El director ha comentado que si usted creía que había que cambiar una coma, peleaba por ello. ¿Cambia mucho los guiones?

¿Sabes lo que ocurre? Creo que cuando un guión está estupendamente bien escrito no hay que cambiar nada. Sin embargo, a veces cuando uno verbaliza un texto ocurre que hay un ruido extraño, una especie de piedrita en la boca y pienso que vale la pena prestarle atención. Si creo fervientemente que me asiste la razón, lo discuto, pero soy enemigo de convertir el set en un parlamento. Discuto hasta cierto punto, después… (hace el gesto de cerrar la boca).

Su personaje menciona a actores como Robert Mitchum, Gregory Peck, Humphrey Bogart… ¿Cree que los actores de antes eran de otra casta?

Sí, lo eran, pero de acuerdo con los valores de aquella época. Había una presencia muy viril, muy "aquí estoy yo". Tenían mucha presencia y correspondían a esos valores donde el machismo estaba entronizado como un valor en sí mismo. Bastaba con que Bogart entrase con un cigarrillo colgando, un chubasquero, dijese "yes" y… ahí estaba Bogart.

También ocurría con las actrices, ¿no cree?

Igual. Yo veo muchas películas viejas y había actrices con una tremenda sugestión que hoy mismo darían que hablar. Ida Lupino, Barbara Stanwyck… ni hablar de Rita Hayworth. Había actrices con una capacidad de atracción increíble. Es curioso esto porque, aún con los códigos de la época, exudaban una tremenda sensualidad.

Además, tenían un moverse por la escena distinto al de ahora.

Sí, creo que había un abordaje de las situaciones que encerraba dos cosas. Esto es para un cinéfilo. Por un lado un meticuloso encuadre, en blanco y negro, casi impresionista. Y, por otra parte, aún con escenas audaces siempre había una suerte de pudor muy adulto y esto le daba un cierto clima de sugestión muy atractivo.

¿Le gusta más el cine de antes que el de ahora?

No, no, no. Yo he sido muy cinéfilo, un espectador muy bobo, bobísimo… Me moría por ir a ver a Víctor Mature y Richard Conti, que eran dos actores así así (hace el gesto), pero tenían esa cosa… Luego uno va siendo más avispado. En esa época los actores eran inequívocamente atractivos, pero es cierto que con el tiempo la actuación ha ganado en profundidad y realismo.

Ahora, en plena explosión del 3D, ¿cómo ve el futuro del cine?

No conozco bien eso, digamos que no tengo una visión bien definida. Mi único temor, difuso y lejano, pero temor al fin, es que no me gustaría que la manipulación tecnológica suplantara la calidad personal de la filmación. Lo digo de verdad.

¿Va mucho al cine?

Sí, mucho.

Drama, animación, comedia, ciencia ficción… ¿qué le gusta ver?

Todo. Ciencia ficción no tanto, porque ahí me siento menos ingenuo. Yo voy hasta a ver una película que me dicen que no vaya porque es mala. Voy, me siento y si hay dos momentos, dos fotogramas buenos, ya saco algo.

De toda película se puede salvar algo, ¿no?

Yo digo que si hay una película mala y una secuencia genial, evaluemos al director por esta secuencia, porque sino nos quedamos con todo lo malo.

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